Huesped (cuento)

  Isidoro Vazquez salió a trabajar como todas las mañanas, cortando cañas para una empresa azucarera. El sol era abrasador y las cañas ofrecían poco refugio. A eso del mediodía se sentó a descansar en uno de los pocos lugares donde daba la sombra y se quitó la camiseta transpirada para que se secara con la brisa. En ese momento sintió que algo caminaba por su espalda. Pensando que podía tratarse de una araña ponzoñosa o de un alacrán, intentó quitárselo rápidamente, pero antes de que pudiera actuar, la alimaña clavó su aguijón y se perdió entre las cañas.

   El cañero comenzó a experimentar mareos y nauseas. Corrió en busca de ayuda, pero solo pudo avanzar unos pocos metros antes de caer desmayado.

   Despertó en una cama de hospital. No había nadie mas en la habitación. Al lado de la puerta se acomodaba una mesa con dos botellas de agua y unos refrigerios. No sabía cuánto tiempo había estado inconsciente. Recordó el motivo y se llevó instintivamente la mano al lugar donde había recibido la picadura. Allí tenía una hinchazón similar a un quiste. Intranquilo, se dirigió hasta la puerta, pero ésta se hallaba cerrada con llave. Cuándo intentó forzarla escuchó una voz que le hablaba desde un parlante ubicado en algún lugar de la habitación que no pudo precisar:

   - Sr. Vazquez, usted ha sido puesto en aislamiento porque tiene una infección contagiosa. Estamos haciendo todo lo posible para ayudarlo. Si tiene alguna necesidad puede comunicarse con nosotros por este medio.

   Isidoro Vazquez no supo que decir. Sentía una sed arrolladora por lo que tomó una botella de la mesa y comenzó a beberla con tal ansiedad que la acabó sin siquiera parar a respirar. El mareo regresó de repente, así que caminó despacio hasta la cama y se colocó de costado. Tenía fiebre y le pesaban los ojos. Casi de inmediato, cayó en un profundo sueño.

   Unas horas después lo despertó un terrible dolor en la espalda. La hinchazòn había crecido hasta superar el tamaño de una manzana y despedía un intenso calor. Gritó pidiendo ayuda y desde los parlantes le dijeron que le enviarían algo para aliviarle. Se sentó en la cama y trató de calmarse. El dolor parecía que comenzaba a mermar.

   Pasaron los minutos y la ayuda no llegaba. Bebió un poco mas de agua y devoró con fruición los refrigerios que había sobre la mesa.

   Cerca de una hora después la ayuda prometida no había llegado y el dolor regresó. La hinchazón en su espalda no solo había aumentado de tamaño sino que también parecía que algo se movía en su interior. En un ataque de pánico comenzó a rascarse de manera desesperada hasta que se produjo una herida de donde manó sangre y pus. Eso alivió la tensión por un momento, pero cuándo se tocó nuevamente sintió lo que parecían las patas de un insecto saliendo de su espalda.

   El cañero comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero nadie vendría a auxiliarlo. Quiso correr a la puerta dispuesto a derribarla, pero cuando se incorporó sus piernas se paralizaron y cayó de boca al suelo. Todo su cuerpo había sucumbido a la parálisis, pero sus sentidos seguían funcionando con normalidad. Lo último que pudo sentir fue una fila de decenas de diminutas patas corriendo por su espalda.

  Desde otra habitación, dos hombres presenciaban en una computadora portátil aquella espantosa escena. Uno de ellos dijo:

   - Este caso fue una verdadera bendición. Nunca habíamos podido estudiar la incubación completa del parásito en un huésped humano vivo.

   - Esto adelanta mucho nuestra investigación – dijo el otro -. No sabemos por cuánto tiempo podremos seguir comprando el silencio del Ministerio de Salud. Cuando se declare la Emergencia y la existencia de la patología se haga pública, otras compañías comenzaran a buscar la cura y corremos el riesgo de perder un fabuloso negocio.

   El hombre que había hablado en primer lugar se puso de pie y le dijo al otro:

   - Asegúrate de que el parásito sea llevado vivo al laboratorio. Tenemos que estudiar su ciclo vital.

   - ¿Y que hacemos con el cadáver? - preguntó su compañero.

   - Lo mismo que con los otros – le respondió -. Que nuestros expertos lo arreglen para borrar toda evidencia. A la familia entréguenle un certificado de defunción que diga “Causa de Muerte: Accidente Cerebro- Vascular”.

   Tras esto, se retiró de la habitación y se fue silbando tranquilamente por un largo pasillo de hospital.

  

Cipolletti, 27 de febrero de 2016


Publicado en El Narratorio Digital, N° 26, abril de 2018.

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