La Unidad en las calles: obreros y estudiantes en la Argentina de 1960-1970

    El presente artículo es un fragmento de un trabajo realizado para la cátedra de Historia Argentina III en la Facultad de Ciencias Humanas de la Universidad Nacional de La Pampa, cuando estudiaba la carrera de Licenciatura en Historia.

 


El contexto internacional: movimientos sociales, guerra y revolución

 

   En la segunda mitad de la década de 1960, el orden internacional de posguerra y las instituciones del Estado de Bienestar transitaron un periodo de crecientes cuestionamientos ante el fuerte descenso de las tasas de crecimiento del Producto Bruto nacional y la rentabilidad de las empresas que afectaban también las condiciones de vida de la población. No obstante “la Edad de Oro del Capitalismo” trajo consigo una serie de transformaciones sociales de tales dimensiones que afectaron a la gran mayoría de la humanidad, periodo comprendido entre la finalización de la Segunda Guerra Mundial (finalizada en 1945) y la Crisis del Petróleo (1973), marcando una división entre la sociedad tradicional y la sociedad contemporánea.

   El más importante de estos cambios fue la desaparición relativa del campesinado, impulsado por la incorporación de tecnología, la cría selectiva de ganado y la biotecnología. La contrapartida del despoblamiento fue una acelerada urbanización.

   El proceso que desde fines del siglo XIX había convertido a los partidos y organizaciones obreras en fuerzas políticas de significación entró en crisis en los países desarrollados debido a que el éxito del Estado de Bienestar, con políticas de pleno empleo e incorporación de los sectores popular al consumo masivo, le aseguraron a la clase trabajadora un nivel de vida impensado para las generaciones anteriores. Esta situación tuvo sus consecuencias porque agudizó las diferencias entre los que realizaban actividades de mayor significación, mejor remunerados y más permeables a los discursos del centro y la derecha (los 2/3 de la población), y la minoría que quedaba sumergida en la pobreza y la marginalidad.

   Las mujeres pasaron a ocupar un lugar cada vez más importante en la sociedad, a favor de su incorporación masiva en el mercado laboral. Su incorporación masiva a los estudios universitarios y la popularización de la píldora anticonceptiva en la década de 1960 que liberaba de la “maternidad obligatoria”, permitieron una mayor presencia de las mujeres en los lugares de trabajo, las academias y la política.

   Las políticas keynesianas basadas en el crecimiento del mercado interno, habían configurado un nuevo actor social: el “Obrero fordista”, al mismo tiempo productor y consumidor de lo que producía. Este obrero va a ser compañero de otro actor social importante de esta década: el estudiante universitario, que había dejado de pertenecer a la elite y cuyo número había crecido enormemente debido al proceso de innovación tecnológica que impulsó la expansión de las profesiones para las cuales eran imprescindibles los estudios universitarios. El obrero fordista y el estudiante serán actores principales de las movilizaciones populares de finales de la década.  

   A ellos se agregaba otro actor social: el de los intelectuales críticos, constructores de un discurso contestatario al de las clases dominantes. En una época en que los gestos tenían una enorme fuerza moral, Jean Paúl Sartre había rechazado el Premio Nobel de Literatura en 1964. Otro francés, Michael Foucault denunciaba la presencia de los mecanismos de poder en el interior de las instituciones. En la Sorbona, dos grandes historiadores de tendencias ideológicas opuestas, el gaullista Fernand Braudel y el marxista Pierre Villar, denunciaban el colonialismo francés en África. En Estados Unidos estallaban rebeliones estudiantiles en las Universidades de Harvard y Berkeley a favor de los movimientos por los derechos civiles y la libertad de expresión, y en contra de la guerra imperialista en el sudeste asiático.

   La amenaza de una guerra nuclear entre los Estados Unidos y la Unión Soviética, llevó a la aparición de movimientos pacifistas que, según Eric Hobsbawn, no tuvieron éxito salvo el de los jóvenes estadounidenses que se negaban a participar en la Guerra de Vietnam[1].

