Serie Mitológicas (6): Asaltos al Alto Cielo: el rescate del fuego

 

   De los muchos simbolismos del fuego, uno de mis favoritos es el que lo considera una representación del conocimiento. A diferencia de los otros elementos clásicos (tierra, agua, aire) este no se obtiene directamente: debe producirse y conservarse, su utilización requiere de un trabajo de aprendizaje. Además, al igual que el conocimiento, si no se expande (se difunde) se va apagando y muere. Alrededor del fuego nuestros ancestros cocinaban alimentos y contaban historias. Del fuego nació la comida cocida, la literatura, la alfarería, el vidrio, la forja de metales y se inició un progreso tecnológico que nos llevó hasta el Espacio exterior. Sigmund Freud pensaba que –acaso- la primera ley de la humanidad fue la prohibición de orinar sobre las brasas, algo que no tiene comprobación empírica pero que muestra la importancia del fuego para las diferentes culturas.

   El mito más famoso sobre el origen del fuego es el del titán Prometheus robando la llama del conocimiento a los dioses para entregarlo a los primeros humanos. Esta traición a los poderes divinos no quedó sin castigo: Prometheus fue atado a una montaña y condenado a que un buitre le comiera el hígado todos los días. La humanidad, así mismo, recibió como castigo una caja que –al ser abierta por Pandora- liberó todos los males en el mundo. El poder castiga a quienes desafían sus monopolios.

   El pueblo wichí, del norte argentino, también cuenta una historia sobre el robo del fuego. En el comienzo de los tiempos existía un Hombre de Fuego que siempre estaba dispuesto a compartir la llama con el resto de los seres vivos. Hasta que un día, la burla de un hornero desató la ira del hombre, que terminó incendiando todo el mundo. De las cenizas del Incendio Universal la vida comenzó a renacer lentamente. Pero el Sol decidió que esto no debía volver a suceder y se llevó el fuego de la Tierra.

   Solo el yaguareté consiguió esconder una llama que alimentó noche y día, convirtiéndose en el único poseedor del fuego. Los seres humanos y los demás animales también querían acceder a él, por lo que enviaron una embajada a negociar. El yaguareté –que carecía del espíritu solidario del Hombre de Fuego- se negó: no había riqueza en la selva que le hiciera renunciar a su monopolio.

   Ante el fracaso de las negociaciones, los demás seres decidieron robar el fuego. Al principio enviaron un tucu-tucu para que cavara un túnel hasta la hoguera y robara una llama. Pero el felino lo estaba esperando y, apenas emergió de la tierra, el roedor recibió un zarpazo que lo lastimó seriamente.

   Entonces el conejo ideó un mejor plan. Con ayuda de la garza consiguió unos peces y se los ofreció al yaguareté como ofrenda. Este le dijo: “Muchas gracias por el tributo, ya puedes retirarte”. Pero el astuto conejo se ofreció a cocinar los peces y, en un descuido del yaguareté, tomó una brasa con sus dientes y se dio a la fuga. Perseguido por el felino y viendo que estaba pronto a ser capturado, este Prometheus de las selvas sudamericanas arrojó la brasa al pasto seco provocando un pequeño incendio, insuficiente para provocar la alerta del Sol. Inmediatamente los humanos y los demás animales corrieron a tomar una llama y la llevaron consigo. El yaguareté intentó en vano apagar el fuego con la palma de sus patas, que quedaron almohadilladas y resecas desde entonces. El conejo también quedó con manchas negras en donde fue quemado por la brasa, por eso en el Chaco y las costas del Pilcomayo es posible hallar conejos con ese patrón de coloración en el pelaje.

   Cuenta la leyenda que los árboles absorbieron las llamas del incendio con sus raíces y desde entonces atesoran el fuego en su interior. Por eso es posible liberarlo frotando dos ramas entre sí.

   Esta leyenda me gusta mucho más que la versión griega del robo del fuego. En primer lugar porque en ella todos los seres de la Tierra se organizan para romper el monopolio del fuego que ostentaba el yaguareté. El pan-naturalismo del pueblo wichí, en donde la naturaleza lo es todo y el ser humano es solo una parte de ella, favorece mitos y cuentos en los que el humano trabaja en conjunto con las demás especies. En segundo lugar, porque en este caso quién recibe el castigo no es el que comparte el fuego sino quién lo niega al resto de los seres vivos.

   Se convierte así en una advertencia para aquellas elites que pretenden monopolizar los frutos de la ciencia y el progreso, así como monopolizan la tierra que produce alimentos, el agua que bebemos y el aire que respiramos. Es también un homenaje a quienes trabajan día a día para multiplicar y compartir con el mundo el fuego del conocimiento.


Santa Rosa, 22 de junio de 2021.


Publicado originalmente en Viejo Mar, revista cultural del diario La Reforma, General Pico, 29 de noviembre de 2022, y reproducido posteriormente en otros medios.


Comentarios

  1. El peor de los males liberados por Pandora fue el último de ellos, la espera. O una traducción más acorde, la esperanza. Eso sí que es todo un mal.

    Saludos,
    J.

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