La conquista árabe de Irak
El profeta Mohammad o Mahoma murió en el 632 DC o 10 de la Era Musulmana (EM), ya que se considera el año de la Hégira o peregrinación del líder con sus seguidores desde La Meca hasta Medina (en el 622 DC) como el inicio del calendario islámico. Para entonces la comunidad religiosa que había creado gobernaba las ciudades sagradas de La Meca y Medina, además de contar con la lealtad de las principales tribus del Desierto Arábigo.
Pero, aunque su legado
era inmenso, Mohammad no había dejado establecido un mecanismo para nombrar
sucesores. Hasta el momento de su muerte se había ocupado personalmente de
todas las decisiones legales, políticas y religiosas. A fin de evitar
enfrentamientos, las diferentes facciones de la comunidad islámica acordaron
que su sucesor o khalifa fuera su suegro Abú Bakr (padre de su esposa
favorita: Aixa). El khalifa no es el profeta. La Ley islámica ya ha sido
dada y él, como vicario, debe velar por su cumplimiento y aplicación a la umma
(comunidad de creyentes). Es, por ende, un custodio de la fe, un
dispensador de la justica, un administrador, y un caudillo en la oración y en
la guerra.
Abu Bakr inició las Guerras
Ridda para conquistar a las tribus rebeldes que al morir Mohammad se
sentían libres del vínculo que los unía con la umma y se negaban a
reconocer al nuevo khalifa. En pocos años logró unificar políticamente
toda la Península Arábiga. Para esto debió montar un poderoso Ejército que
ahora apuntaba hacia el norte, en donde había territorios bajo control de los
dos Imperios más importantes de la época: el Bizantino y el Persa-Sasánida.
Pero Abú Bakr murió en
el 634 DC (12 EM) sin poder comenzar estas campañas. Su sucesor Umar ibn
Al-Khattab conquistó las provincias de Siria y Palestina, llegando a ocupar la
sagrada Jerusalén. Alentado por estos triunfos, decidió conquistar la provincia
más occidental del Imperio Persa: Irak.
El Imperio de los
sasánidas estaba en crisis desde la muerte del rey Cosroes II, lo que los
dejaba en una posición de debilidad ante el crecimiento del poder árabe. En el
633 DC (11 EM) estos tomaron la ciudad fronteriza de Al Hira, antigua capital
del reino de los lajmies, que era parte del Imperio. Los sasánidas se
reorganizaron bajo el liderazgo del joven monarca Yazdegerd III y contratacaron
al año siguiente, derrotando a los árabes en la Batalla del Puente.
Luego de esto el khalifa Umar decidió reemplazar al general Khalid ibn
al-Walid por un devoto soldado musulmán: Saad Ibn Abi Waqqans.
Saad contaba por
entonces con 40 años y era primo de Mohammad. La tradición considera que fue el
primero en derramar sangre en nombre del islam, cuando en La Meca golpeó con la
quijada de un camello a un hombre que se burlaba de los seguidores de Mohammad.
También se le atribuía ser el primero en disparar una flecha en la Batalla
de Badr y había participado en las conquistas posteriores.
En el 636 o 637 DC
(15/17 EM) condujo al Ejército árabe musulmán hasta las riberas del Eufrates,
en el centro de Irak, donde establecieron un campamento. Durante un tiempo
subsistieron alimentándose de camellos y ovejas que les enviaban desde Medina,
además de los granos saqueados en los pueblos vecinos. Desde allí, Saad envió
una embajada de 20 hombres hacia la capital Ctesifonte, para reunirse con el
sha Yazdegerd III. Las vestimentas y el aspecto descuidado de los
representantes árabes, que contrastaba con el lujo del Palacio, arrancaron
sonrisas a los presentes. Sobre todo cuando el portavoz tuvo el descaro de
invitar al sha a convertirse a la fe islámica o pagar una yizia
(tributo) a los árabes por su protección. El joven monarca decidió burlarse de
la insolencia de estos extranjeros y ordenó cargar un saco de tierra sobre la
montura de sus caballos o camellos antes de expulsarlos.
Cuando regresaron al
campamento, le presentaron los “regalos” al comandante Saad, que lo tomó como
un buen presagio. “¡Los persas nos han entregado la tierra de su país!”
exclamaron.
El sha ordenó al
general Rostam Farroksâd que atacara inmediatamente el campamento. Este, con la
cautela de un hombre conocedor del arte de la guerra, propuso esperar con su
Ejército del otro lado del río para evitar que los árabes lo cruzaran, ya que
no es aconsejable luchar con el rio en la retaguardia. Pero Yazdegerd insistió
por lo que Rostam se vio forzado a montar un puente para cruzar el rio, aunque
sabía que probablemente marcharían hacia una derrota. Se calcula que su
Ejército era de 60 o 120 mil hombres, muy superior a los 30 mil de Saad. Pero
estos tenían la ventaja de conocer el desierto a sus espaldas, mientras que los
persas tenían el Eufrates que podía convertirse en una trampa mortal en caso de
tener que retroceder.
