“El oficio de encuadernar me tomó de la mano y me fue llevando”: entrevista a Laura Miranda
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Acaso las pinturas rupestres en las cavernas no fueran solo expresiones artísticas o religiosas, sino las primeras formas de escritura. Más tarde surgieron las tablillas de arcilla sobre las que se escribía con un punzón y luego se cocían al fuego para conservarlas, práctica que se utilizaba en Mesopotamia y Egipto. Pero apenas surgieron las primeras formas de escribir en algo capaz de enrollarse como seda, papel o papiro surgió el problema de cómo conservar estos documentos y, sobre todo, como mantenerlos en el orden en que debían ser consultados. Surgió así la técnica de la encuadernación.
Los documentos griegos y romanos solían
unirse con un cordoncillo sobre el lado izquierdo. En Asia y en Mesoamérica se
hacían páginas con hojas de palmera o bambú cortadas en cuadrado o rectángulo
que se colocaban entre dos tablas de madera y se ataban con soga. Dicen que fue
Cleopatra en el Egipto romano (siglo I AC) quién inventó el codex, acaso
el primer antecedente del libro: consistía en varias hojas del mismo tamaño
apiladas entre sí y cosidas de modo que formaran un “ladrillo rectangular”.
Las tapas y el lomo fueron un invento de la
Europa medieval. En el Imperio Bizantino la encuadernación encontró su mayor
esplendor estético, haciendo tapas de libros que eran verdaderos trabajos de
orfebrería. La invención de la imprenta de tipos móviles por parte de Johannes
Gutenberg en la segunda mitad del siglo XV permitió la popularización de los
libros, al mismo tiempo que redujo la calidad estética de las encuadernaciones.
Los libros de tapa blanda son un invento del siglo XIX y tuvieron su máxima
popularización en el siglo XX, ya que abarataron los costos de edición y -junto
con el aumento de la alfabetización- permitieron la democratización de la
lectura.
Sobre esta práctica milenaria y sobre otros temas relacionados con los libros conversamos con la encuadernadora, escritora y editora catamarqueña residente en la provincia de Mendoza, Laura Miranda, creadora del emprendimiento Miranda Encuadernaciones.
Luciano Andrés Valencia: ¿Cómo definirías el
trabajo de encuadernación? ¿Es un arte, una técnica, una profesión o una
carrera?
Laura Miranda: Para empezar, te agradezco esta entrevista y por darme un espacio. Respondiendo a tu pregunta, yo diría que la encuadernación en sí es un oficio que aúna otras artes. Por ejemplo, tenés distintos tipos del papel, diferentes técnicas del dorado. El componer lo que eran las ediciones offset en las ramas con tipografía de los distintos libros también era un oficio en sí. Era un oficio también el que imprimía porque implicaba conocer de tintas, papeles y distintas técnicas de impresión. La persona que solo hacía la tapa, una vez encuadernado el ejemplar, se especializaba en las técnicas del dorado para ponerles oro, herrajes, adornos y ornamentos. El tema del papel, la composición y la impresión son un oficio en sí mismos. Al encuadernador le llegaba todo eso y, en todo caso, cosía y después ya se dedicaba a hacer las tapas, y cuidaba la escuadra, la simetría, que todo esté acorde al volumen, que no se abra y que cierre bien, cuida la estructura del libro. Todos esos detalles los maneja el encuadernador. Siempre hablando desde una mirada más bien moderna porque en los inicios la encuadernación no era adornada, entonces ahí el encuadernador se concentraba más en la estructura del libro, desde adentro hacia afuera.
Yo creo que puede llegar a ser una profesión
si se crea una escuela y se capacita a las personas que lo hacen. Actualmente
hay una escuela online de encuadernación. Todo este arte que se hacía en su
momento se fue perdiendo por la industrialización.
Justamente, por todo este trabajo que lleva
detrás es que los libros nunca fueron baratos. Al día de hoy, así te compres el
libro más industrializado, con hojas pegadas y con las tapas de papel grueso
laminado (no llega a ser un cartoncito) hay un diseño, pero no es lo que
conocíamos en algún tiempo. Inclusive eso, si hoy por hoy lo comprás es caro.
El libro en sí como tecnología es un invento
fantástico, al punto que al día de hoy no se ha podido reemplazar. Si bien al
día de hoy tenemos el libro en desarrollo, en evolución, el concepto del libro
en sí como tecnología ha sido insuperable. No creo que algo lo haya
reemplazado. Sí cambian los soportes: vos podés migrar del soporte físico a uno
digital. Después discutiremos el tema del almacenamiento. La industria, sobre
todo en Latinoamérica, hoy le tiene bastante miedo al e-book y al libro
digital en sí. Yo creo que un tiempo más van a cambiar las cosas y tendremos
que estar atentos para ver cuál es el próximo desarrollo que se le puede hacer
al invento del libro como tecnología.
