Diagnósticos Tempranos en la Infancia: entre la necesidad y el riesgo
La psicoanalista Gisela Untoiglich titula uno de sus libros: En la infancia los diagnósticos se escriben con lápiz (2013). No se trata de una frase original, sino que forma parte de una larga tradición en la terapia infantil. Se refiere a que, así como los niños comienzan a escribir utilizando un lápiz para poder corregir en caso de error, quienes se ocupan de la salud infantil (pediatras, psicólogos/as, psicoanalistas, trabajadores/as sociales) deberían revisar periódicamente los diagnósticos que realizan a fin de evitar que el mismo se convierta en un etiquetado permanente.
Dado que en la infancia todavía se está constituyendo la subjetividad (“trabajamos
sobre una historia que se está escribiendo” dice Beatriz Janin), todo
diagnóstico no es más que una hipótesis. Esto no significa que no se deba
diagnosticar a los niños o las niñas. Tanto en la salud física como en la
mental, un diagnóstico temprano –sobre todo si se trata de una patología grave-
es necesario para poder comenzar a trabajar en los primeros tiempos de su
estructuración antes que se produzca la coagulación o cronificación de la patología,
lo que hará que más difícil su tratamiento y que se reduzca la calidad de vida
del paciente.
Pero lo que se debe evitar es el sobrediagnóstico o los diagnósticos permanentes que encasillen al niño o niña de por vida a la manera de un estigma o cartel de presentación. “Soy un TDAH” o “Soy un TGD” es como se suelen presentar escolares en países como Estados Unidos, en donde el poder de las corporaciones médicas y la industria farmacéutica no ha dejado a nadie sin su diagnóstico.
La quinta edición del DSM (2013), el manual de diagnósticos y
estadísticas de la American Psiychiatric Association (APA) -organización en la
que la industria farmacéutica tiene gran poder-, incluye entidades diagnósticas
que son verdaderamente absurdas, como el Trastorno de Desregulación Disruptiva
del Estado de Animo (DMDD) que se diagnostica si el niño tiene más de tres
berrinches o rabietas en una semana (¿que niño no hace berrinches?). En los
últimos años también se han disparado los diagnósticos de Trastornos Generalizados
del Desarrollo (TGD), problemas de aprendizaje escolar y de Trastorno por
Déficit de Atención con Hiperactividad (TDAH), muchas veces realizados a la
ligera y por profesionales de la salud que no son especialistas en el tema
(pediatras, clínicos). El caso del TDAH es más alarmante ya que rápidamente se
procede a medicar con metilfenidato (Ritalin), introduciendo desde
temprano el consumo habitual de psicofármacos (que puede ser la base de
adicciones futuras).
Al mismo tiempo se dejan pasar problemas graves en la infancia, como los
casos de maltrato y abusos por parte de personas adultas (que pueden llevar a
la muerte o daños severos), la desnutrición o mal nutrición, los problemas
económicos, y los déficit sensoriales (vista, oído). ¿Será porque esto no
beneficia a la industria farmacéutica?
Entendido de esta manera, el diagnóstico se convierte en una herramienta
para la medicalización, la patologización y el control social de las infancias,
en donde ni el niño ni las familias tienen posibilidad de decidir sobre el
tratamiento que se le va a aplicar. Muchos llegan a la consulta con un
profesional de la salud mental derivados por la escuela u otra institución por
algo que ni el niño ni la familia consideran un problema o que son fases
normales del desarrollo infantil. Lo importante es que “funcione bien”, como si
se tratara de una máquina. Por eso la necesidad de escuchar siempre su palabra
y vivencias sobre el tema por el que se consulta.
Un buen diagnóstico debe realizarse de manera multidisciplinar, precisa,
respetando los tiempos, viendo la singularidad de cada caso y teniendo en
cuenta todas las dimensiones del niño o niña (biológica, neurológica, psíquica,
familiar, escolar, socio-histórica, económica y política), evitando el
etiquetamiento permanente. El “interés superior del niño” consagrado en
la Declaración Universal y las leyes nacionales debe prevalecer sobre las
ganancias de quienes ven a la salud como un negocio.
Y
por supuesto: siempre tener al lado una goma para borrar y volver a escribir, o
dejar el casillero en blanco para que sea él o ella misma quién escriba su
propia historia.
Publicado en Revista Cocoliche, Santa Rosa, número de febrero 2022.
Muy buen ensayo Luciano. Te sigo desde ELE y he llegado por tu invitación a todos los lectores.
ResponderEliminarY digo que es muy bueno tu trabajo, porque lo he experimentado con uno de mis hijos. La psicóloga de tercer grado de su escuela, diagnostico que necesitaba un tratamiento psicológico, era demasiado sensible para su edad.
Lo llevé a otra profesional y luego de un tratamiento de varios meses el diagnostico fue que era normal, no todos los niños pueden ser iguales, unos son más sensibles que otros, eso es normal.
¿Cuál fue el motivo de diagnosticarlo demasiado sensible?
Un compañero había perdido a su hermana menor en el incendio de su casa y ante esa noticia, mi hijo había llorado, fue el único en sensibilizarse.
A veces los chicos cambian solos con los años y la vida.
Te invito, sin obligación a mi blog.
mariarosa
Es algo que menciono en el artículo: que muchos diagnósticos son realizados por profesionales que no son especialistas en el tema o se los envía por algo que no es un problema para ellos o su familia. Por ello, ante la duda, se debe ver a un profesional especializado en (psiquiatra, psicólogo/a, neurólogo/a infantil), tener en cuenta la etapa de desarrollo que se encuentra, el contexto (porque algunas cosas que parecen patologías son en realidad reacciones esperables al estrés de una situación) y realizarlo de manera multidisciplinar.
EliminarLo que veo en las escuelas en las que trabajo es que cada vez hay más diagnósticos y más "casos especiales" y "necesidades de....", pero cuando se pregunta de qué forman o cómo trabajar con los chicos que tienen estas particularidades, ahí te dejan sólo y arreglátelas como puedas.
ResponderEliminarPor otro lado, salvo en casos muy graves, la mayoría de los chicos trabajan igual que los "normales", sin que se haga nada de lo que se supone que hay que hacer.
O bien hay sobrediagnósticos o bien hay muchos "especialistas" que no saben hacer su trabajo.
Claro que también puedo estar equivocado.
Saludos,
J.
Es un poco de casa cosa. Hay profesionales que no son especialistas y diagnostican, por eso siempre se debe buscar que el diagnostico sea hecho por especialistas de diferentes disciplinas que intervengan en el tema. Por otro lado hay sobrediagnósticos de muchas patologías, y hay subdiagnósticos de casos graves (sobre todo por los daños causados por maltratos, o las patologías que afectan la vista o el oído). Mi artículo no es contra los diagnósticos (como me acusaron algunas personas) sino un pequeño aporte para discutir como hacerlos de la mejor manera y respetando los derechos de los niños.
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