Anna Freud: educación, psicoanálisis y derechos de las infancias
Anna Freud es una figura destacada en el psicoanálisis. Nacida en Viena (entonces capital del Imperio Austro-húngaro) el 3 de diciembre de 1895, era la sexta hija del fundador de la disciplina Sigmund Freud y de su esposa Martha Bernays. Tras graduarse en el Lyceum, estudió Profesorado en Educación Elemental. Desde los 14 años había comenzado a asistir en silencio a las reuniones de la Asociación Psicoanalítica de Viena y entre 1918-1922 fue analizada por su padre -contra lo que recomendarían todas las normas de ética actuales-, como paso previo a su formación como psicoanalista.
En 1936 publicó su obra más famosa: El Yo y los mecanismos de defensa. Entre sus principales aportes se encuentran: ser una de los pioneras del psicoanálisis infantil, la introducción de los juegos en el análisis, la instauración de las visitas domiciliarias, el estudio de los mecanismos defensivos y del desarrollo psicosexual (comenzados por su padre), y el apoyo a la formación de psicoanalistas mujeres. Es famoso su enfrentamiento con Melanie Klein, también pionera del psicoanálisis infantil.
En estas líneas vamos a referirnos a su trabajo a favor de los derechos de las infancias. Mientras realizaba su formación docente había trabajado en el Kinderhort, una guardería para infantes de familias judías trabajadoras y amplió sus conocimientos en el Comité Norteamericano Mancomunado de Distribución, creado tras la Primera Guerra Mundial. Con Sigfried Bernfeld, participante de estos proyectos, brindaron alojamiento y comida a niños y niñas en situación de calle o huérfanos por la guerra. Para ellos diseñó un Plan Educativo basado en el Método Montessori y las ideas socialistas del nuevo gobierno de Austria -uno de los países surgidos tras la disolución del Imperio-, así como en las obras de su padre y del estadounidense Stanley Hall.
Anna Freud creó para estos fines un Grupo de Estudio de Educación y Psicología Infantil, similares a las “Reuniones de los Miércoles” que realizaba Sigmund con sus seguidores. Se inspiraba de hecho en lo que su padre había planteado en el Congreso de Budapest (1918): llevar al psicoanálisis a todos los sectores sociales. Por entonces se empezó a vincular con la psicoanalista estadounidense Dorothy Burlingham, que a esa altura residía en la vivienda de la Familia Freud con sus hijos -pacientes de Anna- y que sería su compañera de vida por 54 años, aunque nunca admitieron su relación de pareja.
Las dos mujeres y Eva Rosenfel organizaron la pequeña Escuela Hietzing, inspiradas en la “Viena Roja” (1919-1927) del nuevo gobierno socialdemócrata que tenía un ambicioso programa de asistencia social: planes de vivienda, control de los alquileres, creación de centros de salud y bibliotecas, y programas para las infancias. La idea era crear una escuela ordenada por principios psicoanalíticos. Aunque solo llegó a tener 16 estudiantes (la mayoría hijos de psicoanalistas estadounidenses), sirvió para experimentar una atmósfera educativa que fomentara el humanismo y la protección frente a los peligros externos. No estuvo exenta de conflictos entre los docentes (sobre todo con Erik Erikson) y de ser acusada de criar a niños incapaces de sobrevivir en el mundo real. Finalmente cerró en 1932, cuando Eva Rosenfeld migró a Berlín y las familias estadounidenses regresaron a su país.
En la década de 1930 Anna y Dorothy trabajaron a favor de los niños carenciados en el contexto de la Crisis Económica Mundial desatada en 1929. Su trabajo combinaba la asistencia social y la clínica. La estadounidense Edith Jackson les ayudó financiando una Escuela y Guardería para los niños pobres de Viena, en donde estudiaron el comportamiento infantil y experimentaron dar libertad para la elección de la alimentación y sus rutinas de juegos. Esto atrajo a psicoanalistas y activistas socialistas que estaban interesados en estudiar cómo en un ambiente de libertad se podía favorecer el desarrollo infantil.
En 1938, tras la anexión de Austria al III Reich Alemán, la familia Freud, Dorothy Burlingham y los hijos de esta migraron a Londres para escapar de la persecusión nazi. Para entonces la Gestapo ya había clausurado la Jackson Nursery de Viena. El padre del psicoanálisis falleció en el exilio el 23 de septiembre de 1939 y Anna se propuso continuar con su legado, sobre todo el de llevar el psicoanálisis a donde no había tenido suficiente inserción (infancias, sectores sociales vulnerables).
En 1941, mientras Londres era bombardeada por Luftwaffe, Anna y su equipo crearon una Residencia Infantil en Hampstead, destinadas a los niños con secuelas traumáticas por los bombardeos y en situación de pobreza. También puso en marcha un Centro de Evacuación cerca de Essex para adolescentes y jóvenes, y el New Barn que llegó a albergar a 120 bebés. Anna Freud y Dorothy Burlingham, al estudiar estos casos, llegaron a la conclusión de que las reacciones psicopatológicas de los niños a los bombardeos estaban determinadas en gran medida por las formas en que actuaban sus madres ante tales eventos, así como por la acción traumática dada por la separación familiar, por lo que era necesario revincular a las familias lo más pronto que se pudiera.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, crearon en 1947 la Clínica Hampstead -hoy Centro Anna Freud-, que se ocupó de la atención de niños huérfanos de guerra o aquellos cuyas familias no podían hacerse cargo, de donde extrajo sus observaciones para los libros Los niños pequeños en tiempos de guerra (1942), La guerra y los niños (1943) y Los bebés sin familias (1944).
Las clínicas annafreudianas eran también centro de investigación y en donde se formaba a profesionales en desarrollo físico-emocional de las infancias, tareas de gestión y educación de acuerdo al Modelo Montessori. Se solían organizar en “pequeñas familias” de cuatro o cinco niños/as con una “madre sustituta”, ya que había poco personal masculino -abocados más a las tareas de la guerra y la posterior reconstrucción-. Aunque los resultados terapéuticos parecieron ser muy alentadores, estas metodologías también fueron criticadas por la Escuela Inglesa de Psicoanálisis -sobre todo por Melanie Klein-, que consideraba que los métodos pedagógicos atentaban contra la transferencia o vínculo que se establece entre el analista y su paciente.
El legado de Anna Freud en defensa de los derechos de las infancias es memorable. A los aportes ya citados (creación de centros infantiles, ayuda a los niños y las niñas vulnerables por la guerra y la pobreza, investigación y formación en psicoanálisis infantil), debemos mencionar su crítica a las hospitalizaciones prolongadas, destacando la importancia de mantener el vínculo con sus madres en los primeros momentos de vida -algo que en Argentina trabajarían el pediatra Florencio Escardó y el psicoanalista Jorge García Badaracco-, y sus “conferencias norteamericanas” de la década de 1950 en defensa de la salud mental infantil. Normalidad y patología en la Niñez (1965) será uno de sus últimos trabajos.
Para 1978 su salud era precaria y se agravó su estado tras el fallecimiento al año siguiente de Dorothy Burlingham. El 1° de marzo de 1982 tuvo un accidente cerebro vascular que la dejó con afasia-apraxia, debiendo desplazarse en silla de ruedas. Se la solía ver con el viejo sobretodo de su padre. Falleció el 9 de octubre de ese mismo año, dejando como legado su compromiso inalterable por la difusión del psicoanálisis y los derechos de las infancias más vulnerables. Varios centros y un asteroide llevan hoy su nombre.
Publicado en revista cultural Cocoliche, Santa Rosa, N° 184, noviembre de 2025.


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