De la Batalla de
Qadisiyya -como se la conoció- se han tejido muchas leyendas que se
confunden con los hechos históricos, haciendo difícil distinguir la realidad de
la ficción. Se desarrolló en las cercanías de la actual ciudad iraquí de Hilla.
El primer día los persas avanzaron con una carga de 30 elefantes que portaban
asientos con soldados. Los guerreros árabes dispararon flechas a los soldados
que conducían las gigantescas bestias o trataban de cortar las correas que
sujetaba los asientos de sus lomos, sin éxito alguno. La batalla finalizó al
caer la noche.
Sin embargo, más que
los elefantes, lo que desmotivó a las fuerzas árabes fue la ausencia de su
comandante Saad. Por regla general debía estar a la cabeza de su Ejército, pero
ese día se hallaba convaleciente, según diversas fuentes, por dolores de
ciática o por forúnculos. Sus hombres lo culparon por la derrota, y su esposa
–viuda de otro exitoso general- le recriminó no estar a la altura de su
antecesor.
El segundo día la
suerte mejoró para los árabes con la llegada de refuerzos enviados por el khalifa
Umar y por la ausencia de elefantes que se encontraban heridos. El tercer
día los temibles paquidermos regresaron
y Saad –aún enfermo- ordenó que los atacaran a pie con lanzas, lo que resultó
efectivo dejando ciegos a algunos y desbandando al resto. Además se levantó en
horas de la mañana una tormenta que por azar del viento dio en el rostro de los
persas.
Una leyenda cuenta que
el soldado Abú Mihjan se encontraba detenido por haber quebrantado la
prohibición coránica contra el alcohol. Pero en medio de la batalla logró
convencer a la esposa de Saad que lo liberara para combatir con la promesa de
ponerse los grilletes cuando regresara. Montado en una yegua de Saad, embistió
contra los elefantes y le cortó la trompa a uno de ellos. El comandante vio
todo desde el tejado, donde exclamó: “la yegua es mía, pero el ataque es de
Abú Mihjan”. El soldado cumplió su promesa de regresar, pero Saad lo
indultó. Conmovido, prometió no volver a beber.
Con la noche, la
batalla llegó a su fin. Pero la tregua seria corta. Un grupo de beduinos,
habituados a moverse en la oscuridad, atacaron el campamento persa causando
estupor.
A la mañana siguiente
de la Noche de Furia los árabes penetraron en las líneas enemigas,
matando a Rostam, lo que desmotivó al Ejército persa. Las tropas se dispersaron
y huyeron al otro lado del Eufrates. Muchos se ahogaron al intentar cruzar,
comprobándose el temor del general persa.
Ante la derrota, el
sha Yazdegerd retiró sus tropas a la capital, situada en la orilla oriental del
Tigris. Saad lo siguió sin apresurarse y montó un campamento. Los persas habían
quemado los puentes y retirado las embarcaciones, pero Saad encontró una forma
de cruzar el rio. Cuando llegó a la capital, no encontró oposición alguna.
Yazdegerd, con su familia y sus tropas, habían huido hacia Media.
Saad se estableció en
el palacio real y confiscó en nombre del khalifa los bienes del sha y
sus seguidores, pero no confiscó las tierras de los pobladores, ya que temía
que los beduinos, inexpertos en la agricultura, se hicieran con ellas. En lugar
de ello impuso a los conquistados un impuesto de acuerdo a su producción. Si
bien propuso incentivos fiscales a quienes aceptaran la fe islámica, se toleraron
las diferentes creencias de la región y no se hizo mucho proselitismo a favor
de la propia. A fin de evitar la dispersión de su pueblo entre la población
nativa, el khalifa Umar ordenó a Saad la construcción de una nueva
ciudad en Kufa, que reemplazó a Ctesifonte como capital.
Con estos
acontecimientos se ponía fin al dominio persa en Irak, que pasó a incorporarse
al mundo árabe, algo que se mantiene hasta la actualidad. En los años
siguientes, el resto del Imperio también caería bajo su control.
Bibliografía:
·
Asimov, Isaac;
El Cercano Oriente, Madrid, Alianza Editorial (Historia Universal
Aismov, tomo I), 2007.
·
AA.VV.; Vivir
la Historia en las Tierras del Islam (Mundo Islámico, 570-1405), Madrid,
Folio, 2008.
·
Enciclopaedia Iránica,
www.iranicaonline.org,
artículos: “Arab II: arab conquest of Irak” y “Yazdegerd”.
·
Grimberg, Carl; Historia
Universal, tomos 14 y 15, Lord Cochrane, Sociedad Comercial y Editora
Santiago Ltda (para la Colección Biblioteca de Oro del Estudiante), 1995.
·
Wikipedia, www.wikipedia.org,
artículos: “Conquista musulmana de Persia” y “Batalla de al-Qadisiyya”.
Una versión resumida de este artículo fue publicado en Boletín de la Revista de Historia, www.revistadehistoria.es, del 3 de diciembre de 2019. Una versión completa se publicó posteriormente en el periódico La Quinta Pata, www.la5pata.net, del 28 de junio de 2020.
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