   Esta situación de descontento social y político no fue patrimonio únicamente de los países capitalistas. La Unión Soviética también debió soportar serios cuestionamientos por la intervención militar en Checoslovaquia conocida como “la primavera de Praga” para reprimir la movilización de jóvenes y obreros que reclamaban por la vigencia de las libertades civiles y políticas, y mayores derechos sociales. En China, la Revolución Cultural (1966-1976) se propuso “limpiar de elementos burgueses”, así como de disidentes al lider Mao Tse Tung, a las mismas filas de su partido, desembocando en una brutal represión en todo el país.

   En Francia, en mayo de 1968, desde los Centros Universitarios de Paris y Nanterre se impulsó una rebelión estudiantil que cuestionaba no solo el sistema educativo de ese país, sino también a la “sociedad de consumo”, especialmente al encuadramiento de los jóvenes en un sistema capitalista que consideraban injusto. Los estudiantes franceses se manifestaron con huelgas y marcados rechazos a la autoridad, siendo acompañados por los obreros.  Los ideales del “Mayo Francés” se difundieron rápidamente dando lugar a protestar estudiantiles en todo el mundo. En México los estudiantes se manifestaron en contra del autoritarismo del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en la Plaza de las Tres Culturas de Tlatelolco, siendo ferozmente reprimidos por el Ejército que masacró a mas de cuatrocientos universitarios.

   Pero de todos los movimientos revolucionarios y de liberación nacional que estallaron en esta época, el que mayor adhesión suscitó fue la Revolución Cubana de 1959. El hecho de que la Cuba revolucionaria pudiera subsistir a escasos 50 kilómetros de la costa estadounidense y con un bloqueo declarado por el gobierno de John F. Kennedy, la convertía en una inspiración para los movimientos y partidos revolucionarios del continente.

  Cuando en 1965, 15 mil marines norteamericanos desembarcaron en Santo Domingo para imponer un régimen títeres de Washington, la indignación recorrió el mundo. Pero fue la intervención en Vietnam lo que desató un vasto movimiento político y social dentro y fuera de los Estados Unidos. El NAPALM, los bombardeos masivos, torturas y asesinatos, se volvían contra los ejecutores. En la conciencia de los “pueblos civilizados” se tornaba insoportable el horror de Argelia, Vietnam y el Congo.

   En el marco de la Guerra Fría, el fantasma de la revolución parecía provenir menos del proletariado de los países industrializados –como había soñado Marx en el siglo XIX- que del sur de América. Allí se encontraron, no siempre de manera fácil, el socialismo, el comunismo, el nacionalismo popular y latinoamericano, y el cristianismo que recuperaba su milenaria opción por los pobres a través de la “Teología de la Liberación” y el Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo.

   Los ejércitos latinoamericanos habían sido reestructurados a partir de la Alianza para el Progreso, que impulsó el presidente estadounidense Kennedy en 1961, y se veían como “la reserva moral de la Nación” para salvar a la sociedad  occidental-cristiana del peligro comunista. La introducción de la Teoría de Seguridad Nacional, que sostenía que el enemigo se encontraba dentro de las fronteras y del tejido social, los indujo a proponer soluciones represivas. Las buenas relaciones de las fuerzas armadas latinoamericanas con las norteamericanas permitieron que en menos de una década la mayoría de los gobiernos electos democráticamente fueran derrocados y que se implementaran  regímenes genocidas tendientes a moldear una sociedad asentada en patrones más conservadores.

 

De Illía a la “Revolución Argentina”

 

   Las elecciones nacionales de 1963 consagraron al radical Arturo Illia como Presidente de la República Argentina con solo el 25% de los votos. Esto dejaba al gobierno en una crisis de legitimidad, ya que los votos en blanco –que correspondían al Partido peronista que había sido proscripto en 1955- superaban a los obtenidos por el partido que ahora asumía el gobierno. Esto llevó al presidente Illia a implementar una serie de medidas para atraer a la clase obrera: suba de salarios, leyes de salarios mínimos y precios máximos, controles al capital extranjero que incluían el rechazo a muchos de los contratos petroleros de los gobiernos anteriores, y oposición a la instalación de las multinacionales farmacéuticas en el país (Illia era médico) para defender la producción nacional de medicamentos. También fue el único gobierno en donde el presupuesto educativo superaba al militar.

