¿Que aporta el psicoanálisis para pensar las adicciones?
Las adicciones (tanto tóxicas como no tóxicas) se han incrementado en nuestra sociedad a un ritmo difícil de medir. Frente a esta situación, el psicoanálisis tiene mucho que decir, ya que nos ayuda a comprender que es lo que sucede con la persona detrás de la adicción, y articular la teoría y la práctica en la clínica para poder dar una respuesta a esta situación.
Al referirse a las toxicomanías y las adicciones, cabe precisar que para el psicoanálisis no se trata de una estructura clínica particular o de sustancias específicas que conduzcan a una alteración de la personalidad, como sostiene la fenomenología psiquiátrica o los sistemas de clasificación categorial (DSM, CIE). El psicoanálisis cuenta para el diagnóstico con tres estructuras: Neurosis, Psicosis y Perversiones. Las adicciones y toxicomanías se juegan en las diferentes estructuras y tienen una función diversa, no solo en las mismas sino en cada sujeto en particular. De este modo podemos explicar la existencia de una variedad de relaciones de sujetos con las drogas o incluso las mismas relaciones en posiciones subjetivas diferentes (Lora y Calderon, 2010).
El tema de las adicciones
estuvo presente en Freud desde muy temprano en su pensamiento. En una carta a
Wilhem Fliss del 22/12/1897 escribe lo siguiente: “se me ha ocurrido que la masturbación es el primero y único de los grandes
hábitos, la protomanía, y que todas las demás adicciones como el alcohol, la
morfina, el tabaco, etc.; solo aparecen como sustitutitos y reemplazantes de
aquella” (Freud, 2008/1950).
Esta idea será retomada en una de
sus obras más importantes: El Malestar en
la Cultura (1930). En la misma sostiene que solo se puede “mal-estar” en la
cultura, ya que la represión de las pulsiones es el precio a pagar por la
incorporación a la civilización. Frente a esto, el ser humano encontró lenitivos-“muletas” como las llama
Theodor Fontane- para sobrellevar la existencia, que para Freud son de tres
especies: distracciones poderosas que nos hacen parecen pequeña nuestra
miseria; satisfacciones sustitutivas que la reducen; y los narcóticos que nos
tornan insensible a ella (Freud, 2008/1930).
Sobre los narcóticos expresa
más adelante: “no creo que nadie halla
comprendido su mecanismo pero es evidente que existen ciertas sustancias
extrañas al organismo cuya presencia en la sangre o en los tejidos nos
proporciona directamente sensaciones placenteras, modificando además las
condiciones de nuestra sensibilidad de manera que nos impide percibir estímulos
desagradables (…) los hombres saben que con esos `quitapenas` siempre podrán
escapar del peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que ofrezca
mejores condiciones para su sensibilidad” (Freud, 2008/1930).Freud señala
que todas estas muletas tienen sus aspectos positivos y negativos, y en última
instancia terminan provocando el malestar que pretender evitar.
Lacan también se refirió a las adicciones de manera muy temprana en su
obra. En una colaboración realizada en 1938 para la Encyclopedie Française, señala que el destete es -a menudo- un
trauma psíquico cuyos efectos mentales pueden llevar a la anorexia, las
intoxicaciones por vía oral y las neurosis gástricas. Sería un anhelo de
reencontrar el pecho materno que queda adherido viscosamente en el psiquismo (López, 2002).
En otro artículo de
1946(“Acerca de la causalidad psíquica”) se refería a la intoxicación orgánica
como un intento ilusorio de resolución ante la discordancia primordial entre el
Yo y el ser. Además advierte que este intento exige “el inasible consentimiento de la libertad”, es decir, que esta
decisión implica el desconocimiento del significante y del orden de la
determinación (Lacan, 2009).
En la década de 1950, Lacan distingue entre el sujeto del enunciado y
sujeto de la enunciación para demostrar que el ser hablante (parlêtre) está
necesariamente dividido (Evans, 2007). En su “Pequeño discurso a los
psiquiatras” de 1967 se pregunta: “¿para qué
sirve el lenguaje?”, y se responde: “es
simple y capital: hace al sujeto. Esto ya es bastante; porque de otra manera
les pregunto cómo pueden justificar la existencia en el mundo de lo que se
llama sujeto” (Lacan, s/f).
