No hay Paraíso al cuál regresar (cuento)

 

No hay sueño en la vida más grande que el Sueño del Regreso. El mejor camino es un camino de vuelta, que también es un camino imposible”.

Alejandro Dolina, “Refutación del Regreso” (en: Crónicas del Ángel Gris, 1988).


Informe del comandante Nathan´ael al Consejo Superior de Gobierno Daemónicus, en la Galaxia de Andrómeda.


   Hace millones de años surgió en uno de los brazos de la Galaxia de la Vía Láctea una civilización tecnológicamente avanzada que supo aprovechar los recursos de su planeta para prosperar. Tras milenios de evolución aprendieron a revertir el proceso de envejecimiento y erradicar la muerte por causas naturales. Esto fue su perdición: sin miedo a morir, dejaron de reproducirse y de crear, porque ya no sentían la necesidad de perpetuarse a través de un legado. Las grandes obras comenzaron a desmoronarse, la infraestructura a fallar y las guerras se volvieron inevitables. Su civilización colapsó, pero antes de la caída muchos huyeron del planeta sembrando la vida en la galaxia. Por eso hoy los conocemos como “los Creadores”, los dioses de las leyendas de numerosos pueblos1.

   Al mismo tiempo surgió, en el otro extremo de la galaxia una civilización guerrera y expansionista: los Arkhan Hell. Tecnológicamente tan avanzados como los creadores, conquistaron a todos los mundos habitados. Impusieron un sistema basado en la esclavitud de los sometidos y el exterminio de los rebeldes. Su Base de Operaciones se concentró en el tercer planeta de una estrella Enana Amarilla que se encontraba en la mitad de su vida. Ese mundo estaba habitado por una especie descendiente de los creadores, pero que se encontraba dando sus primeros pasos en el proceso civilizatorio. Como eran mamíferos erguidos, diestros con sus manos, pulgar oponible y un cerebro capaz de cumplir órdenes los utilizaron como mano de obra en la construcción de armas y naves para mantener su dominio galáctico.

   Los daemónicus plantamos resistencia a los arkhan hell y apoyamos a todos los mundos que se levantaron en contra de los opresores. Por eso fuimos condenados a la extinción. Nuestro planeta nativo fue arrasado bajo el fuego nuclear. Nuestras colonias sometidas. Los sobrevivientes se vieron forzados a exiliarse en la Galaxia de Andrómeda para que nuestro legado no se perdiera para siempre. Pero antes de eso liberamos un retrovirus en el tercer planeta que reescribiría el ADN de sus habitantes ayudando a desarrollar las áreas del cerebro relacionadas con el libre albedrío, lo que les daría -en cuestión de siglos- la capacidad para cuestionar y oponerse a los arkhan hell2.

   Han transcurrido un millón de años desde aquellos días y el Consejo Superior de Gobierno me confió la misión de liderar una expedición a nuestra galaxia de origen para evaluar la posibilidad de un retorno. La flota a mi mando estaba compuesta por 10 Naves Nodrizas de Combate, naves auxiliares más pequeñas, equipo científico y tecnología para la transformación de un planeta en caso que quisiéramos habitarlo. Lo primero que hicimos al llegar fue realizar una prospección a los mundos marcados antes del exilio para su posterior seguimiento. La situación que encontramos fue esperable en algunos casos y desoladora en otros.

   Como supusimos, en el tercer planeta -ahora llamado Tierra- hubo una rebelión que expulsó a los arkhan hell. Libres de la tiranía, los humanos -como se llaman a sí mismos sus habitantes- iniciaron un desarrollo tecnológico que los llevó a un nivel cercano al que se encontraban sus creadores en los momentos previos al descubrimiento de la inmortalidad. Incluso han empezado a visitar con naves primitivas los alrededores de su planeta.

   En el resto de la galaxia, otros levantamientos también expulsaron a los invasores, pero la mayoría de estos mundos habían quedado tan diezmados por milenios de saqueo imperial que no pudieron despegar tecnológicamente. De a poco fueron muriendo y sus culturas se extinguieron para siempre. Una voz apagada en el concierto de una galaxia cada vez más oscura y silenciosa.