   Al mismo tiempo la apertura de los canales de participación permitió el resurgimiento de dos actores sociales. El primero fue el sindicalismo peronista, con una organización fuertemente disciplinada y verticalista que llevó adelante una serie de luchas contra el gobierno que incluía las marchas al Congreso, las movilizaciones en caravanas, tomas de fábricas, cabildos abiertos, ridiculización de opositores y celebración de fechas que habían sido proscriptas en 1955 como el 17 de Octubre –Día de la Lealtad- o el 26 de julio - aniversario del fallecimiento de Eva Duarte de Perón-. El otro actor fue movimiento estudiantil universitario, que se manifestó a través de la toma de facultades para reclamar por el aumento del presupuesto universitario y en solidaridad con las movilizaciones obreras.

   El 28 de junio de 1966 un golpe de estado autodefinido como “Revolución Argentina” derrocó al gobierno de Arturo Illía e instaló un “Estado Burocrático Autoritario” bajo la dirección del general Juan Carlos Onganía, que tenía como objetivo aplicar medidas de estabilización y racionalización que beneficiaran a las industrias trasnacionales. Las primeras medidas tomadas por el Ministro de Hacienda Adalbert Krieger Vasena impusieron una devaluación de la moneda del 40% y de las retenciones agropecuarias, lo que redujo el déficit fiscal y la inflación, y permitió sanear las cuentas del Estado. La desocupación bajó, pero se mantuvieron bolsones de pobreza en todo el país. Los sectores perjudicados por estas medidas fueron los pequeños empresarios nucleados en la Confederación General de la Empresa (CGE), creada por el general Juan Domingo Perón, y las clases trabajadores del Chaco, Tucumán y Misiones como consecuencia de la caída de las economías regionales[2].

   El primer sector en levantarse contra la dictadura fueron los estudiantes de la Ciudad de Córdoba como reacción a las medidas del gobierno que trataban de limitar la autonomía universitaria. Las principales agrupaciones estudiantiles llamaron a un paro para el 22 de agosto y estudiantes de la Agrupación Universitaria Integralista llevaron adelante una huelga de hambre frente a la Iglesia Cristo Obrero. Los disturbios continuaron con la toma del Barrio Clínicas, donde se sumaron vecinos que levantaron barricadas. La dictadura se cobraría en el momento su primera víctima, cuando el 7 de septiembre el estudiante de Ingeniería y obrero de la planta automotriz IKA Santiago Pampillón recibió un disparo en el cráneo lo que provocó su muerte cinco días después. Su doble condición de obrero y estudiante llamo a la solidaridad de la Confederación General del Trabajo (CGT), la primera organización de trabajadores del país, que repudió la agresión al estudiantado, disponiendo la realización de una huelga de una hora de turno y un acto frente a la central sindical para reclamar el cese de la represión y reafirmar el principio de una universidad abierta al pueblo.

   En 1968 se consolidó la CGT de los Argentinos -“la rebelde, la que carece de recursos” como se definió en su manifiesto fundacional[3]-, bajo el liderazgo del dirigente de Luz y Fuerza Agustín Tosco, que comenzó a promover nuevas formas de protesta en contraposición a la férrea disciplina y verticalidad que había mantenido la CGT Azopardo (peronista) hasta el momento. Esta alentó la vinculación con los estudiantes a partir de la realización de conferencias, mesas redondas y peñas[4]. Ese mismo año la Federación Universitaria Argentina (FUA) celebró los 50 años de la Reforma Universitaria, planteando la necesidad de hacer un frente anti- oligárquico y anti- imperialista, y la unidad entre obreros y estudiantes en la lucha contra la dictadura. A la CGT y el movimiento universitario se unieron también los sacerdotes del Tercer Mundo, que en nuestro país adherían alrededor de 270 religiosos.