El lenguaje a su vez proviene
del campo del otro. Otro que es al mismo tiempo “tesoro del significante” y lo
Inconciente, porque el inconciente está estructurado como un lenguaje. La
expresión “el significante es lo que
representa un sujeto para otro significante” quiere decir que hay
constitución del sujeto solo y únicamente después de que haya habido un
significante. La inscripción en la cadena significante representa la posición
dentro de la cadena de las generaciones, lo que evoca la función paterna. No
hay posibilidad de ser hijo de un padre por fuera del campo del lenguaje, o
sea, de la articulación del significante (Carbajal, D´angelo y Marchilli,
1992).
Para Lacan el lenguaje fabrica el deseo, que es siempre deseo del otro,
tesoro del significante. Hay que aclarar que deseo es diferente a goce. El Goce
es definido como algo que va “más allá del principio de placer”, es un
placer-displacentero, doloroso. “El goce
es sufrimiento” nos dice en el Seminario VII (1959). La prohibición del
goce es inherente a la estructura simbólica del lenguaje, en virtud del cual “el goce está prohibido para el que habla,
como tal, o bien no puede decirse sino entre líneas para quien quiera que sea
el sujeto de la ley, puesto que la ley se funda en la prohibición de la misma”
(“Subversión del sujeto y campo de la palabra”). La entrada del sujeto en lo
simbólico supone la renuncia del sujeto al goce en el Complejo de Castración: “la castración quiere decir que es preciso
que el goce sea rechazado para ser alcanzado en la escala invertida de la ley
del deseo” (Lacan, 2009). La prohibición crea la necesidad de transgredirla
y, por ende, el goce aparece como transgresor.
¿Cómo se relaciona esto con las
adicciones? La toxicomanía no requiere del cuerpo del otro como metáfora del
goce perdido. En sentido estricto, es un goce autoerótico que se opone al goce
fálico. El goce que se pretende obtener en el propio cuerpo a menudo impide
pasar por el cuerpo del semejante. La masturbación es un intento de obtener
goce autoerótico prescindiendo de un partenaire.
La toxicomanía va más allá, ya que prescinde no solo del cuerpo del semejante,
sino también del goce fálico que regula el fantasma. Es un goce cada vez más
solitario (autismo tóxico), remedo autoerótico que intenta lo imposible:
infiltrar el goce en el cuerpo. El toxicómano se opone al goce del Otro como
instrumento y como complemento a fin de evitar su falta (Lora y Calderon,
2010).
Otro aporte de Lacan para pensar el tema de las adicciones y las
toxicomanías lo encontramos en su “Conferencia de Milán” (1972). En el
Seminario XVII (1969-1970) menciona por primera vez sus “cuatro discursos” que
establecen diferentes formas de lazo social: el del Amo, el de la Histérica, el
Universitario y el del Analista. Pero en la conferencia italiana incluye un
quinto discurso que es en realidad un “falso discurso”, porque no establece
lazo social alguno ni tiene punto de corte, sino que está en permanente
funcionamiento. Es el que llama “Discurso capitalista”.
El Discurso
Capitalista es un verwerfund (desmentida),
rechazo de todo orden simbólico, de la castración o la imposibilidad de
relaciones sexuales. Por un lado tenemos la dominancia capitalista que se basa
en la plusvalía, que para Lacan es un Plus de Goce, un imperativo superyoico a
gozar a cualquier costo. En Lacan el Plus de Goce es una homología y no una
analogía de la plusvalía. Mientras que para el marxismo la plusvalía es la
ganancia producida por el obrero de la que se apropia el patrón, el Plus de
Goce es percibido en la dimensión de la pérdida de goce fálico, por lo que se
necesita compensar esa falta con el objeto que sirve de tapón (Fernández,
2005). Por otro lado, la ciencia ha puesto en cuestión el orden natural al
poder manipular lo real. Esto tiene su incidencia en el “nombre del Padre” y en
los lazos sociales. El (falso) discurso capitalista no fomenta lazo social sino
la relación del sujeto con el objeto (de consumo). Es por ende, un goce
masturbatorio y autoerótico –recordemos que Freud sostenía en 1897 que la
masturbación es la fuente de toda adicción-. Pero a diferencia de otros
discursos, este no tiene punto de corte porque los objetos son insuficientes y
siempre se necesitan nuevos. La confluencia del mercado y la ciencia genera
nuevos objetos de consumo.
Lacan nos dice
que “es un discurso bien astuto pero
insostenible, es decir, está destinado a estallar” (Lacan, 1972). Esto es
porque el exceso de goce no produce felicidad sino nuevas formas de “mal-estar”
en la cultura y el incremento de patologías ligadas al consumo, desde las
adicciones hasta los trastornos alimentarios.
