Alcorta 1912: el Grito de los Trabajadores de la Tierra
El 25 de junio de 1912 estalló la huelga más importante
del agro pampeano que, si bien no modificó la estructura social del campo
argentino, obtuvo numerosas mejoras para los agricultores y marcó el inicio de
la lucha por la tierra en nuestro país.
A principios
del siglo XX, la mayor parte de la tierra de la región pampeana se hallaba
concentrada en manos de una minoría terrateniente que se había apropiada de
ella tras los genocidios contra los pueblos originarios (“Conquista del
Desierto” y “Campaña de los Andes”). Estos grandes latifundios constituían la base de su
riqueza y poder, y le permitían acceder a los órganos políticos, para gobernar
de acuerdo a sus intereses de clase. En el otro extremo se encontraban las
grandes mayorías de criollos, descendientes de pueblos originarios y migrantes
que no podían acceder a la propiedad de la tierra, por lo que sobrevivían
trabajando para los terratenientes en condiciones semiserviles.
La
estructura social del agro argentino al
momento de producirse el «Grito de Alcorta» se componía entonces de: a) la
oligarquía terrateniente nucleada en la Sociedad Rural; b) arrendatarios y semi-arrendatarios
de origen criollo e inmigrante; c) peones rurales; y d) comunidades originarias
y campesinas que sobrevivían en tierras fiscales o propiedades no ocupadas por
sus titulares registrales.
De los arrendatarios
de la región pampeana debemos mencionar que vivían en una situación precaria,
más cerca del proletariado que de las burguesías rurales. El informe de Juan
Bialet Masse, El Estado de la clase
obrera argentina (1904), es una clara radiografía del tratamiento subhumano
que recibían: estaban sometidos a los terratenientes a través de contratos
leoninos que establecían, entre otras cosas, rentas impagables y la obligación
de comprar herramientas e insumos a quién este mandare, e imponían al
arrendatario la responsabilidad por una mala cosecha. Para los extranjeros la
opresión era doble, ya que sobre ellos pesaba la Ley de Residencia N° 4.144 de
1902, que permitía la deportación en caso de ser considerado “revoltoso”.
A partir de
1910, como consecuencia de la demanda mundial de cereales, se dio un incremento
de la agricultura y los arrendamientos, y también un aumenta de la presión de
los terratenientes sobre los agricultores arrendatarios.
Por ese
entonces se llevan a cabo los primeros reclamos a los propietarios, que habían
comenzado en 1907 con la huelga de inquilinos en la Ciudad de Buenos Aires.
Pero el antecedente mas cercano de la gran huelga agraria, fue la rebelión de
chacareros de origen ruso, alemán, judío y rumano en las colonias de Macachin y
Trenel (Territorio Nacional de La Pampa Central) en 1910 que reclamaban en
contra de las abusivas condiciones de producción (contratos a corto plazo,
dificultades de crédito, encarecimiento de los insumos, presiones sobre la
renta) que impedían el ejercicio de sus “libertades
capitalistas” (de siembra, de cosecha, de trilla, de disposición de las
sementeras, de comercialización de la cosecha, de destinación de parcelas para
huertas y granjas familiares).
En 1912
experimentamos en la región pampeana una cosecha formidable que, no obstante,
no reportó ningún beneficio para los arrendatarios ya que, tras pagar las
deudas, no quedaba nada para ellos.
El 25 de
junio de ese año, se realizó una asamblea en la Sociedad Italiana de Alcorta,
en el sur de la Provincia de Santa Fé, convocada por agricultores de la zona
encabezados por Francisco Bulzani, con adhesión de los párrocos de las
localidades vecinas, los bolicheros o dueños de almacenes de ramos generales
(afectados por la obligación de los terratenientes de comprar en determinados
comercios) y el abogado Francisco Netri que tuvo un papel destacado en todo el
proceso. Participaron de ella mas de 300 personas y entre las manifestaciones
mas combativas se declaró la huelga por tiempo indeterminado hasta conseguir
sus reivindicaciones: “1°) rebaja general
de los arrendamientos y aparcerías, 2°) entregar en las aparcerías el producto
en parva o troje, como salga; y 3°) contratos por un plazo mínimo de tres años”.
El «Grito de
Alcorta»,
como comenzó a denominarse la medida de fuerza, se expandió rápidamente
paralizando a más de 100.000 agricultores de los departamentos del litoral
santafesino, Buenos Aires, La Pampa y Córdoba, es decir, en el corazón del
Modelo Primario Agroexportador que constituía la fuente de acumulación de la
oligarquía.