   Desde comienzos de 1969 se hizo sentir el descontento del sector obrero con el que comenzaría la descomposición del régimen dictatorial. La falta de cumplimiento respecto del restablecimiento del mecanismo de las convenciones colectivas, prometido para diciembre de 1968, estalló en una serie de manifestaciones de protesta. El 13 de mayo los trabajadores despedidos del Ingenio Amalia en la provincia de Tucumán, ocuparon el establecimiento y tomaron como rehén al director-gerente José Gabarain, exigiendo el pago de haberes atrasados. Al día siguiente, en Córdoba, 3500 obreros de la industria automotriz abandonaron las fábricas para reunirse en el Córdoba Sport Club para organizar la lucha en contra de la abolición del “sábado ingles” o día de descanso los fines de semana. Duros enfrentamientos callejeros entre los sectores movilizados y las fuerzas represivas del régimen que arrojaron un saldo de 11 heridos, 26 detenidos y rotura de comercios.

   Entre mayo y septiembre de 1969 Rosario protagonizó uno de los procesos más ricos e intensos de la lucha antidictatorial que se estaba librando en todo el país, como resultado de la unidad en la calle de los obreros y los estudiantes. A principios de ese año 27 sindicatos santafesinos habían conformado la Regional Rosario de la CGT de los Argentinos para movilizarse frente a la crisis de las economías regionales y el cierre de fábricas. El 11 de abril se congregaron 10 mil manifestantes en Villa Ocampo, y desde esa ciudad partió la Marcha del Hambre hacia la capital provincial, integrada por una larga caravana de desocupados o con sus fuentes de ocupación amenazadas. Habían adherido a la protesta vecinos de las localidades de Villa Ana, La Gallareta, Tacuarendí, Las Toscas y Villa Guillermina. Desde la capital provincial el gobierno movilizó más de 3000 policías, gendarmes y soldados. La pueblada enfrentó la represión y ocupó el edificio comunal obligando a renunciar al intendente municipal “porque no sirve para defender al pueblo”. A ellos se sumaron los universitarios en repudio a la intervención de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).

   El 15 de mayo de 1969, tras el anunció del aumento del 500% del vale del Comedor Universitario, los estudiantes de la Universidad Nacional de Corrientes salieron a la calle a repudiar la medida del rector Carlos Walker. La policía reprimió causando la muerte del estudiante Juan José Cabral.

   La noticia corrió rápidamente y al día siguiente se produjo una reacción de repudio en la Facultad de Medicina de Rosario, a la que se le sumaron otras facultades. Con la nueva represión y muerte del estudiante Adolfo Bello, comenzó lo que para muchos se conoce como “la semana rabiosa” que se expandió de Rosario a Córdoba y otros puntos del país.

   A partir de aquí los hechos se precipitaron uno tras otro. El 21 de mayo el Comité de Lucha Estudiantil de Rosario y la CGT de los Argentinos convocaron “a todos los estudiantes y al pueblo de Rosario a la marcha de homenaje a los compañeros caídos” y llamaron “a la solidaridad de todo el pueblo y el cierre de los negocios”. La marcha partiría de Plaza de Mayo para culminar frente al local de la CGT donde habría una olla popular.

   En horas previas a la marcha toda la zona céntrica de Córdoba fue cercada por patrulleros, carros de asalto, autobombas, carros hidrantes, y guardias de infantería y caballos. Pese a todo los estudiantes se congregaron portando carteles y se sentaron en silencio. Pocos minutos después la policía lanzó gases lacrimógenos para desconcentrar a los estudiantes. Estos respondieron con piedras, se dispersaron y volvieron a agruparse en improvisadas columnas que intentaban llegar al centro. Durante varias horas alrededor de 4 mil estudiantes se enfrentan con la policía y, con ayuda que le prestan los vecinos, lograron ocupar varias edificios de la ciudad, entre ellos el Rectorado.

   La ciudad fue ocupada por fuerzas militares que retomaron el control de los edificios ocupados. Durante uno de los operativos el estudiante y obrero metalúrgico Luis Norberto Blanco, de 15 años, murió de un tiró en la espalda. Al día siguiente, desde la madrugada, Rosario fue declarada zona de emergencia, bajo jurisdicción militar.

