La Cruzada Albigense o el Genocidio Cátaro (artículo)
Cuando pensamos en las Cruzadas solemos imaginar las sangrientas
batallas que se desarrollaron en Medio Oriente entre caballeros cristianos
europeos y reinos islámicos por la conquista de la “Tierra Santa”. Pero hubo
Cruzadas que se llevaron a cabo en territorio europeo y, el caso puntual que
aquí abordamos, fue en contra de una comunidad cristiana disidente: los
cátaros. Al igual que las demás, no estuvo exenta de brutalidad y fanatismo
religioso, culminando en un genocidio.
Desde sus orígenes la religión cristiana ha conocido disidencias dentro
de su seno. Arrianos, nestorianos, valdenses, monofisistas y cátaros fueron
duramente perseguidos como herejes ya que ponían en peligro la relativa
unidad religiosa europea y la idea del Papado como único portador de la verdad.
Durante la Baja Edad Media (siglos XI al XV) florecieron estas herejías
populares debido a los cambios que se estaban dando en el continente y las
migraciones a lo largo del Mediterráneo que introdujeron ideas exógenas
alternativas a los dogmas cristianos favoreciendo un “sincretismo religioso”
que se unió a los movimientos heterodoxos dentro de la misma Iglesia.
Recordemos que la palabra herejía proviene del griego hieresis
(elección) por lo que se trata de una elección colectiva o personal que
disiente de los valores morales o religiosos admitidos oficialmente (1). Esto explica por qué los proyectos o
aspiraciones políticas autonomistas de estos movimientos eran perseguidos por
los dos poderes de la época: la Iglesia y el Imperio.
Los cátaros expresaban muchos elementos del cristianismo primitivo, por
lo que no podemos hablar de una Iglesia Cátara sino de comunidades unidas por
vínculos de hermandad y solidaridad (2).
También tomaban elementos del zoroastrismo (religión del Imperio Persa antes de
la difusión del islam), las doctrinas de Pitágoras, el mitrianismo y la
religión druídica celta. Negaban algunos dogmas cristianos como la resurrección
y la inmortalidad de las almas, los sacramentos, la misa y la obediencia al
Papa. Celebraban su culto en cualquier lugar tranquilo, sin imágenes ni
ornamentos, ya que no creían en la necesidad del Templo para rendir tributos.
Cumplían con algunas fiestas eclesiásticas, aunque le daban otro significado (3). El bautismo, por ejemplo, se celebraba cuando
una persona estaba pronta a fallecer.
Creían en la reencarnación y trasmigración de las almas, que podían
pasar a seres humanos o a otros animales, por lo que gran parte de ellos eran
vegetarianos, aunque esto solo era obligatorio para los Perfecti
(sacerdotes varones) y Perfectae (sacerdotisas mujeres). A diferencia de
la Iglesia Católica, se permitía el sacerdocio a las mujeres. Por lo general
era una comunidad pacífica que convivía en armonía con sus vecinos cristianos,
judíos y de otros cleros. En el Langüedoc (sur de Francia) llegaron a existir
seis diócesis cátaras: Agen, Albi, Carcasona, Toulouse, Narbona y Cahors. Cada
diócesis tenía un Obispo con dos ayudantes: el “Hijo Mayor” y el “Hijo Menor”.
Al morir el Obispo era reemplazado por el “Hijo Mayor” y se ascendía al “Hijo
Menor” (4).
Pese a estas diferencias, los cátaros nunca renegaron de su
cristianismo. Aún bajo tortura siempre se proclamaron como “buenos cristianos”,
“verdaderos cristianos” o “cristianos no monoteístas”. Creían necesario retomar
al cristianismo primitivo y verdadero, al que consideraban traicionado por la
Iglesia Católica. En sintonía con las ideas maniqueístas y dualistas que
prosperaron en los siglos XI y XII, consideraban a los católicos como “malos
cristianos” o “hijos de Satán”. Su fuente era el Evangelio y no la
autoridad del Papa. Así podemos considerarlos como evangélicos anti-clericales (5).
Los Concilios de Toulouse (1119) y de Letrán I y II (1123 y 1139)
condenaron las herejías populares, aunque sin hacer referencia a los cátaros.
En la segunda mitad del siglo XII el culto cátaro se había extendido por
Francia, Cataluña, Lombardía, Germania y los Países Bajos, ganando no solo a
plebeyos sino también a Príncipes y miembros de la nobleza. Su auge en el sur de
Francia puede explicarse por la presencia de tres factores. El primero es la
lucha que se dio en el siglo XII entre el Conde de Toulouse –vasallo del rey de
Aragón- y la dinastía de los vizcondados (familia Trencavel), que se negaban a
abandonar las regalías feudales contraídas en el siglo X. El segundo es el
intento del rey de Francia de incorporar esa región para tener una salida al
mar. El tercer factor a considerar es que la nobleza se apoyaba en esa herejía
en contra de sus enemigos, y la naciente burguesía veía en el nuevo culto la
posibilidad de establecer contactos comerciales con el Adriático. Es por ello
que la nobleza y el clero no tuvieron una postura tan radical contra la misma (6).