   Los arkhan hell se refugiaron en su planeta natal. Perdido su Imperio, se aislaron del resto de la galaxia. Pero nunca olvidaron su “glorioso pasado”, la “Edad de Oro” a la que pretenden regresar.

   El caso más curioso fue el de los creadores. Tras la caída de su civilización, los sobrevivientes comenzaron lentamente con la reconstrucción. Perdida para siempre la fórmula de la inmortalidad, volvieron a innovar y a crecer. Solucionados los problemas internos, sus naves se adentraron en la oscuridad del Cosmos.

   No pasó mucho tiempo antes de que los creadores y los arkhan hell tomaran contacto. Al principio entraron en guerra por la conquista de nuevos mundos, pero finalmente establecieron una alianza perversa para apoderarse de la galaxia. La Tierra se convirtió en la joya más codiciada. El mundo sembrado de vida por exiliados de la Antigua Civilización de los Creadores. La colonia perdida del Imperio Arkhan Hell.

   El saber que los daemónicus estábamos de vuelta aceleró los planes de conquista. Por eso tomamos la decisión de contactar con las autoridades terrícolas para hacerles saber de esta amenaza. Cuando nuestras naves se aproximaron al planeta cundió el pánico entre sus habitantes. Tras demostrar que no veníamos con intenciones hostiles, una delegación liderada por quién suscribe este informe se reunió con representantes de las Naciones Unidas, un órgano similar a nuestro Consejo Superior. La Tierra no tiene una autoridad global unificada sino que se divide en tribus o naciones con diferentes formas de gobierno.

   Nuestra apariencia generó impacto en los humanos. La gran contextura física, la piel rojiza, los cuernos y las marcas oscuras formando patrones sobre los tejidos -que los humanos confundieron con tatuajes- les recordaba a los seres malvados de sus leyendas, los que los alejaron de sus creadores, los que instaron al pecado original de pensar antes que obedecer. En eso tienen razón: fuimos quiénes les dimos el Libre Albedrío. Algunas naciones nos recibieron, otras se mostraron cautas ante nuestras intenciones. ¿Unos seres con apariencia siniestra que les ofrecen protegerlos de otros venidos del cielo que en sus cuentos folklóricos fueron sus creadores?

   Pero no hubo tiempo para ello porque rápidamente llegó la aniquilación: una flota conjunta de creadores y arkhan hell lanzaron un ataque sorpresa. Millones murieron en los primeros días. Luego vino un alto al fuego, en donde los embajadores de los conquistadores ofrecieron paz a cambio del sometimiento. Lo que sucedió a continuación será algo difícil de creer para quiénes lean este informe. La Tierra no actuó como un solo ente en contra de los invasores. Mientras algunas naciones optaron por resistir, otras se sometieron.

   Los daemónicus prestamos nuestro apoyo a quienes eligieron la primera opción. Lanzamos ataques desde el espacio a las naves nodrizas de los creadores y arkhan hell. En la Tierra enfrentamos a las tropas de asalto. Algunas naciones humanas aliadas a los invasores declararon la guerra a sus vecinos. Defendimos a nuestros aliados de estos ataques, pero no avanzamos en contra de las naciones agresoras porque no eran los humanos nuestro objetivo.

   La guerra se prolongó por años. La Tierra estaba diezmada, ya no podía resistir. Los humanos se enfrentaban a los invasores del espacio y a la guerra civil en su propio planeta. Por eso tomamos una decisión desesperada de la que soy en absoluto responsable. Ordené que nuestras naves nodrizas, que formaban un escudo protector alrededor de la Tierra, se alejaran lo suficiente de su atmósfera y se aproximaran lo más posible a la constelación de naves de ataque de los creadores y arkhan hell. Una vez hecho esto, iniciamos el Protocolo de Autodestrucción. La explosión fue tan atroz que barrió por completo a las fuerzas enemigas en el espacio.

