Trilogía "Matar al tirano" (3): Ardarutiun (capítulos finales)
XI
La mañana del 3 de junio de 1921 el
presidente Lemberg declaró abierta la Audiencia:
―El día de hoy hemos de cerrar el proceso
iniciado ayer ―dijo―. Están presentes todas las personas imprescindibles para
arribar al fallo, por lo que daré lectura a las preguntas que he preparado. En
primer lugar: “¿Es culpable el acusado Soghomón Tehlirian de haber matado a
Talaat Pashá el 15 de marzo de 1921 en Charlotemburg?”. Esta pregunta se
refiere a un homicidio sin premeditación. En caso de responderla
afirmativamente, deberá el Jurado resolver acerca de la segunda: “¿el
acusado cometió homicidio con premeditación?”. Si la primera se respondió
positiva y la segunda negativamente, se deberá responder a la tercera: “¿existen
atenuantes?”. A continuación se dará la palabra a las partes.
Soghomón se encontraba sentado con el
traductor sobre el lado izquierdo y los abogados defensores a la derecha. El
traductor trataba de no dejar ninguna palabra sin doblar para el acusado. Sin
embargo, este no se mostraba interesado por los detalles del caso. Su mente
estaba en paz. Nadie podía arrebatarle el convencimiento de haber actuado
correctamente ante el responsable de la masacre de su pueblo. Lo que pudiera
pasarle ahora, incluso entregar su cabeza al verdugo, no le importaba.
―Señores del jurado ―comenzó su alegato el
fiscal Kolnik―, no es el aspecto jurídico de este hecho lo que le da a este
caso su tono particular, sino las miradas del mundo que se concentran en esta
sala. Independiente de los motivos psicológicos que haya esgrimido la defensa,
aquí se ha acabado con la vida de un hijo del pueblo, que como tal condujo los
destinos de su patria siendo un fiel aliado del pueblo y la nación alemana.
Algunos presentes en la sala comenzaron a
repudiar con silbidos y gritos el comienzo de la declaración del fiscal. Este
no se inmuto ni pidió silencio a la audiencia.
―El señor Tehlirian ―continuó el fiscal
cuando algunas personas seguían haciendo notar su desagrado― asesinó a una
persona con premeditación y nos hizo notar en este mismo juicio que se sentía
orgulloso de su acto. No es necesario recordar que matar a un hombre es
condenable por la ley alemana, aunque sea este un extranjero. Su justificación
de que ambos eran extranjeros carece de fundamento jurídico. Soghomón Tehlirian
actuó movido por el odio y el fanatismo político de muchos armenios que creen
que Talaat Pashá fue el asesino de sus familias. Pero mucha gente que he
consultado, entre ellos el general Liman von Sanders, que declaró el día de
ayer, están convencidos de que el Gobierno de Constantinopla no sabía nada de
las consecuencias de las deportaciones, producto de la mala interpretación de
las órdenes por parte de los gendarmes.
El presidente pidió al fiscal que no se
extendiera sobre esos temas que ya habían sido debidamente discutidos. Por ello
decidió terminar su alegato señalando:
―Que al acusado actuó con premeditación se
desliga de su propio testimonio. Además, basta mirarlo ―dijo señalándolo―, para
ver que no es un hombre exaltado o extrovertido, sino introvertido, tranquilo y
triste. Por ende, solo puede cometer un homicidio tras una larga planificación,
que acaso comenzó muchos años atrás en su hogar del Medio Oriente. Sus
alucinaciones no son suficientes para demostrar que no actuaba bajo libre
albedrío y aplicar el artículo 51.º. Señores del jurado: el saber que la
sentencia por homicidio planificado es la pena de muerte no debe hacerlos recular
a la hora de dar el veredicto. Nuestra Carta Fundamental fija la instancia del
indulto presidencial para un acusado. Pero el declararlo culpable es un favor
que podemos hacer por ese gran patriota y amigo del pueblo alemán que fue
Talaat Pashá.
El presidente pidió al traductor que
informara al acusado que el fiscal había solicitado la pena máxima, pero
abriendo la posibilidad de un indulto presidencial. Esto no lo inmutó.