El III Concilio de Letrán (1179) consideró que el culto cátaro tenía el
agravante de practicar su herejía en público y no en secreto. En 1183 el Papa
Alejandro III propició o directamente ordenó una incursión contra los cátaros
de Langüedoc, asesinando sus tropas a 7000 personas en la provincia de Bourges.
Como el culto gozaba de la protección del vizconde de Beziers y Carcasona Roger
II de Trencavel, no tardó en restablecerse apenas los “cruzados” se retiraron.
En 1199 el nuevo Papa Inocencio III aprobó una proclama en donde asimilaba la
herejía al delito de “lesa majestad”, aunque distinguía los diferentes grupos
heréticos según la gravedad de sus delitos. El genocidio estaba en marcha.
A
comienzos del siglo XIII la Iglesia envió predicadores al Langüedoc comandados
por el fanático dominico español Domingo de Guzmán para devolver a los cátaros
sobrevivientes “a la verdadera fe”. Pero fue en vano. En 1206 la Casa para
Mujeres cátaras arrepentidas quedó vacía. Como expresó Guzmán: “Durante años
os he llevado palabras de paz, os he predicado, os he suplicado, os he llorado.
Pero como dice en España el pueblo llano, donde no valen bendiciones valen
bastones. Ahora alzamos contra vosotros a los príncipes y los obispos, y ellos
¡ay de vosotros! convocarán a las naciones y a los pueblos y muchos perecerán
por la espada” (7).
En 1208 fue asesinado el delegado papal Pierre de Castelnou,
supuestamente por un cátaro o un noble local favorable al culto. Esta fue la
excusa para que en 1209 el Papa lanzara la “Cruzada Albigense” (llamada así por
el Obispado cátaro de Albi) en contra de los cátaros. En un primer momento ni
el rey de Francia Phillippe Auguste II ni el rey de Aragón Pedro II se
mostraron muy propensos a intervenir, aunque sí numerosos nobles del norte de
Francia interesados en obtener beneficios con las campañas. El Conde de
Toulouse Raimondo VI prometió no favorecer a los herejes, acaso pensando que la
Cruzada le ayudaría en su conflicto contra el vizconde de Beziers y Carcasona.
Por otro lado la población católica de Langüedoc se opuso a los Cruzados
porque, más allá de su religión, eran vistos como tropas de ocupación de sus
tierras.
En julio de 1209 los Cruzados avanzaron contra la prospera ciudad de
Beziers. El vizconde Roger II, convencido de que la ciudad no era defendible,
se retiró a Carcasona. La comunidad judía lo siguió, temerosa de que se
sucedieran pogroms como los que habían ocurrido en el norte de Francia.
Los habitantes de la ciudad, tanto cátaros como católicos, se prepararon para
resistir. El sitio fue breve. Rápidamente los Cruzados lograron traspasar el
muro y masacraron sin piedad a los defensores junto con la población no
combatiente. Se calcula que el número de muertos fue de 7 a 20 mil personas,
prácticamente toda la ciudad. Cuando un grupo se refugió en la iglesia, los
Cruzados quemaron el edificio sagrado hasta dejarlo hecho cenizas.
La destrucción de un lugar sagrado para el cristianismo constituye el
pecado de sacrilegio. Pero recordemos que quienes participaban en las Cruzadas
por al menos 40 días tenían el perdón de sus pecados pasados y los que
cometieran durante la campaña. Como había establecido una bula del Papa Urbano
II (1099) con motivo de la Primera Cruzada: “Quién acuda a la guerra (santa)
sustituye toda su penitencia por ello” (8).
El monje cistercense Cesario de
Heisterbach escribió que cuando un cruzado le preguntó al delegado papal
Arnaldo Amalrico si debía respetarse la vida de los católicos, este respondió:
“Matadlos a todos, Dios reconocerá a los suyos”. Aunque no se puede
determinar la veracidad de este relato, es coherente con las acciones de los
cruzados contra la población albigense.
Después de Beziers pusieron sitio a Carcasona. Al cabo de una semana le
ofrecieron un salvoconducto al vizconde y a 11 de sus seguidores, a lo que éste
se negó. A la semana los pozos de agua estaban secos y los cruzados no
permitían salir a buscar agua. El 15 de agosto invitaron al vizconde a negociar
una tregua, pero los cruzados faltaron a su palabra y lo tomaron prisionero.