   La protesta continuó con un paro general, que provocó un elevado ausentismo en Rosario y la zona de San Lorenzo. Pero lo que más impactó fue la marcha de 7000 personas que acompañó los restos de Blanco. Durante cuatro horas, la columna recorrió las 87 cuadras que separaban la vivienda de Blanco del cementerio. Frente al féretro, el párroco Federico Parenti expresó: “... que esta sangre vertida, que esta sangre que llega al cielo, no sea en vano... que ella lleve la liberación que ansiamos, el instante de justicia que esta reclamando el mundo. Dio su sangre por la liberación del hombre, para que el hombre se despoje de su esclavitud”.

   Mientras en Rosario parecía normalizarse la situación para el régimen militar, en Córdoba comenzaba a gestarse una nueva revuelta popular.

 

El corazón de la rebeldía: el Cordobaza

 

La rebeldía estalla en Córdoba y es violenta, porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar de una vez, y para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de MayoManifiesto Liminar de la Reforma Universitaria, 1918.

 

   Al igual que en la Reforma Universitaria de 1918, Córdoba iba a ser nuevamente el centro de la rebeldía. La Córdoba de las campanas y de iglesias innumerables que en 1955 había sido la vanguardia de la Revolución Libertadora anti-peronista, experimentó un cambio entre 1956 y 1966 debido a la enorme concentración de obreros y estudiantes.

   La instalación de las plantas fabriles IKA–Renault en Santa Isabel y FIAT en Ferreyra aumentó el número de obreros en la ciudad y la ampliación de la capacidad de consumo llevó al florecimiento de despensas, almacenes, ferreterías y tiendas[5]. Estos pulcros obreros de salarios relativamente altos serían los ejecutores del Cordobazo. “A este paro me lo hicieron los obreros mejores pagos del país” se lamentaba el ministro Krieger Vasena. Junto con los obreros, la población universitaria había crecido por la llegada de estudiantes de otras provincias que residían en los barrios Clínicas –centro de la reforma de 1918 y las protestas de 1966-, Alberdi, Observatorio y Nueva Córdoba.

   El 26 de mayo, mientras se calmaba la situación en Rosario, el barrio universitario de Clínicas fue ocupado y al día siguiente, el sindicalista Ongaro fue detenido cuando llegaba en tren a la localidad para solidarizarse con la lucha. Mientras tanto las delegaciones del interior empezaron a presionar para que se declarara un Paro Nacional ante la grave situación que se estaba viviendo. Con tal motivo, la CGT Azopardo convocó a un paro general de 24 horas para el día 30 de mayo. La CGT de los Argentinos, decidió que el paro sea de 48 horas y adelantarlo para el día 29.

   A las diez de la mañana del 29 de mayo comenzó un masivo abandono de plantas industriales. Inmediatamente los obreros de IKA- Renault, Transax, Thompson Ramco, ILASA, FIAT y las numerosas industrias instaladas en la zona comenzaron a marchar hacia el centro de la ciudad. Lo mismo ocurrió con los empleados públicos de la Empresa Provincial de Energía de Córdoba (EPEC), donde el acatamiento a la medida fue total. A lo largo de la marcha se fueron sumando estudiantes y vecinos en general que pasaron a engrosar las filas que iban rumbo a la ciudad.

   A poco de llegar al centro la policía hizo fuego contra una de las columnas, matando al obrero de IKA- Renault Máximo Mena. Inmediatamente los trabajadores se lanzaron contra el cordón policial desbandándolo.

   Se sumaron a las manifestaciones sectores de la clase media profesional o de pequeños comerciantes que protestaban contra el autoritarismo del gobierno. Para las dos de la tarde la policía estaba completamente desbandada. La Burocracia Sindical peronista intentó establecer un cierto control pero no lo consiguieron. Fueron quemados los considerados símbolos del imperialismo como las empresas Xerox y Citröen, y se saqueo el Club de Suboficiales del Ejército. Al caer la tarde, la mayoría de los trabajadores se retiró a sus hogares y la burocracia no quiso continuar la protesta porque habían perdido en control. El principal foco de resistencia quedaba en los barrios estudiantiles de Alberdi y Clínicas. La ciudad fue intervenida por el Ejército, ante la ridícula denuncia del gobierno de la existencia de francotiradores comandado desde Moscú.