Algo similar
sostiene Bettelheim, cuando a mediados del siglo XX escribía que el avance
tecnológico estaba llevando el bienestar a la mayoría de la población, pero
advertía que si este no venía acompañado de satisfacción emocional, sino que se
presentaba como su sustituto, se corría el peligro de crear una sociedad adicta
al bienestar (Bettelheim, 1960).
Desde una óptica diferente y más reciente se
argumenta que la droga en realidad cumple una función en la estructura, siendo una
defensa contra el goce que el sujeto no puede acotar de otra manera. El sujeto
intenta hacer una barrera al Goce del Otro, sirviendo para ello del goce que
proporciona la droga. En este sentido la adicción no sería una enfermedad, sino
un intento de remediarla (Heinrich, 1996).
Para Héctor López
(2002) la droga va en contra del goce, ese nivel en donde empieza a aparecer el
dolor, ya sea en el cuerpo o existencial. La droga intenta levantar la barrera
ya que los mecanismos del Principio del Placer no han funcionado. Pero dada la
ambigüedad del farmakon –el tóxico-,
no es extraño que el goce sea alcanzado por el camino opuesto al recorrido para
hacerlo desaparecer. El toxicómano cae en la paradoja de que al buscar su
libertad, termine siendo dependiente de un objeto al que se ilusiona en ver
como propio –similar a lo que sostenía Freud en 1930-.
Para López (2004)
en las toxicomanías se da un mecanismo específico denominado cancelación tóxica, que difiere de la represión, la forclusión y la desmentida
sin que esto implique una estructura clínica diferenciada. Este concepto es
tomado del Freud pre-psicoanalítico, que en sus artículos de 1884 (“Uber coca”
y “Coca”) sostenía que la cocaína tiene un efecto de cancelación tóxica sobre
las afecciones dolorosas. Se diferencia de la represión porque en esta hay una acción de lo “simbólico frente a
lo real”, mientras que en la cancelación es “lo real frente a lo real”. En la desmentida hay un objeto que se
interpone ante la falta, pero esta tiene un valor que lo “desrealiza” como
cosa, mientras que la droga o el fármaco tiene un efecto químico real sobre el
sistema nervioso que es independiente de la subjetividad pueda transformar de
ellos. Por último se diferencia de la forclusión
porque implica una suplencia del nombre del Padre, pero
no la ausencia de la inscripción del significante como ocurre en la psicosis
(López, 2004).
Eric Laurent (1988)
se aleja de laidea lacanianaque sostiene que la droga es “la única forma de romper el matrimonio del cuerpo con el pequeño pipí”,
es decir, con el goce fálico. Para esta concepción (desarrollada por Lacan en
la década de 1970) la adicción no se trataría de una “formación de compromiso”
como el síntoma, sino de una “formación de ruptura” que explicaría la manía del
toxicómano -similar a la monomanía psicótica de Esquirol- ya que esta manía
está del lado opuesto del falo, que implica limitación. Sería pues, una ruptura
del goce fálico, sin forclusión del Nombre del Padre.Esta fórmula podría
funcionar para personas neuróticas, pero Laurent encontró que en pacientes
toxicómanos con estructura psicótica, el consumo de sustancia no estaba al
servicio de limitar el goce, sino -muchas veces- para poder localizarlo. Para
este autor, la “formación de ruptura” no sirve para la Psicosis, ya que si el
falo es el que localiza el goce, cuando se rompe con él se encuentra el goce
deslocalizado, y la droga cumpliría la función de volver a localizar el goce
(Laurent, 1988; Naparstek, 2005, Zaffore, 2008).
En una entrevista, Naparstek –miembro de la
Escuela de Orientación Lacaniana (EOL) y de la Asociación Mundial de
Psicoanálisis (AMP)- nos recuerda que: “es
Éric Laurent quien alerta, no tanto sobre qué pasa en la toxicomanía y la
psicosis, sino que la tesis de la ruptura no podría servir para los casos de
psicosis, que puede ser una muy buena tesis, pero que tiene que ser una tesis
para la neurosis. En cambio, en la psicosis partimos de la idea de que algo ya
está desligado desde el vamos” (Fina, 2017). Este autor se desliga también
de corrientes que quieren situar las adicciones en una estructura específica,
como la escuela belga que considera “que el verdadero toxicómano es un
psicótico” o de aquellos que la ligan a la perversión por los excesos.
El término operación de farmakon, acuñado por Sylvie Le Poulichet (1996), nos
es útil para dar cuenta de los montajes que realiza el toxicómano para obtener
una cierta estabilidad cuando no se cuenta con la eficacia del síntoma. La
droga puede cumplir entonces una función de suplencia o de suplemento.