El siguiente alegato fue del defensor von
Gordon:
―Veo que el fiscal Kolnik también actuó como
un defensor ―dijo―, pero de Talaat Pashá, a quién llamó amigo del pueblo y la
nación alemana. Esto debe ser motivo de repudio permanente, ya que la República
de Weimar, instalada luego de nuestra reciente revolución, no honra los pactos
realizados por el Gobierno Imperial del káiser Wilhem con regímenes despóticos
y tiránicos. Tenemos suficiente evidencia para probar la responsabilidad del
Gobierno de los Jóvenes Turcos en la masacre armenia: deportaciones,
violaciones, torturas y asesinatos. Nada se escapaba del ojo de los jerarcas de
Constantinopla. Respecto al acusado, debo decir que no fue el fanatismo y el
odio, como señala el fiscal Kolnik, lo que lo trajo a Alemania, sino el afán de
continuar sus estudios para ayudar a su pueblo. Recordemos que fue un
estudiante brillante en el colegio. Apelian y otros testigos declaran que era
un hombre triste, pero que no lo movía el odio. Fue la aparición de su madre y
aquella visión en la ventana lo que lo llevó a actuar esa mañana. El poseer un
arma no es signo de que fuera un terrorista, sino del temor que sentía porque
volvieran las masacres. Recordemos que la compró en Tiflis cuando la guerra y
las deportaciones aún no habían terminado.
Continuó dando detalles de su enfermedad, y
destacó que el hecho de haber dejado caer el arma no significaba deshacerse de
la evidencia sino dar por concluido el deber que tenía con su pueblo. Recordó
como el doctorVorster declaró que ya no era un peligro por haberse diluido el “ideal supremo”.
―Señores el jurado ―concluyó―, sería
lamentable que un tribunal alemán se uniese a las voces que piden seguir
condenando a este joven que ya pasó las más terribles pruebas. Que este
concepto quede grabado profundamente en sus corazones, a fin de que puedan actuar
de acuerdo a su conciencia.
El defensor Wertauer, tras una introducción,
señaló los motivos por los que no deberían condenarse al joven Soghomón
Tehlirian:
―En primer lugar ―comenzó Wertauer―, deben
tenerse en cuenta los testimonios de los partes médicos, ya que dos de ellos
destacaron que su desequilibrio psíquico nos puede llevar a conjeturar que el
libre albedrío no estaba presente en el momento del homicidio. Además, el joven
había padecido tifus en su juventud, con las consecuencias que eso provoca en
la conciencia, y que el día del hecho había bebido cognac para aliviar
su dolencia estomacal, cuando no estaba acostumbrado a la bebida. En segundo
lugar, hay que tener en cuenta que, desde marzo de 1921, las Repúblicas de
Turquía y Armenia, surgidas del desmembramiento del Imperio Otomano, se hallan
en guerra, por lo que ambos deben ser vistos como contendientes enemigos de un
conflicto armado. A la frase “Yo soy extranjero y el también“, debería
haber agregado“Estamos en guerra, esto no incumbe a Alemania“. En
tercero, es necesario recordar que Talaat Pashá había sido previamente
condenado a muerte por un tribunal militar. No soy partidario de los tribunales
especiales ni de la pena capital, pero hay que reconocer que el proceso fue
prolijo, presentándose toda la evidencia y no dando lugar a dudas en torno a su
culpabilidad en las masacres armenias. El acusado no hizo más que cumplir la
sentencia que su víctima estaba evadiendo. Por último, debo decir que actuó en
actitud defensiva. Sabemos de la alianza entre los Jóvenes Turcos y los
Bolcheviques. Si Talaat Pashá huía a Rusia como hizo Enver, se unirían a las
fuerzas que hostigan la República Democrática de Armenia. Con su disparo,
Soghomón Tehlirian salvó la vida de mujeres, hombres y niños que hubieran caído
bajo las garras del verdugo.
El impecable testimonio del defensor provocó
el aplauso de los miembros de la colectividad armenia. El presidente pidió que
le tradujeran al acusado que el defensor solicitó su absolución, a lo que
respondió con un gesto de agradecimiento.
―Antes de pasar a la votación del jurado
―dijo el presidente Lemberg―, escucharemos un último alegato del profesor
Niemeyer de la Universidad de Kiel.
La exposición de Niemeyer estuvo centrada
en enmarcar las masacres de 1915 en un contexto histórico que comenzó en 1878,
cuando el Congreso de Berlín decretó la partición de Armenia, dejando a los
pobladores de la parte occidental como súbditos del Imperio Otomano y los de la
parte oriental bajo dominio ruso. En base a esto, señaló que el Tribunal Alemán
tiene una responsabilidad moral para compensar de alguna forma a quién fue una
víctima de estas políticas coloniales.
―Para finalizar, repetiré un concepto del
defensor con Gordon ―expresó Niemeyer―. Ustedes no pueden condenar a Tehlirian.