   En la madrugada del 30 de mayo, el día del paro nacional llamado por la CGT Azopardo, Córdoba era una ciudad tomada. La resistencia continuaba en los barrios estudiantiles. A la tarde, pese al toque de queda, se llevaron a cabo algunas marchas de protesta. La policía allanó locales de los sindicatos y detuvieron a Tosco y Torres, junto a otros dirigentes sindicales a los que se les impuso penas de entre 4 y 10 años.

   La protesta continuó durante varios días, dejando un saldo de 12 muertos y 93 heridos. El acontecimiento conmovió a la opinión pública y el impopular gobernador de Córdoba, Caballero, debió renunciar. El 20 de junio el dictador Onganía asistió al acto por el día de la Bandera en Rosario y fue repudiado. El Cordobazo dejaba al régimen en una posición muy cuestionada, e incapaz de hacer frente a la nueva rebelión popular.

 


La Rosa Crispada: el Rosariazo


   Después de intervenir la Unión Ferroviaria, la dictadura anuló los convenios y numerosas conquistas se perdieron, al tiempo que rebajaba las categorías y los sueldos. Por haberse plegado a varios paros, 116 mil obreros y empleados fueron castigaron de diversa manera. Al mismo tiempo se aplicó la Ley de Represión al Comunismo y se encarceló a varios dirigentes.

   El 8 de septiembre el Cuerpo de Delegados Ferroviarios de la seccional Rosario del Ferrocarril Mitre y la Comisión Coordinadora de la Unión Ferroviaria anunciaron que se iniciaba “una huelga de brazos caídos” en los lugares de trabajo, a causa de la suspensión del delegado administrativo Mario J. Horat. Ese día respaldaron el paro los 1500 obreros de los talleres de Rosario y cerca de 3000 de otros talleres de la provincia de Santa Fé.

   El 12 de septiembre los delegados ferroviarios declararon un paro por tiempo indeterminado que se extiende por todo el país. En Córdoba se ocupan fábricas y en Cipolletti (Río Negro) se dio un levantamiento masivo conocido como “el Cipolletazo”, al que sumó incluso la policía, debiendo llevar oficiales de otras lugares para reprimir. El gobierno decretó la movilización de contingentes militares. El día 15 la CGT Unificada de Rosario decretó un paro de 36 horas, al que adhieren los partidos políticos y estudiantes universitarios.

   A partir de las diez de la mañana del 16 de septiembre, masivas columnas de trabajadores comenzaron a marchar desde sus sedes sindicales o de los lugares de trabajo. A los 7000 ferroviarios se sumaron los empleados del molino harinero Minetti, los obreros textiles de Extesa, los trabajadores del vidrio, los de la construcción y otros. Todos intentaban converger en el local de la CGT de Córdoba al 2100. Los estudiantes que se habían concentrado en diferentes facultades, se incorporaron masivamente a las columnas obreras[6].

   Los primeros ataques de las fuerzas represivas lograron dispersar parcialmente a los manifestantes. Sin embargo, la organización previa de autodefensa comenzó a dar resultados: estos resistían y levantaban barricadas, reagrupándose una y otra vez. En las barricadas ubicadas en distintos puntos de la ciudad convergían distintas ideologías políticas. Los puntos de concentración aumentaron, se incendiaron vehículos y la policía tuvo que replegarse manteniendo el control solo en la sede el Comando del II Cuerpo del Ejército, la Jefatura de Policía, los Tribunales y las radioemisoras más importantes.

   A media tarde el centro fue desalojado y la lucha se desplazó hacia los barrios, sobre todo el norte y el sur de la ciudad, principalmente las zonas fabriles. Se ocuparon estaciones de trenes y se intentaron quemar camiones cargados de mercadería. Al día siguiente continuó la lucha, pese a que se había levantado el paro. El entonces coronel Leopoldo Galtieri –futuro dictador- participó en la represión. Se pusieron en funcionamiento Tribunales Militares para condenar a políticos y sindicalistas.

