La Señora (cuento)

 

   Me encontraba realizando el último año de mi residencia en Medicina Rural en un pueblito ubicado en el medio del monte llamado Higueras. Trabajaba en el centro de salud como asistente del único médico del lugar, muy pronto a jubilarse. La buena amistada trabada con los pobladores alentaba en ellos la esperanza de que reemplazara al anciano profesional.

   A pocos kilómetros de Higueras se alzaba una Colonia Agrícola, creada por el gobierno en la década de 1920. Una vez por semana me trasladaba hasta el lugar para atender la consulta de los pobladores. Una camioneta del Ministerio de Salud me dejaba en la entrada de la Colonia, desde donde debía continuar a pie hasta el primer puesto. Tras atender a la familia que ahí residía, se informaba por radio de mis siguientes movimientos y el resto de los pobladores se dirigían al punto de mi trayecto que les quedara más cercano, para recibir atención. A la noche regresaba caminando hasta la ruta, donde hacía dedo a la espera de que alguien me acercara de vuelta al pueblo.

   Un día me sucedió algo extraño. Había realizado mi trabajo habitual en la colonia: tomando la presión a los ancianos, atendiendo malestares en los niños, sanando heridas y recetando medicamentos. Eran alrededor de las ocho de la noche y ya comenzaba a oscurecer cuando me despedí en el último puesto y emprendí mi viaje por el camino de tierra. Una hora más tarde de comenzado el trayecto, sentí un jadeo a mis espaldas. Giré rápidamente para ver de qué se trataba, pero no encontré a nadie. La sorpresa fue que al volver a mi posición, pude ver a una señora que caminaba a unos tres metros sobre mi lado derecho. No podía comprender como había aparecido esa mujer en el lugar, parecía surgida de la nada. Seguía mi paso perfectamente, pero jadeaba como sufriendo de algún malestar.

   - ¿Se siente bien señora? – le pregunté.

   No respondió.

   - Porque soy médico y puedo ayudarla- volví a decir con idéntico resultado.

   Miré hacia adelante, ya se divisaba la ruta. Estaría en ella en menos de quince minutos. La señora continuaba caminando a mi lado y jadeando. Comencé a sentir temor y moverme cada vez más deprisa. Ella me seguía a la par. Su jadeo ya se volvía aterrador. Una gota fría de sudor  me resbaló por la frente, era el comienzo del pánico.

   Llegué finalmente a la ruta y doblé rumbo al pueblo. Creí que la señora había desaparecido, pero la divisé inmediatamente al otro lado del asfalto. Pasó poco tiempo hasta que un auto se detuvo a recogerme. Al momento de detenerse los faros me encandilaron dejándome sin visión por unos segundos. Cuando pude recuperarla, miré hacia el último punto en que se encontraba la señora: ya no estaba. Desapareció tan misteriosamente como había llegado.

   Subí al automóvil y mientras nos dirigíamos al pueblo le comenté a la persona que conducía la extraña historia sucedida. No pareció sorprenderse y cuando terminé me dijo:

   - Mucha gente la ha visto. No sabemos quién es, pero es inofensiva. Solo te acompaña y luego desaparece.

   - Pero había algo extraño en ella – insistí.

   - Algunos piensan que es un fantasma o un aparecido – volvió a decirme tranquilamente -. Acá no nos preocupamos por esas cosas, son comunes.

   Al día siguiente otros pobladores me dieron la misma versión acerca de la señora que se me había aparecido la noche anterior. Desconocían de quién se trataba, pero aseguraban que no hacía más que acompañar a los que recorrían el monte en horas de la noche.

   Un par de días después, un paciente me preguntó al terminar la consulta:

   - ¿Así que usted doctor se encontró con “la Señora”?.

   Supe inmediatamente a que se refería. Le respondí afirmativamente. Me dijo que, si a la tarde me encontraba disponible, pasara por la biblioteca de la escuela en donde trabajaba porque deseaba enseñarme algo.

   Con curiosidad me dirigí esa tarde a la Biblioteca, preguntándome que dato relacionado con “la Señora” quería compartir conmigo este sujeto. Me saludó efusivamente y luego me enseñó una colección encuadernada del diario El Heraldo. Tomó un volumen previamente preparado y lo abrió en una página señalizada. Había en ella una fotografía.

   - ¿Esta es la mujer que usted vio la otra noche? – preguntó.

   Sí, era exactamente ella. Leí la nota que acompañaba la fotografía. Era del año 1935, Sección Policiales. Allí daba cuenta del asesinato, a manos de bandoleros, de una mujer que aguardaba a su esposo en la entrada que conducía al puesto. Ambos formaban parte de los pobladores originales de la colonia.

   - Entonces… está muerta – dije -. ¿Cómo puede ser posible? Si yo la vi, caminaba a mi lado.

   - Me gusta pensar que es un espíritu guardián – me dijo el bibliotecario -, que acompaña a los que viajan a pie para protegerlos, para que no sufran la misma suerte que ella.

   Esa hipótesis chocó con mi frio racionalismo científico. Mi escepticismo  profesional me impedía creer que un ente sobrenatural hubiese caminado a mi lado aquella noche. Pero no podía negar haber visto a la mujer de la fotografía, y que había aparecido de una manera tan misteriosa como luego desapareció.

   Continué dialogando del tema con el bibliotecario unos minutos más. Como muchos en el lugar, creía fervientemente en estos fenómenos sin darles la mayor importancia. Como si fueran parte de la vida cotidiana que no debe cuestionarse.

   Permanecí unos meses más en la zona, pero nunca volví a circular de noche por las afueras del pueblo, y mucho menos en las cercanías de la Colonia Agrícola.


                                                                                                                       Santa Rosa, 10 de marzo de 2008.


 Publicado en El Narratorio Digital, N° 34, diciembre de 2018. Reproducido posteriormente en Revista Cocoliche, Santa Rosa, N° 119, junio de 2020, y en otras páginas web o revistas literarias.

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