Cinco para la medianoche (cuento)

 

  No se bien cuando comenzó, pero desde que tengo memoria esta escena se repetía todas las noches. Cinco minutos antes de la medianoche sonaba el celular de mi madre. Ella atendía y, tras decir “Hola”, se quedaba escuchando por unos segundos antes de cortar. A veces la llamada la alteraba, pero otras lo tomaba con tranquilidad.

   Cuando le preguntaba: “¿Quién era?”, ella solía responder: “Equivocado” antes de agregar algo como: “Ahora andate a dormir que mañana tenés que ir a la escuela”. Una vez me quedé cerca durante una de esas llamadas y me pareció escuchar la voz de una niña diciendo: “Mama, ¿Cuándo vas a venir a buscarme?”.

   Siendo ya adolescente, una noche sonó el celular de mi madre mientras ella se encontraba en el baño. Faltaban cinco minutos para la medianoche, por lo que no cabía duda que se trataba de aquella misteriosa llamada. Contradiciendo la prohibición de atender su teléfono, me abalancé sobre él antes de que mi madre saliera del sanitario y tomé la llamada. Hubo unos segundos de tensión luego de que me presentara. Quién estuviera al otro lado de la línea se había sorprendido de que no fuera mi madre quién atendiera el teléfono. De repente, la voz de una niña dijo: “Patricia, decile a mamá que venga a buscarme”. El eco del sonido me hizo pensar que la llamada provenía de un lugar cerrado. ¿Todavía existían las cabinas telefónicas?

   Mi madre me reprendió duramente por atender su teléfono y me prohibió volver a mencionar el tema. Las llamadas nocturnas, por su parte, no cesaron de producirse.

   Cuando terminé el colegio me fui a la capital para continuar con mis estudios universitarios. Regresaba esporádicamente al pueblo y en los días que permanecía las curiosas llamadas seguían ocurriendo. Luego de que me gradué la frecuencia de mis viajes fueron disminuyendo.

   Una mañana, en mi trabajo, me avisaron que mi madre había tenido un accidente cerebral. Partí a la Terminal y tomé un colectivo, pero no llegué a tiempo. Mamá falleció de un aneurisma en el lóbulo temporal derecho, muy cerca del oído.

   Tras el velorio, fui al que había sido mi hogar para ordenar las cosas y preparar la propiedad para ser vendida o alquilada. No tenía hermanas o hermanos que pudieran ayudarme con la tarea.  Al menos eso creía.

   Revisando una carpeta de documentación que mi madre guardaba en el fondo del placard me topé con el consentimiento para una inseminación artificial con muestra de un donante anónimo, ecografías, actas de nacimiento y análisis médicos. Enorme fue mi sorpresa al enterarme que había tenido una hermana gemela que murió a las pocas horas de nacer. El acta de defunción decía que su fallecimiento se produjo en el hospital a las 23:55 horas.

   No era una noticia fácil de asimilar. Necesitaba un te o un trago de whisky. Lastima que mi madre no permitiera licores en la casa. Cuando había conseguido tranquilizarme un poco sentí sonar un celular. Pensé que sería alguno de mis amigos o compañeros de trabajo para preguntar como estaba, pero no era el mío el que sonaba. Era el celular de mi madre, ubicado en la mesa de luz junto a la cama. El radiodespertador indicaba que faltaban cinco minutos para la medianoche. Presa del terror, fui incapaz de tomar la llamada.

   A la mañana siguiente desarmé el celular de mi madre, rompí el chip y tiré todas las partes a la basura.

   Esa misma noche recibí un mensaje de voz a mi celular. Era de un número desconocido. La misma voz de la niña que escuché 15 años atrás me decía: “Solo quería despedirme, mamá vino a buscarme”. Luego de escucharlo el mensaje se eliminó automáticamente, de una vez y para siempre. Faltaban cinco minutos para la medianoche.

Santa Rosa, 26 de noviembre de 2021.


Publicado en El Narratorio Digital, N° 71, enero de 2022.

 

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