   La rebelión de Rosario fue controlada, pero entre los días 17 y 20 de septiembre estallaron otras en Santa Fé, Córdoba, Bahía Blanca y Tucumán, que provocarían la renuncia de Onganía pero no la caída de la dictadura.

 

El Viborazo y la retirada militar

 

   El año 1969 marcó el inicio de la descomposición del régimen que se traduciría en un cuestionamiento generalizado por parte de diversos sectores de la sociedad, principalmente obreros y estudiantes. En estos últimos principalmente, se consolidó como un actor social dispuesto a romper con el pasado y llevar a cabo una reparación moral, lo que Juan Carlos Torres llamó “parricidio político[7].

   Durante estas movilizaciones también se fueron modificando los contenidos de las reivindicaciones y las protestas hasta convertirse en un cuestionamiento a la burocracia sindical, comenzando lo ha llegado a denominarse “un proceso de irrupción de las bases sobre la dirigencia[8]. Tanto en el Sindicato de Trabajadores de Fiat Concord (SITRAC) y Sindicatos de Trabajadores de Fiat Materferd (SITRAM) de Córdoba renunció la vieja dirigencia, dejando lugar a una conducción denominada “clasista” y de izquierda que se manifestó en contra de la “burocratización” negándose a formar parte de la CGT regional y declarándose a favor de mayor representación sindical y democracia interna. Su lema era: “contra la burocracia sindical, contra la dictadura militar, contra el capitalismo internacional”.

   Entre enero y marzo de 1971 se dieron en Córdoba movilizaciones estudiantiles en reclamo de libertad a los presos políticos, en repudio a la violación de los derechos humanos y las políticas universitarias de la dictadura, y en solidaridad con los reclamos del personal universitario. Al mismo tiempo se dieron tomas de fábricas con rehenes en repudio a los despidos.

   El 1º de marzo el general Roberto Marcelo Levingston –sucesor de Onganía- designó a José Camilo Uriburu, de familia aristocrática y representante de la derecha católica, como interventor de la provincia de Córdoba, desplazando al gobernador Bas que se había opuesto a la intervención militar. Diferentes sindicatos se movilizan en repudio de la medida y la CGT llama a un paro general para el 12 de marzo. En ese clima el gobernador anuncia que “Dios le ha encomendado la misión de cortarle la cabeza a la víbora venenosa que anida en Córdoba”.

   El día 12 hay un paro general de la CGT con la toma de establecimientos y marchas al centro de la ciudad. Los obreros de FIAT, en lugar de ocupar la fábrica, decidieron abanadonarla y movilizarse por los barrios cercanos. Durante la marcha fueron reprimidos por la policía que asesinó al obrero Adolfo Cepeda, lo que desató la rebelión popular tal como había ocurrido en el Cordobazo. Se produjeron enfrentamientos con la policía y resultaron detenidos varios dirigentes estudiantiles. Al día siguiente la huelga continuó y durante todo el día se dieron nuevos enfrentamientos en barrios con levantamiento de barricadas. El día 14, más de 10 mil cordobeses marcharon acompañando el cuerpo del obrero asesinado.

   Entre el 15 y el 18 se registran nuevos enfrentamientos, ocupaciones de edificios y tomas de barrios. El fracaso de los Sindicatos para coordinar la protesta aseguró una veloz represión, dejando la jornada un saldo mucho mayor que el Cordobazo en perdida de vidas y daños materiales. El 18 de marzo la ciudad fue ocupada por las fuerzas militares, pero el gobierno estaba muerto. En esta protesta, además de los sectores obreros y estudiantiles, también contó con la presencia de las organizaciones armadas que habían surgido en los últimos años de la dictadura de Onganía.

   Durante la manifestación pudo verse estudiantes portando una bandera con una serpiente y la leyenda “No podrán cortarla” o “Esta es la lucha de la serpiente versus el desgobierno”. Esto quedó demostrado al ver como la fuerza del movimiento obrero y estudiantil pudo derrocar al gobierno autoritario.

