Rebelión en el Colegio San Carlos de Buenos Aires

    Hasta mediados del siglo XVIII existían muy pocas escuelas, colegios y centros de formación profesional en el Río de La Plata. La educación de sus súbditos americanos no había sido prioridad del Imperio Español. Esto comenzó a cambiar con las reformas borbónicas de Carlos III (1759-1788) y la acción de hombres de la Ilustración española como el conde de Aranda –ministro de Carlos III-, Floridablanca, Gaspar Melchor de Jovellanos y el conde de Campomanes, que fomentaron la educación, la difusión de nuevas ideas y la investigación.

   En 1654 el Cabildo de Buenos Aires había encomendado a la Orden de los Jesuitas la atención de la educación juvenil. En 1661 se instaló en la actual “Manzana de las Luces” el Colegio de San Ignacio, que funcionó hasta la expulsión de la Orden en 1767. En 1770 el gobernador del Rio de La Plata Juan José de Vertiz y Salcedo decidió convertir la institución jesuita en el Real Colegio de San Carlos, llamado así porque estaba bajo protección de San Carlos Borromeo y el Patronato del emperador Carlos III. Su inauguración fue el 10 de febrero de 1772 y quedó bajo la guía del sacerdote y educador Juan Baltazar Maziel. En 1776 la Gobernación del Río La Plata se convirtió en Virreinato, y en 1783 el –ahora- Virrey Vertiz se propuso organizar la institución que debía ser tanto un convictorio –internado para estudiantes- como un centro de formación superior de tipo universitaria, siguiendo el modelo del Colegio de Montserrat, fundado en Córdoba en 1687. La dirección estaba a cargo de un Rector –que cobraba la cuota anual y llevaba los libros- y un Vicerrector –que le ayudaba y suplía en caso de enfermedad-. Había además un Prefecto para coordinar las funciones interiores.

   Los estudiantes se clasificaban en dos tipos: a) “pupilos” o “pensionistas”, que pagaban la cuota de 100 pesos y debían cumplir las reglas; y b) “manteístas” o “copistas”, que solo asistían a las clases como oyentes porque no podían pagar la matrícula. Mariano Moreno asistió como copista a las clases de gramática, latín y teología.

   Para ingresar al Colegio había que tener más de 10 años, ser hijos “de la primera clase, legítimos, que sepan leer y escribir suficientemente y limpios de toda mácula y raza de moros y judíos”. Las becas eran para “hijos de pobres honrados”, es decir, familias que habían perdido su fortuna pero que mantenían el apellido ilustre. Debían usar “uniforme color honesto”, y medias violetas o negras. El Reglamento establecía la prohibición de los relojes, y el trato con los esclavos que se ocupaban de la cocina y la limpieza para no mezclarse “con la gente baja”.

   El edificio contaba con dos pisos: en el superior residían los estudiantes. Los cuartos eran húmedos y fríos, había carencia de ventanas, y las ratas, piojos, pulgas y otras alimañas infestaban el lugar. Los bancos y escritorios estaban averiados y mordidos por las ratas, y la prohibición de tratar con los esclavos dificultaba el solicitar su reparación.

   La jornada cotidiana recuerda mucho a aquella que describe Michael Foucault en “Las redes de poder” (1972) y Vigilar y castigar (1975) para mostrar la similitud entre los regímenes penitenciarias, educativos y monásticos. Los estudiantes debían asistir a la misa a las 5 AM en verano y a las 7 AM en invierno. Luego pasaban a un oscuro comedor donde recibían un desayuno compuesto mayoritariamente por pasas de uva. Comenzaba entonces una extensa jornada de estudio y trabajo: las clases duraban una hora, de las cuáles el docente destinada ¾ a enseñar y ¼ a dar conclusiones o responder preguntas. La lección debía ser estudiada antes de la clase. También se realizaban conferencias y representaciones literarias. Las actividades concluían a las 21:45, cuando eran enviados a dormir en absoluto silencio. Se observaban estrictas reglas para el comportamiento en las diferentes áreas del colegio (biblioteca, salones, capilla). La desobediencia, el incumplimiento de las tareas y las malas calificaciones se penaban con azotes, cepos y grilletes.

   Manuel Moreno, hermano del revolucionario, escribió en su biografía que: “Son educados para frailes y clérigos y no para ciudadanos (…) estando reducidas sus lecciones a formar de los alumnos unos teólogos intolerantes, que gastan su tiempo en agitar y defender cuestiones abstractas sobre la divinidad, los ángeles, y consumen su vida en averiguar las opiniones de autores antiguos que han establecido sistemas extravagantes y arbitrarios sobre puntos que nadie es capaz de conocer”.

   Los estudiantes veían poco a sus familias. Los dos meses de vacaciones solían pasarlo en la pequeña chacra o “chacrita” que pertenecía al Colegio. En ese lugar se encuentra hoy el Barrio y el cementerio de la Chacarita.