A medida que
la huelga iba avanzando, comenzó a hacerse posible el planteo de Netri de “constituir una organización gremial autónoma”,
y el 15 de agosto de 1912, en la Sociedad Italiana de Rosario, se fundó la
Federación Agraria Argentina (FAA).
A las
adhesiones iniciales, se le sumaron los centros socialistas, los anarquistas
nucleados en la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) y el Centro de
Estudios Sociales, profesionales y amplios sectores populares. El movimiento
fue reprimido brutalmente por los gobiernos de la Sociedad Rural, que no
hicieron esperar su respuesta represiva contra los huelguistas. En un acto en
la localidad de Firmat fueron asesinados los dirigentes agrarios Francisco Mena
y Eduardo Barros, y el abogado Netri fue cesanteado de la Universidad Nacional
de Rosario (UNR) y más tarde asesinado.
No obstante,
la organización se mantuvo y para 1913 los terratenientes debieron conceder
numerosos reclamos a los arrendatarios ante la amenaza de perder la totalidad
de la renta. Entre las conquistas obtenidas se cuentan: la libre discusión
entre el propietario y los arrendatarios de la renta (no superior al 30%),
trilla y embolsado conjunto, ocho días de plazo a partir de la trilla para que
el “patrón” retire su renta sin responsabilidad para el colono por lo que
suceda a valor después de ese lapso, contratos mínimos de tres años, libertad
de trilla y libre comercialización de la cosecha.
Si bien el «Grito de
Alcorta»
no modificó la estructura del campo argentino, produjo una transferencia de
costos de producción a la oligarquía terrateniente marcando una reducción de la
renta, y favoreció el surgimiento de agrupaciones como las Ligas Agrarias de
Bahía Blanca y La Pampa que junto a la FAA reivindicaron los postulados de la
Revolución Mexicana encabezada por Emiliano Zapata y Pancho Villa.
A la gran huelga
agraria le sucedieron otros conflictos rurales, como la lucha de peones,
braceros, estibadores y carreros en 1917, y la nueva rebelión de arrendatarios
de fines de 1918 como consecuencia de deterioro de los rendimientos provocado
por las intensas lluvias, la aplicación de nuevos impuestos y el desalojo de
colonos morosos.
En 1919 se
movilizaron conjuntamente arrendatarios y peones rurales en sintonía con los
enfrentamientos urbanos de la «Semana Trágica» que se vivía en la Ciudad de
Buenos Aires. Los reclamos, en esta oportunidad, fueron más radicales, planteando
junto con las mejoras a corto plazo y reducción de los arrendamientos, la
consigna “la tierra para el que la
trabaja”. Esto llevó a que el gobierno aplicara la Ley de Defensa Social N°
7029 de 1910 -destinada a evitar la propagación de ideas maximalistas- y
encarcelara a dirigentes agrarios, deportara a trabajadores y productores migrantes,
y disolviera mitines y reuniones de la FAA y las Ligas Agrarias utilizando las
Fuerzas Armadas.
El punto más
alto de este ciclo se dio en 1921. El año del fusilamiento de peones rurales en
Santa Cruz, la represión a los obreros de La Forestal (Chaco) y Gualeguaychu
(Entre Ríos), y el asesinato de bolseros federados en Jacinto Arauz (La Pampa),
se produjo una marcha de 1400 productores hasta la Ciudad de Buenos Aires que
derribaron las resistencias senatoriales y lograron que en septiembre se
derogara la Ley de Arrendamiento N° 11.170, que regulaba la relación entre los
propietarios y los arrendatarios, a favor de los primeros.
Una década
después de iniciado, culminaba el proceso con la conquista de lo que el
sociólogo Waldo Ansaldi llamó “libertades
capitalistas” en un contexto en donde aún persistían formas feudales:
retener efectos personales pese al endeudamiento, comprar, vender o asegurar
sin condicionamiento, y recibir indemnizaciones por el capital invertido.
Fransisco
Netri, quién no llegó a presenciar el desenlace de esta historia, había
expresado poco antes de su asesinato: “Estos
hombres de campo ya no luchan para sí, sino por sus hogares y por sus hijos,
para que tengan la seguridad de un futuro que ellos carecen. Estar a su lado en
esta hora debería ser la posición de todo argentino”.
A más de 100
años de estas luchas, las banderas siguen presente: las familias campesinas,
los trabajadores rurales, los pueblos originarios y los «pequeños
productores auténticos», deben hacer suya la consigna “la tierra para el que la trabaja”, y llevar adelante una lucha de
manera independiente de las organizaciones que –más allá de su origen
combativo- hoy hacen el juego a las oligarquías, las burguesías rurales y
urbanas, y los gobiernos que defienden a los poderosos. Para que la tierra no
sea un medio de especulación sino un bien social al servicio de los pueblos.
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