La Esquina (cuento)

   Gustavo vive solo en un monoambiente de 3 por 6 metros. Algo pequeño, pero cómodo y perfectamente funcional a sus necesidades. Desde la esquina donde se ubica su cama es posible ver todo el departamento. Bueno, en realidad no todo: la esquina opuesta a la de su cama queda cubierta por el abultamiento del baño, único ambiente separado del resto de la vivienda. Allí guarda las escobas y los enseres de limpieza.

   Muchas veces Gustavo se ha despertado con la terrible sensación de que algo siniestro se ocultaba en esa esquina que no podía visualizar. Con el paso del tiempo esa sensación se fue incrementando hasta impedirle levantarse durante la noche. En innumerables oportunidades sintió ganas de orinar en horas de la madrugada y el temor le impidió ir al baño. Permaneció asustado bajo las sábanas hasta que el sol hizo su aparición y recién en ese momento fue capaz de levantarse, con la vejiga hinchada y los riñones doloridos. Otras veces se levantó rápidamente y corrió hacia el baño, permaneciendo encerrado en el mismo por un largo tiempo hasta que la sensación desaparecía. Inclusive de día comenzó a sentir temor cuando debía ir en busca de una escoba.

   Consciente de que no podía seguir con esa situación, decidió buscar ayuda profesional. El doctor Lombardo, psiquiatra de orientación conductual, diagnosticó que su temor se debía a un condicionamiento aprendido, y planificó un tratamiento basado en técnicas de exposición, desensibilización sistemática y control de la ansiedad. Todas las noches Gustavo debía levantarse en horas de la madrugada (las 3:00 AM resultaba ideal por su carácter simbólico) y aproximarse a la temida esquina mientras ensayaba controlar su ansiedad. Los éxitos parciales actuarían como reforzadores de la nueva conducta.

   Las primeras noches no consiguió salir de la cama. Se limitó a tratar de alumbrar con la linterna del celular el espacio temido.

   Unas noches después, juntó valor levantarse y caminar unos metros hacia allí, pero rápidamente volvió a esconderse bajo las sábanas, como cuando era un niño pequeño que le temía a la oscuridad. Solo que ahora no estaban ni su padre ni su madre para venir a socorrerlo.

   En una oportunidad, caminó con los ojos cerrados hasta la esquina, permaneció unos segundos en el lugar y regresó rápidamente, no sin antes llevarse por delante una silla y golpearse un pie con el borde de la cama.


   Luego de varios intentos consiguió acercarse con los ojos abiertos mientras hacía ejercicios respiratorios para controlar su ansiedad, y mirar durante unos segundos. No vio nada perturbador, pero igualmente abandonó pronto el lugar y regresó a la seguridad de su lecho. Pero esa noche se durmió tranquilo. Sentía que sus miedos estaban llegando a su fin.

   Progresivamente fue aumentando el tiempo de exposición, mientras la ansiedad disminuía. Esto reforzaba su seguridad. Ya era capaz de ir al baño en medio de la noche o de levantarse a tomar un vaso de agua o cerrar una ventana.

   La última noche permaneció cerca de cinco minutos, mientras bebía lentamente una taza de té. Yo lo observaba sin que sospechara de mi existencia.

   Ahora que se siente seguro es el momento de salir de mi escondite. Esta noche me presentaré ante él.

   Hoy lo tomaré por sorpresa.

  

Cipolletti, 22 de mayo de 2019.

Publicado en El Narratorio Digital, N° 40, junio de 2019. Reproducido posteriormente en Caldenia, Cocoliche y páginas de internet.

Comentarios

  1. Gracias por pasar Anastasia y leer mi cuento. Te invito a pasar por mi Instagram.

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