   Para 1796 el Colegio contaba con 100 estudiantes, cuatro de los cuáles eran becados. La noche del 28 de mayo de ese año los jóvenes se cansaron de tantos abusos y se rebelaron. Sus armas consistían en palos y piedras, y su líder era el joven de 16 años Gregorio de Las Heras, futuro comandante del Ejército Libertador de los Andes. Cercaron y golpearon a los prefectos, tomaron de rehenes a los profesores y se atrincheraron en el piso superior esperando la represión. Reclamaban el fin de los castigos corporales y mejoras en la alimentación.

   Entre los amotinados de ese día se encontraban: Bernardino Rivadavia –quién sería el primer presidente argentino en 1826-, Vicente Fidel López –reconocido historiador e hijo del creador del Himno Nacional-, Francisco Fernando de la Cruz –combatiente por la Independencia-, Manuel Dorrego –futuro líder federal asesinado en 1828-, Antonio Sáenz –diputado del Congreso de Tucumán que declaró la independencia en 1816- y José Rondeau –futuro Director Supremo del Río de La Plata-. También un profesor se unió a la protesta: el fraile Cayetano Rodríguez. Lo curioso es que Mariano Moreno, quién en 1810-1811 lideraría la rama más radical dentro del Movimiento Revolucionario de Mayo –los llamados “jacobinos” por sus detractores- no se unió a la rebelión. Acaso por ser un estudiante que solo asistía como “copista”, porque su familia carecía de dinero para pagar la cuota y de apellido para solicitar una beca, temía perder esa posibilidad de seguir educándose si participaba en la toma del Colegio.

   Durante tres días los estudiantes amotinados resistieron a los intentos de los soldados enviados por el Virrey Pedro de Melo y Portugal de ingresar al piso superior. Finalmente el Regimiento Fijo de Buenos Aires se hizo presente y actuando rápidamente puso fin a la toma.

   Otro dato curioso es que integraba las fuerzas de represión un joven soldado de solo 13 años y ex estudiante del Colegio que debió abandonar por problemas económicos al morir su padre: Estanislao Soler, futuro compañero de Las Heras en la campaña libertadora y gobernador de las provincias de Buenos Aires y Montevideo.

   En 1807 los estudiantes volvieron a tomar el segundo piso del Colegio, pero esta vez para resistir contra las invasiones británicas en el Río de La Plata.

   Tras la Revolución de 1810 la Asamblea Constituyente del Año XIII fusionó el Colegio con el Seminario Conciliar. En 1817 el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón lo reorganizó con el nombre de Colegio Unión del Sud. En 1821 el gobernador de Buenos Aires Martín Rodríguez creó la Universidad de Buenos Aires y el Colegio quedó bajo su tutela, pasando a llamarse en 1823 Colegio de Ciencias Morales. Los sucesivos gobiernos lo fusionarían con otras instituciones hasta que en 1863 el presidente Bartolomé Mitre lo organizó bajo el nombre de Colegio Nacional de Buenos Aires, que mantiene hasta la actualidad.

   La “Rebelión del San Carlos” debe ser recordada como la primera lucha estudiantil en el territorio argentino, país que tiene numerosos hitos que fueron ejemplo mundial: la Reforma Universitaria de Córdoba en 1918, las protestas por la laicidad de la educación en la década de 1960, los “Cordobazos” de 1969-1971, y la toma de los colegios porteños en 2010. Historias necesarias de conocer. Para las luchas que vendrán.


 


 

Bibliografía:

·  Balmaceda, Daniel; (2006) Oro y espadas, Buenos Aires, Marea.

·  Balmaceda, Daniel; (2017) “Rebelión y toma de un Colegio en 1796”, La Nación, Buenos Aires, 25 de septiembre.

·  Halperin Donghi, Tulio; (1999) Historia de la Universidad de Buenos Aires, Buenos Aires, EUDEBA.

·  Historia de América Larousse. 500 años: encuentro de dos mundos (1992), tomo 13: Vientos de Libertad, Santiago, Sociedad Comercial y Editora Santiago Ltda. y Editorial Larousse (Serie Especial Quinto Centenario).

·  Pigna, Felipe; (2019) “Las Heras, líder de la primera rebelión estudiantil”, 24 Argentina, https://www.24argentina.com/nacional/las-heras-el-lider-de-la-primera-rebelion-estudiantil/662517-noticias, 29 de septiembre.

·  Rodríguez, Gregorio; (1909) El general Soler. Contribución histórica: documentos inéditos (1783-1849), Buenos Aires, Compañía Sudamericana de Billetes de Banco.

·  Wikipedia, www.wikipedia.es, artículos: “Colegio Nacional de Buenos Aires”.


Una versión resumida de este artículo fue publicada en la Revista de Historia, 26 de octubre de 2021, y en Revista Cocoliche, N° 142 de Mayo de 2022.

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