   El 23 de marzo, el general Alejandro “Cano” Lanusse, que había asumido como presidente de la Junta Militar los primeros días de mes, tomó a su cargo las responsabilidades del poder ejecutivo, además de sus funciones[9]. Levingston había sufrido el mismo destino que Onganía por no poder cumplir con la función del mantenimiento del orden burgués frente a las movilizaciones populares.

   Lanusse asumió con el objetivo de asegurar una transición a un gobierno surgido de elecciones que fuera aceptado por las Fuerzas Armadas y en el que participara el peronismo, pero en el cual Perón no cooptara todo el gobierno. Con la colaboración del radical Arturo Mor Roig gestó el Gran Acuerdo Nacional (GAN) que apuntaba a lograr un entendimiento con los partidos políticos, burocracia sindical, empresarios y la dictadura militar. Pero este acuerdo, difundido gráficamente con la imagen de un equipo de fútbol, no fue aceptado por la sociedad porque implicaba reconocer que las Fuerzas Armadas habían cumplido con una “función patriótica” y porque se podía advertir que el acuerdo apuntaba a llamar a elecciones para todos los cargos pero en el que habría un solo candidato para la presidencia, que acaso sería el mismo Lanusse[10]9.

   Ante la posibilidad de que el descontento estallara en un nuevo “17 de Octubre” –haciendo alusión a la movilización de 1945 por la liberación del general Perón- el gobierno decidió dar un paso atrás. En la cena de Camaradería de julio de 1972 Lanusse declinó su candidatura y retó a Juan Domingo Perón a volver diciendo que “no le daba el cuero”. La dictadura había caído y las elecciones de 1973 verían el regreso del peronismo al poder.

   Pero más allá de esta deriva, las movilizaciones de 1960-1970 verían una impresionante unidad obrero-estudiantil que mostró tener el poder para imponer sus demandas pese a la represión y la falta de libertades políticas. Un ejemplo de que la unidad de los sectores populares es el camino para defender nuestros derechos y libertades fundamentales.

 

Bibliografía


[1] Hobsbawn, Eric J.; Historia del siglo XX (1914- 1991), Barcelona, Crítica, 1997, p. 439.

[2] Para ampliar este ver Romero, Luis Alberto; (2001) Breve Historia Contemporánea de la Argentina, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2001, pp. 173-174; y Gordillo, Mónica; “Movimientos sociales e identidades colectivas: repensando el ciclo de protesta obrera”, en: Desarrollo Económico, Buenos Aires, vol. 39, Nº 155, 1999, p. 389.Ver Romero (2001: 173- 174).

[3] “CGT con la patria y el pueblo Argentino”, informe de 1968, citado por Gordillo, Mónica; “Protesta, rebelión y movilización: de la resistencia a la lucha armada”, en: James, Daniel (ed.); Violencia, proscripción y autoritarismo (1955- 1976), Buenos Aires, Sudamericana, p. 345.

[4] Gordillo, Mónica; “Protesta, rebelión y movilización…”, p. 346.

[5] Stibal, Ángel y Iturburu, Juan; “Córdoba: el vientre de la rebeldía”, en: Revista Los ´70, Buenos Aires, Nº 1, 1997, pp. 3- 4.

[6] Ceruti, Leonidas y Seliares, Mirta; “La Rosa Crispada”, en: Revista los ´70, Buenos Aires, Nº 4, 1997.

[7] Gordillo, Mónica; “Movimientos sociales e identidades colectivas:…”, p. 385.

[8] Gordillo, Mónica; “Protesta, rebelión y movilización…”, p. 361.

[9] Potash, Robert; “Las Fuerzas Armadas (1943- 1973)”, en: Academia Nacional de la Historia; Nueva Historia de la Nación Argentina, tomo VIII: Argentina en el siglo XX (1914- 1983), Buenos Aires, Planeta, 2001, p. 240.

[10] Potash, Robert; “Las Fuerzas Armadas (1943- 1973)”…, p. 241.

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