LAV: Comparto esta idea de que el libro no ha podido ser reemplazado. En las décadas de 1980-1990 se hablaba mucho del reemplazo del libro por formatos visuales. Se decía que se iba a enseñar con documentales y no con lecturas. Ya previamente escritores de ciencia ficción como Isaac Asimov o Ray Bradbury imaginaron sociedades así. Esto no ha sucedido. El libro digital sigue siendo un libro y, en lugar de pelear con el libro de papel, hay que pensarlo como un complemento con el que va a convivir a partir de ahora.
Volviendo a la entrevista: ¿cómo comenzó tu
amor por este oficio y donde lo aprendiste?
LM: Yo he tenido una afinidad importante con el libro que viene de familia. Mi abuela era una gran lectora y escribía. Mi madre fue la creadora de la biblioteca en mi casa, siempre apartó algo del presupuesto para libros de estudio, revistas y guardaba los libros de años anteriores. En casa desde que yo recuerdo siempre hubo libros. Eso para mí fue importante. Yo estudié todo el secundario con libros. Mi mejor amiga del colegio, Alejandra Funes, era la bibliotecaria así que tenía más contacto con libros y conversábamos de lecturas, historia, geografía, etc. Después gracias a una profesora del colegio, Alejandra Torres, descubrí que también me gustaba escribir. La afinidad cultural viene de familia: siempre me sentí muy cómoda con un libro en la mano.
Por esas cosas del destino y la bifurcación
de los caminos, cuando ingreso a la Facultad de Filosofía y Letras estaba
leyendo un texto sobre movimientos culturales que estaba fotocopiado, pero
tenía el formato de un libro y eso me voló la cabeza. Yo no podía entender que
fotocopias fueran un libro. Para entenderlo me puse a revisarlo. Bajé a la
biblioteca y le pregunté a la bibliotecaria quién hacía eso. Me dijeron que era
el encuadernador de la Biblioteca de la Facultad de Filosofía y Letras de la
Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo) Profesor Julio Quiroga. Le pregunté cómo
ubicarlo y me dijeron que hacía pequeños turnos en la Sala de Lecturas, por lo
que me acerqué a hablar con él. Le dije que estaba interesada en aprender el
oficio porque tenía libros en la biblioteca de mi casa –que luego pasaron a mí-
que quería arreglar. Le dije que no le iba a cobrar nada, que solo quería
aprender. Justo en ese momento Julio buscaba un ayudante de encuadernación que
hiciera los trabajos mínimos y así aprendí. Cuando llegué al taller de Julio me
di cuenta que era lo que quería hacer. Fue amor a primera vista. Fue decir: “ya
está, esto es”.
Me quedé trabajando con él por ocho años.
Aprendí el oficio y muchas cosas, que en los libros no las vas a aprender. Los
libros de encuadernación por lo general vienen de afuera, no hay manuales
latinoamericanos que te digan que podés reemplazar una cosa por la otra. Que yo
sepa, por lo que he investigado, los libros sobre encuadernación vienen de
afuera, hay ediciones con sello editorial latinoamericano pero la teoría viene
de afuera. No he encontrado en el país. Inclusive he escuchado el mismo
comentario de un encuadernador argentino que admiro muchísimo porque es muy
docente, Eduardo Tarrico. Es un problema porque contribuye a que las cosas se
vayan perdiendo. Yo tuve la oportunidad de que en esos momentos Julio me dijera
que sí y descubrí esa pasión por los libros.
A mí me costó muy poco aprender el oficio.
Con mis primeras encuadernaciones tenía pocos detalles a corregir. Finalmente
me dejó trabajando ahí con él. Con el tiempo y con el mismo trabajo, me fui
comprando prensas, guillotina, tipografía, otros materiales con los que comencé
a armar mi taller. Julio me regaló un componedor. También me fui interiorizando
porque hay cosas que aprendí sola como el tema del dorado en las tapas, manejar
bien el espacio con los diferentes cuerpos de tipografía, los diferentes
nombres de las letras y detalles muy minuciosos que el mismo oficio me fue
llevando. El oficio me tomó de la mano y fui aprendiendo, al día de hoy sigo
descubriendo nuevas cosas del oficio. Por suerte hay comunidades de
encuadernadores serios y profesionales en los una puede consultar y seguir
formándose.