Se recurre a la
droga como suplencia cuando se está
en riesgo la existencia misma. Es siempre un intento de dominio sobre el
cuerpo, que en general es ajeno y enigmático, un intento de suplir la falencia
o ausencia delOtro. El ejemplo extremo de esto, nos dice Le Poulichet (1996),
es la psicosis, en donde el tóxico es la
suplencia de un cuerpo, por lo que su ausencia durante la desintoxicación es
vivida como una mutilación. Al mismo tiempo el tóxico cumple también la función
de cierre de los orificios del cuerpo (las zonas erógenas) al Goce del Otro.
Sin embargo, la apelación de la droga como suplencia no es signo inequívoco de
Psicosis, pudiendo darse también en otras estructuras.
Para esta autora, la “Clínica de la
suplencia” debe trabajar la elaboración del cuerpo en los montajes pulsionales
a través de construcciones transferenciales. El analista no debe hacer
desaparecer el “objeto-droga”, que mutilaría inmediatamente a la persona que
aún no ha constituido un cuerpo, sino producir esta transformación de una “operación de farmakón” en una “elaboración de síntoma”: que lo real se
aliene en recursos imaginarios y simbólicos.
En cuanto a la droga como suplemento, intenta dar cuenta de la
paradoja lacaniana que dice que la droga “rompe
el matrimonio con el pequeño pipí”. En tanto suplemento, constituye una prótesis narcisista en sujetos que no
ponen en duda la existencia del Otro ni de ellos mismos, pero que están
desgarrados por la hiancia, que
separa el Yo Real freudiano del Ideal del Yo. Es decir, es una mitigación del “dolor del ya no ser” (como dice el
tango) o del “aún no ser”. La droga
brinda un suplemento imaginario que sostiene la insignia fálica ante la amenaza
de la castración –en sujetos neuróticos- o la desmentida de la castración –en
perversos-.
Tras haber
realizado este breve recorrido, podemos concluir que el principal aporte del
psicoanálisis al problema de las toxicomanías y las adicciones es el poder ver
a la persona que se esconde detrás de la adicción y fijar cuál es su posición
subjetiva frente al Goce, ya sea que la droga sea vista como un paliativo o
muleta al mal-estar en la cultura (Freud), un goce autoerótico (Lacan), una
barrera al goce (Heinrich) o una localización del goce –en la psicosis-
(Laurent, Naparstek). El encuentro con el/la analista es una posibilidad para
que el sujeto sea alojado y escuchado para que su goce se transforme en algo
singular, con sus síntomas particulares, dejando de lado los ideales que
propone el “discurso capitalista” a través de la publicidad y los objetos de
consumo.
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Carbajal, Eduardo; D´angelo, Rinty y Marchilli, Alberto; (1992) Una
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Couso, Osvaldo y Staude, Sergio; (1998) “Las adicciones:
el fracaso del síntoma”, Escuela
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Fina, Marcos; (2017)
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Editorial El Ateneo.
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“Pequeño discurso a los psiquiatras”, Escuela Freudiana de Buenos Aires.
Lacan, Jacques; (1972)
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Lacan, Jacques; (2009)
Escritos, tomos I y II, México, Siglo
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Laurent, Eric; (1988)
“Tres observaciones sobre las toxicomanías”, conferencia pronunciada en el Encuentro del Campo Freudiano, Bruselas.
Le Poulichet, Sylvie; (1996) Toxicomanías y psicoanálisis: las narcosis del deseo, Buenos Aires,
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López, Héctor; (2002) “¿Qué dice Lacan sobre las adicciones?”, Contexto Psicoanalítico, Nº 6.
López, Héctor; (2004) Las adicciones: sus fundamentos clínicos,
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Lora, María Elena y Calderón, Claudia; (2010) “Un abordaje
a la toxicomanía desde el psicoanálisis”, Ajayu,
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Naparstek, Fabián; (2005) Psicoanálisis aplicado a las toxicomanías,
Buenos Aires, s/d edición.
Zaffore, Carolina; (2008) “Toxicomanías y psicosis”, en: Napastek, Fabian y cols; Introducción a la Clínica de Toxicomanías y
Alcoholismo, tomo I, Martínez, Grama Ediciones.
Una
primera versión de este artículo fue publicada en: Psicoactiva, https://www.psicoactiva.com/blog/toxicomanias-y-adicciones-aportes-desde-el-psicoanalisis/, 5 de septiembre de 2019.
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