Roger II moriría en prisión en noviembre de ese año. La población no fue
masacrada como sucedió en Beziers, pero se les obligó a abandonar la ciudad y
sus pertenencias. El caudillo cruzado Simón de Montfort se atribuyó los
territorios de la familia Trencavel.
Montfort quedó como caudillo máximo de los cruzados y entre 1210-1211 se
lanzó a la conquista de Langüedoc. En las campañas no faltaron masacres,
torturas y violaciones. En Minerve quemaron vivos a 140 hombres y mujeres. En
el Castillo de Bram eligieron al azar a 100 defensores a los que les sacaron
los ojos, y cortaron las orejas, labios y nariz. A uno de ellos solo lo cegaron
de un ojo para que condujera al resto al Castillo de Cabaret a fin de advertir
a los defensores del destino que les esperaba si no se rendían. Esto no surtió
efecto y la resistencia en Cabaret fue tal que los cruzados no pudieron
tomarlo. La ciudad de Rennes-les-Château, de 10 mil habitantes, fue tomada y
arrasada por los cruzados. En Lavour el señor Aymeri de Montreal y 80 de sus
caballeros fueron condenados a la horca, pero cómo esta se rompió por el peso,
Montfort ordenó degollarlos. En esa misma ciudad los cruzados violaron
repetidas veces a Guiraude, hermana de Aymeri que se encontraba embarazada, a
la que luego condenaron por adulterio y mataron a pedradas en un pozo. Otros
400 cátaros fueron quemados vivos. Todos estos crímenes fueron cometidos por
“caballeros cristianos” convencidos de que las indulgencias les perdonarían
todos los pecados cometidos durante las Cruzadas.
En 1213 el rey de Aragón Pedro II intervino para defender Toulouse
debido a que Raimondo VI era su vasallo. Para entonces las masacres cometidas
por los cruzados ya empezaban a incomodar a la Iglesia y a los reyes
cristianos. Las tropas de Montfort lo derrotaron en la Batalla de Muret (12 o
13 de septiembre) y el rey murió combatiendo. La masacre posterior fue peor que
la de Beziers.
Las masacres no solo habían desprestigiado a la Iglesia católica, sino
que el hecho de que un rey católico como Pedro II muriera combatiendo a las
tropas papales era una muestra de que la “Cruzada Albigense” se estaba saliendo
de lo religioso para pasar al ámbito de los enfrentamientos políticos y
territoriales. Intentando llevarla de nuevo al terreno canónico, Inocencio III
absolvió a todos los nobles que quisieran reconciliarse con la Iglesia. El IV
Concilio de Letrán (1215) definió que lo sagrado estaba por encima de lo
secular, y amplió las acciones punitivas no solo a los cátaros sino también a
valdenses, joaquinistas y otras herejías. Pero de todas formas Montfort logró
que la Iglesia legitimase las posesiones tomadas, lo que generó la protesta del
Conde de Toulouse.
El Papa Inocencio III no pudo lograr su objetivo y falleció en 1216.
Raimondo VI, que había estado rearmando su ejército en el destierro en
Barcelona, recuperó el Condado de Toulouse en 1218. Montfort murió en combate y
lo sucedió su hijo Amaury, que no tenía su genio militar. En 1221 los cruzados
se vieron forzados a replegarse y volver a sus posiciones originales.
En 1226 el rey de Francia Louis VIII mandó a destruir los últimos
reductos cátaros. Advertidos de la presencia real, los habitantes de Carcasona
se rebelaron contra la familia Trencavel -que había retomado el poder-,
exiliándola hacia Barcelona. En 1229 Francia se anexionó toda la región del
Langüedoc, concretando así su proyecto de obtener una salida hacia el
Mediterráneo. En la década de 1240 se consolidó el dominio en la región tras
reprimir los intentos de retorno de la familia Trencavel y del Conde de
Toulouse Raimondo VII –sucesor de su padre Raimondo VI-. Ambas familias rivales
terminaron excomulgadas, compartiendo un destino en común.
La caída de las fortalezas de Montségur (1244) y de Quéribus (1255),
últimos bastiones de la resistencia cátara, y las matanzas y deportaciones que
le siguieron marcaron el fin de la Cruzada Albigense.
Un dato curioso es que en esta cruzada no participaron las dos órdenes
de caballeros más famosas: los Templarios y los Hospitalarios. La causa de esto
puede deberse a que tenían posesiones en Langüedoc, y contaban con la
protección y financiamiento de la nobleza local, muchos de los cuáles eran
simpatizantes cátaros. Los templarios y hospitalarios no escupían donde bebían.