El día de hoy tengo mi taller con las cosas
que fui comprando: prensas, maquinarias. Ahora agregué una impresora grande y
una doradora. También estoy trabajando con diferentes clichés. Ahora quiero
perfeccionarme en el dorado de los cantos. Es una de las cosas que me falta.
Después el tema del diseño de la parte anterior. Está en desarrollo el
proyecto.
LAV: Dado que también sos escritora, se combinan perfectamente ambos trabajos.
LM: La escritura como oficio también es algo que disfruto mucho de hacer. Si hoy me preguntan, creo que más que escritora profesional, me veo como una poeta. Me siento más cómoda con la poesía. Me gusta mucho la idea que tenían los griegos: no hacían una división de géneros literarios como la conocemos ahora, si no que hablaban de un Poeta Épico, un Poeta Dramático y un Poeta Lírico. Así me gusta pensar a mí la escritura. Como poeta, a veces lírica, a veces dramática y a veces narrativa o épica (por extensión de epos: narración). Yo me siento más cómoda con la palabra “poeta”, tal como la entendían los griegos. Si es así, me gusta mucho.
De hecho, uno de los proyectos que estoy
trabajando es en una editorial que abra caminos a otros escritores y, de alguna
forma, poder remendar los baches que me encontré cuando empecé y los que hay
todavía. Me interesa poder desarrollarlo como una contribución para otros
escritores y poetas. Pero también está en desarrollo ese proyecto.
LAV: Muy interesantes los proyectos que estás llevando adelante. ¿Trabajas sola? ¿Tenés apoyo del sector público o privado?
LM: Los proyectos que estoy trabajando ahora, en cuanto a lo corporativo, no recibo subsidios o ayudas económicas. Todo sale de mi bolsillo, de mi trabajo, lo invierto y lo reinvierto para aprovechar las cosas que van saliendo. No trabajo en solitario. Hay cosas que dependen pura y exclusivamente de mí, por lo que son indelegables, pero trabajo con gente freelance: diseñadores, dibujantes, artistas. Estamos haciendo pequeños proyectos dentro de la marca.
La verdad es que no puedo dejar de nombrar y
reconocer las capacitaciones que se han estado dictando desde el Gobierno de
Mendoza y la Municipalidad de Guaymallén que a mí me han ayudado mucho:
marketing de servicios, introducción a la industria 4.0. Gracias a esos
proyectos he conocido otros emprendedores. Sobre todo la Municipalidad de
Guaymallén a través de la Incubadora de Empresas, Economía para Emprendedores,
Mi Negocio Digital o talleres de ventas. Me han ayudado a adquirir otra visión
y profesionalización. Recibí además una beca del gobierno provincial para
estudiar Marketing de Servicios, que ya terminé. Todo eso ha sido muy
interesante: excelentes profesores y hablamos mucho de tecnología.
Pero si es financiamiento corporativo, tipo
Fondo Nacional de las Artes o Cultura de la Provincia, no recibo ningún tipo de apoyo.
LAV: En tiempos de libros virtuales y ediciones económicas, ¿es difícil encontrar el material que se necesita para este trabajo?
LM: Sí, tengo mucha dificultad. Te doy un ejemplo sencillo: si hago una tirada de 50 o 100 ejemplares de un cuaderno con determinado papel o punteras, a la próxima tirada ese producto no es el mismo porque no consigo las mismas punteras, el papel ha cambiado, ya no se trae o subió mucho de precio. Esa dificultad la suelo tener a diario con respecto a la producción. No puedo darle continuidad a ciertos productos que terminan siendo limitados o ediciones únicas porque no puedo reproducirlas más veces. No me pasa a mí, les pasa a otros comerciantes también.
Eso es un problema porque a veces
publicitaste un producto, el cliente lo ve y quiere lo mismo. Vos ya no le
podés ofrecer lo mismo porque la tirada ya se largó y se vendieron. Aunque
quiera el mismo tenés que negociar un par de variaciones. Eso es un problema a
nivel comercial. También me pasa con la tela que traigo de Buenos Aires, el
pegamento, los papeles y el cartón de Mendoza, y algunos herrajes que he traído
de Chile. Pero como luego no los consigo tengo que ir reemplazando y viendo.
En parte, si uno quiere darle un lado
positivo, te obliga a variar. Pero no te deja tener una continuidad. Eso
complica un poco la comercialización del producto. En cuanto al servicio, el
tema es la inflación. Suben los precios todo el tiempo y hay que presupuestar
apenas sale el trabajo sin dejar pasar el tiempo porque una se queda atrás con
los costos.