Él actuó como debía actuar e hizo lo que debía hacer. Quizá consideren que el
impulso que lo guiaba era más diabólico que moral, pero deben poder enmarcarlo
en la correlación de hechos que se sucedieron. Deben pensar el resultado que
dará el veredicto ―dijo mirando a los miembros del jurado―, no desde el punto
de vista político actual, sino el resultado que arrojará en cuanto a la suprema
justicia y en cuanto a los valores que vivimos que hacen que la vida sea digna
de ser vivida.
Las réplicas posteriores del fiscal no
estuvieron a la altura de los argumentos de los defensores.
―Les ruego que se aboquen a su misión ―les
dijo el presidente al jurado cuando terminaron los alegatos―, y contesten las
preguntas que formulamos al comienzo. Para declararlo culpable se requieren dos
tercios del jurado. Tienen una hora para deliberar.
El
jurado se retiró y la sala comenzó a desocuparse.
XII
Soghomón Tehlirian no caminaba solo esa
mañana por la calle Charlotemberg. Lo acompañaban un millón y medio de
compatriotas víctimas de deportaciones, torturas, violaciones, mutilaciones,
ahogamientos, quemas de viviendasy las asfixias con humo en pozos o cavernas.
Cuando levantó la pistola apuntando a la cabeza de Talaat Pashá, se le vinieron
nuevamente las brutales escenas de la masacre de su familia. Vio a su hermana,
apenas una niña, violada y torturada por gendarmes turcos. Vio a su madre y su
padre caer fusilados. Vio, nuevamente, como un hacha partía la cabeza de sus
hermanos. Y sintió ese olor penetrante y pestilente de la muerte que lo
acompañaría por el resto de su vida.
Quiso gritarle al asesino para que se girara
y viera con sus propios ojos cómo una de sus víctimas hacía justicia. Pero no
se merecía la dignidad de morir de frente.
La bala le atravesó el cuello destrozando
las arterias, la carne, los nervios. La sangre, derramada a borbotones,
salpicaba su ropa y el suelo en donde se desplomó ese cuerpo infame sin vida.
Ahora sus víctimas tendrían algo de paz.
XIII
Otto Reincke, presidente del jurado, leyó
el veredicto:
―Declaro con honor y justicia la resolución
de los jurados. ¿Es culpable Soghomón Tehlirian por haber matado a Talaat Pashá
de forma premeditada en la calle Charlotemburg en 15 de marzo de 1921? ―Un
silencio conmovió la sala―. ¡No! ―expresó enérgicamente.
Un aplauso resonó en el tribunal. Los
miembros de la comunidad armenia se abrazaban entre sí, y otras personas adherentes a la causa los
felicitaban y se unían a la celebración. Soghomón se abrazó con sus defensores
y con el traductor.
El fiscal Kolnik se retiró de la sala en
medio de los insultos de quienes lo acusaban de simpatizar con el régimen
asesino turco.
El presidente pidió silencio para dar por
finalizada la audiencia.
―Firmo la resolución y ordeno la libertad
del acusado por cuenta y cargo del Tesoro del Estado de acuerdo a lo resuelto
por el jurado. Se deja sin efecto inmediatamente la orden de detención. Se levanta
la sesión.
Una hora después del fallo, Soghomón
Tehlirian bajaba los escalones del Tribunal de Berlín como un hombre libre.
Iervant Apelian, Kevork Kalusdian, Crisdine Terzibashian y otras personas de la
colectividad armenia lo esperaban como a un héroe. Los abrazó y, por primera
vez, lloró.
Lloró por su familia asesinada, lloró por la
deportación de su pueblo, lloró por tanta muerte injusta e impune ante los ojos
de un mundo que miraba para otro lado. Y lloró también de alegría porque sentía
que comenzaba a recuperar algo de lo perdido.
“Yo no tengo patria“, le había dicho a la profesora Beilnsohn. Ahora la tenía.
Cipolletti, 29 y 30 de enero de 2014.
Aclaración:
El presente relato, aunque inspirado en
hechos verídicos, constituyen una versión ficcionalizada de los mismos, por lo
que no debe tomarse como un texto histórico. Sobre el juicio a Soghomón
Tehlirian se puede consultar:
Autores
Varios; (2012) Un proceso histórico:
absolución del ejecutor del genocida turco Talaat Pashá, Buenos Aires,
EDIAR, Consejo Nacional Armenio de Sudamérica.
Agradecimiento:
A Julieta Ojunian, por proveerme de información para la realización de este relato.
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