La Cruzada contra los cátaros puede enmarcarse como un acto de
genocidio, si partimos de la Convención sobre Genocidio de la Organización de
las Naciones Unidas (1948) que lo sanciona como un tipo de “delito contra la
humanidad” que se define como una serie de actos con la intención de destruir,
en todo o en parte, un grupo nacional, étnico, racial o religioso mediante
matanzas, lesiones graves a la integridad física o mental de sus miembros,
imposición de condiciones infrahumanas tendiente a evitar nacimientos en el
seno del grupo, o traslados forzados (9).
En la misma estuvieron presentes los actos sancionados por la Convención:
matanzas (Beziers, Minerve, Muret, Quéribus), lesiones graves (torturas y
violaciones a prisioneros y población civil), imposición de condiciones
inhumanas (durante el sitio a ciudades y castillos), deportaciones masivas
(Carcasona, Montségur) y –sobre todo- el intento de destruir un grupo nacional
o religioso.
Lertora Mendoza señala la existencia de fundamentalismo de tipo religioso
(pretensión de imponer la religión propia como la verdad absoluta negándose a
cualquier diálogo) por parte de la Iglesia Católica y –en menor medida- de los
cátaros (por su dualismo y anti-clericalismo), y de tipo pseudo-religioso por
parte de la Iglesia y los reyes que usaron la Cruzada para imponer su postura
esencialmente política pero enmascarada y legitimada por la religión. Por
último señala la existencia de un fundamentalismo estrictamente político
orientado a imponer el absolutismo, sin siquiera esconderse en la religión,
cuyo máximo exponente fue Simón de Montfort (10).
Isaac Asimov señala que uno de los efectos del Genocidio Albigense fue
la caída de la cultura provenzal y la expansión de la lengua franciana por
sobre las originarias del sur de Francia. Pero otro efecto más significativo
fue el incremento de la paranoia: cuando la Iglesia Cristiana perseguía judíos
o musulmanes su identificación era sencilla, pero ahora tenían el enemigo
estaba en su interior y no siempre eran fáciles de diferenciar (11).
El cataranismo se siguió practicando en algunas partes de Europa: en
Cataluña se refugiaron muchos sobrevivientes y en Bosnia el culto resistió
hasta la conquista otomana (siglo XV). La Iglesia y el Papado llegaron entonces
a la conclusión de que no alcanzaba con la guerra para poner fin a las
herejías, por lo que en 1233 crearon –en el seno de la Orden de los Dominicos-
una de las instituciones represivas más temibles de la historia tendiente a
perseguirlas: la “Sagrada” Inquisición.
Bibliografía:
(1) Bonassie, Pierre; Vocabulario
básico de la Historia Medieval, Barcelona, Crítica, 1988, p. 113.
(2) Ortiz Correro, José Alejandro;
“Las cruzadas como conflictos internacionales”, Boletín de la Revista de
Historia, www.revistadehistoria.es,
4 de junio de 2019.
(3) Lertora Mendoza, Celina A.;
“Fundamentalismo y genocidio. Teoría y práctica. El caso de la Cruzada
Albigense”; en: Boulgourdjian, Nélida y Toufeksian, Juan Carlos
(coords); Genocidio y diferencia, Buenos Aires, Fundación Siranoush y
Boghos Arzoumanian, 2007, p. 268.
(4) Hopkins, Marylin; Simmans,
Graham y Wallace-Murphy, Tim; Los Hijos secretos del Grial,
Buenos Aires, Ediciones Martínez Roca, 2000, pp. 149-150.
(5) Bonassie, Pierre; Vocabulario
básico…, op. cit., pp. 79-80.
(6) Lertora Mendoza, Celina A.;
“Fundamentalismo y genocidio…”, op. cit., p. 271.
(7) Hopkins, Marylin; Simmans,
Graham y Wallace-Murphy, Tim; Los Hijos secretos del Grial, op.
cit., p. 153.
(8) Ortiz Correro, José Alejandro;
“Las cruzadas como conflictos internacionales”, op. cit.
(9) Di Tella, Torcuato; Chumbita,
Hugo; Gamba, Susana y Gajardo, Paz; Diccionario de Ciencias
Sociales y Políticas, Buenos Aires, Ariel, 2001, p. 301.
(10) Lertora Mendoza, Celina A.;
“Fundamentalismo y genocidio…”, op. cit., pp. 275-276.
(11) Asimov, Isaac; La Formación
de Francia, Madrid, Alianza.
Publicado en Viejo Mar, revista cultural del diario La Reforma, General Pico, N° 133, del 22 al 29 de mayo de 2022.
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