   Vencida la primera línea de ataque, las tropas en la superficie no pudieron resistir sin el apoyo externo: se rindieron inmediatamente. La Tierra volvía a ser libre. Miles de creadores y arkhan hell fueron hechos prisioneros. Le ofrecimos a los humanos repatriarlos a sus planetas, ya que no es el espíritu de los daemónicus tomar represalias contra los vencidos, pero las autoridades de la Tierra tenían otros planes. Optaron por encerrarlos en terribles Campos de Prisioneros, “por seguridad y para estudiarlos” nos dijeron, pero sabíamos que era para hacerles pagar por la osadía de haber invadido su mundo. El revanchismo forma parte del modo de vida de los humanos.

   Los daemónicus sobrevivientes permanecimos en la Tierra, ya que destruimos nuestra flota y solo contábamos con unas pocas naves menores. Algunas naciones -las que fueron aliadas en tiempos de guerra- nos dieron territorio para vivir. Las Naciones Unidas nos proveyeron de todo lo necesario. Ayudamos con nuestra tecnología a la reconstrucción del planeta. Incluso pusimos en órbita un Sistema de Protección Planetaria para que pudieran defenderse de futuras invasiones.

   Pero tras la guerra la humanidad experimentó un gran vacío. Durante toda su historia la mayor parte de ellos habían crecido con la idea de que los dioses y los ángeles los protegían. Ahora sabían que en realidad deseaban someterlos. Ya no miraban al cielo para dar las gracias o pedir bendiciones, sino para preguntarse cuándo volverían a intentar aniquilarlos. Fue una crisis existencial, espiritual y filosófica sin precedentes. Nunca se sintieron tan abandonados. Nunca tan desprotegidos. Fuimos nosotros quiénes les trajimos ese conocimiento. Así como hace un millón de años les dimos el Libre Albedrío, ahora asesinamos a sus dioses, sus últimos resquicios de fe y esperanza. Tenían razón: somos los demonios de sus leyendas.

   Nos comenzaron a ver con recelo. En algunos lugares nos prohibieron la entrada. Solo podíamos circular en las reservas que nos dieron en algunos países, cercados por sus fuerzas armadas. Éramos tan prisioneros como los invasores que ayudamos a derrotar. De a poco nos dejaron de llegar las ayudas.

   Cuando la situación se volvió insostenible tuve una reunión con la Secretaria General de las Naciones Unidas de la que salió una decisión: teníamos que abandonar la Tierra. Nos dieron los insumos necesarios para reparar las naves y un plazo de tiempo para terminar. Nos dijeron que siempre estarían agradecidos por haberlos salvados de la aniquilación y cantaron Himnos en nuestro honor. Después de eso nos expulsaron. La nave que nos sacó de la Tierra pasó por el Sistema de Protección Planetaria que ayudamos a crear para que nunca volvieran a sufrir tan brutal destino.

   Cierro este informe respondiendo al objetivo con que fui enviado a este misión: evaluar la posibilidad de retorno a la Galaxia originaria de nuestra especie. Mi respuesta es negativa. La Vía Láctea es un paraíso perdido. Los daemónicus no tenemos en ese lugar del Cosmos ningún paraíso al cuál regresar. Durante eones hemos sido la especie que luchó por la liberación, que enfrentó a los opresores y que otorgó el don del libre albedrío. Pero ahora deben ser ellos mismos los que defiendan su derecho a la existencia. Por ende, todo contacto debe ser cortado para concentrarnos en continuar con el poblamiento, protección y prosperidad de la Galaxia de Andrómeda, nuestro actual hogar. El legado que dejamos en la Vía Láctea es el que debemos proteger en este nuevo Paraíso que hemos creado y que ya es parte de nosotros.


Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 30 de octubre de 2025.


Banderas de la Vía Láctea y de la Galaxia de Andrómenda realizadas por Meta IA con Llama 4.0.


Publicado en El Narratorio Digital, Nº 118, diciembre de 2025


Referencias:

1 Cuento “El Legado”, publicado en El Narratorio N° 74 (abril 2022) y en la antología El Refugiado en las Palabras (2023).

2 Cuento “El día que nos expulsaron del Paraíso”, publicado en El Narratorio N° 87 (mayo 2023) y en la antología El Refugiado en las Palabras (2023).

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