Huesped (cuento)
El cañero comenzó a experimentar mareos y nauseas. Corrió en busca de ayuda, pero solo pudo avanzar unos pocos metros antes de caer desmayado.
Despertó en una cama de hospital. No había
nadie mas en la habitación. Al lado de la puerta se acomodaba una mesa con dos
botellas de agua y unos refrigerios. No sabía cuánto tiempo había estado
inconsciente. Recordó el motivo y se llevó instintivamente la mano al lugar
donde había recibido la picadura. Allí tenía una hinchazón similar a un quiste.
Intranquilo, se dirigió hasta la puerta, pero ésta se hallaba cerrada con
llave. Cuándo intentó forzarla escuchó una voz que le hablaba desde un parlante
ubicado en algún lugar de la habitación que no pudo precisar:
- Sr.
Vazquez, usted ha sido puesto en aislamiento porque tiene una infección
contagiosa. Estamos haciendo todo lo posible para ayudarlo. Si tiene alguna
necesidad puede comunicarse con nosotros por este medio.
Isidoro Vazquez no supo que decir. Sentía
una sed arrolladora por lo que tomó una botella de la mesa y comenzó a beberla
con tal ansiedad que la acabó sin siquiera parar a respirar. El mareo regresó
de repente, así que caminó despacio hasta la cama y se colocó de costado. Tenía
fiebre y le pesaban los ojos. Casi de inmediato, cayó en un profundo sueño.
Unas horas después lo despertó un terrible
dolor en la espalda. La hinchazòn había crecido hasta superar el tamaño de una
manzana y despedía un intenso calor. Gritó pidiendo ayuda y desde los parlantes
le dijeron que le enviarían algo para aliviarle. Se sentó en la cama y trató de
calmarse. El dolor parecía que comenzaba a mermar.
Pasaron los minutos y la ayuda no llegaba.
Bebió un poco mas de agua y devoró con fruición los refrigerios que había sobre
la mesa.
Cerca de una hora después la ayuda prometida
no había llegado y el dolor regresó. La hinchazón en su espalda no solo había
aumentado de tamaño sino que también parecía que algo se movía en su interior.
En un ataque de pánico comenzó a rascarse de manera desesperada hasta que se
produjo una herida de donde manó sangre y pus. Eso alivió la tensión por un
momento, pero cuándo se tocó nuevamente sintió lo que parecían las patas de un
insecto saliendo de su espalda.
El cañero comenzó a gritar pidiendo ayuda, pero nadie vendría a auxiliarlo. Quiso correr a la puerta dispuesto a derribarla, pero cuando se incorporó sus piernas se paralizaron y cayó de boca al suelo. Todo su cuerpo había sucumbido a la parálisis, pero sus sentidos seguían funcionando con normalidad. Lo último que pudo sentir fue una fila de decenas de diminutas patas corriendo por su espalda.
- Este caso fue una verdadera bendición.
Nunca habíamos podido estudiar la incubación completa del parásito en un
huésped humano vivo.
- Esto adelanta mucho nuestra investigación
– dijo el otro -. No sabemos por cuánto tiempo podremos seguir comprando el
silencio del Ministerio de Salud. Cuando se declare la Emergencia y la
existencia de la patología se haga pública, otras compañías comenzaran a buscar
la cura y corremos el riesgo de perder un fabuloso negocio.
El hombre que había hablado en primer lugar
se puso de pie y le dijo al otro:
- Asegúrate de que el parásito sea llevado
vivo al laboratorio. Tenemos que estudiar su ciclo vital.
- ¿Y que hacemos con el cadáver? - preguntó
su compañero.
- Lo mismo que con los otros – le respondió
-. Que nuestros expertos lo arreglen para borrar toda evidencia. A la familia
entréguenle un certificado de defunción que diga “Causa de Muerte: Accidente
Cerebro- Vascular”.
Tras esto, se retiró de la habitación y se
fue silbando tranquilamente por un largo pasillo de hospital.
Cipolletti, 27 de febrero de 2016
Publicado en El Narratorio Digital, N° 26, abril de 2018.
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