LAV: ¿Cuál fue el trabajo que más te gustó hacer?
LM: Me gustó más por la significación del momento. Yo había dejado de trabajar con Julio. Estaba trabajando en otro lugar y se me dio la oportunidad de hacer un libro de firmas para una Virgen Peregrina de Lourdes. Disfruté mucho hacer ese trabajo porque sentí que pude reunir todo el conocimiento que tenía y aunarlo en un solo libro. Fue un libro de firmas que lo trabajé con sobre relieve, con bajo relieve, con dorados y con costura especial. Fue muy significativo para mí. Antes yo solía consultar mucho a Julio y ahora estaba sola. Pude hacer ese trabajo sola, por lo que lo recuerdo con mucho cariño.
Lo que a mí me gusta mucho hacer dentro de
la encuadernación es arreglar libros. Me fascina arreglarlos. Quizá podría
sacar 50 ejemplares de un producto más rápido y el dinero es más redituable,
pero a mí me gusta más arreglar el libro. Suelo tomar trabajos difíciles y
complicados para recuperar porque, aunque lleve tiempo, me gusta trabajar el
detalle, la fibra de papel, el secado y el proceso. Soy una enamorada del
proceso.
Después me gusta mucho arreglar los libros
sagrados, de cualquier credo. He encuadernado Biblias, Misales, Torá y el
Corán. Me es indistinto el credo. Estos libros tienen algo especial. No me
preguntes porqué, pero inclusive tienen un perfume especial. El hecho de saber
que son libros que trascienden el alma de las personas, que las elevan, que le
aportan mucho desde lo espiritual. Me gustan por su significado. Pero en sí
esto es lo que más me gusta, también me gusta mucho la Encuadernación
Artística, es algo que estoy explorando recién ahora, pero que me gusta mucho.
LAV: ¿Qué es la Encuadernación Artística?
LM: Dentro de la encuadernación tradicional tenemos la Clásica y la Artística. La estructura interior puede ser la misma. El tema es que en la segunda se le agrega más diseño y más arte. La idea es convertir la edición en una pieza de arte. El arte en sí es prácticamente inagotable. En los concursos de Encuadernación Artística se da una temática y el encuadernador debe introducir su creatividad y tomarse licencias artísticas. Yo creo que en ese tipo de encuadernación tiene que estar la creatividad jugando, que es lo que más me gusta. Si bien no me he especializado en ella, es algo que me gusta y me llama la atención. He hecho un par para artistas visuales (fotógrafos, ilustradores). Eso es lo que sería a grandes rasgos.
Lo que tiene de interesante, a diferencia de
la Clásica, es que no es tan mecánica. En encuadernación para libros de
Bibliotecas la necesidad es otra, y no da para una encuadernación artística en
libros de mucha lectura que serán bastante maltratados. Por eso se recurre a
una encuadernación tradicional: reforzar la estructura, tapas, cuerpos, apostar
por mejor hoja. En la artística uno tiene licencias más creativas, donde puede
jugar con las texturas, materiales, colores y formas. Puede ser con o sin
pegamento, las tapas más o menos estructuradas, con solapas extras. En otro
tipo de libros esto no se justifica, pero en la artística sí.
LAV: Volvimos al tema del inicio. La encuadernación no sería solo un oficio o profesión, sino también un arte.
A lo largo de esta entrevista pudimos ver
que sos una verdadera enamorada de los libros y de tu trabajo. ¿Te gustaría
agregar algo para cerrar?
LM: Primero agradecerte el espacio en esta entrevista. Si tuviera que decir algo es que hay que estar atentos en torno a la evolución del libro y las nuevas tecnologías. Todo aquello que complemente y pueda ayudar a mejorar el libro. Hay cosas que ni siquiera conocemos y quizá en este momento alguien esté desarrollando. No vale la pena caer en binarismos opuestos de: libros sí o no, digital sí o no. ¿Por qué no puede ser un complemento? ¿Por qué no pueden evolucionar, convivir?
Hay muchas formas que todavía ni conocemos
que nos puede plantear el libro como tecnología. Así que no hay que perder el
vínculo y alentar a la gente que se quiera sumar a la encuadernación: que sigan
los foros, los grupos de Facebook e Instagram, y a los encuadernadores de los
buenos que dan cursos. Siempre hay que capacitarse y formarse, uno está
aprendiendo todo el tiempo cosas nuevas y a veces es por prueba/error. Hay que
creer en la proyección del futuro del libro.
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