Una madre olvidada: María Remedios del Valle
Cuando en 2024 se imprimió el nuevo billete de 10 mil pesos argentinos, muchos se preguntaban quién era la mujer junto a Manuel Belgrano. Incluso algunos la confundían con Juana Azurduy. Lo cierto es que se trata de María Remedios del Valle, "Tía María" como la llamaban los hombres que combatieron bajo sus órdenes o "la Madre de la Patria" como se la conoce actualmente.
Posiblemente nació entre 1766 y 1767 en la
ciudad de Buenos Aires, que por entonces era la capital de la Gobernación de
Buenos Aires y en 1776 lo sería del Virreinato del Río de La Plata. Para el
sistema de castas de la época, se la consideraba "Parda", es decir,
una persona de tez oscura de origen africano, pero con diversos grados de
mestizaje con europeos, pobladores originarios y mulatos.
Durante la Segunda Invasión Británica al Río de La Plata en 1807 se alistó en la Milicia de los Tercios Andaluces. En el Museo Histórico del Cabildo y de la Revolución de Mayo hay una tabla con un fragmento del parte del comandante del cuerpo en donde se expresa que la parda María Remedios del Valle: "la Parda María de los Remedios, esclava de Doña del Valle (que sirvió) a los individuos de este cuerpo en la campaña de Barracas, asistiendo y guardando sus mochilas para aligerar su marcha a los Corrales de Miserere".
Tras la Revolución de Mayo de 1810, María
Remedios se incorporó, junto con su esposo y dos hijos (uno adoptivo) al
Regimiento de Artillería de la Patria del recién creado Ejército del Norte, que
comandaba el abogado revolucionario Manuel Belgrano.
Como Auxiliar (nombre que se daba a las
cocineras, curanderas o esposas de soldados), participó en la desastrosa
batalla de Huaqui (1811). En vísperas de la Campaña del Tucumán (1812) le
solicitó a Belgrano atender a los heridos en la primera línea de ataque, a lo
que este se negó por desconfiar de la disciplina de las mujeres. Pero durante
los combates pasó al frente asistiendo y alentando a los soldados por lo que
Lamadrid la llamó "la Madre de la Patria".
Después de esto, Belgrano rectificó su
posición y la nombró Capitana del Ejército Norte, único cargo concedido a una
mujer. Comandó hombres en la victoria de Salta (1812) y en la derrota de
Vilcapugio (1813). En Ayohuma (1813) fue herida de bala y capturada por los
realistas Pezuela, Ramírez y Tacón. En el campo de prisioneros ayudó a huir a
varios oficiales y soldados revolucionarios, por lo que fue sometida a nueve
días de azotes públicos como castigo. También estuvo "en capilla" (a
punto de ser fusilada). Finalmente pudo escapar y se unió a las fuerzas de
Martín Miguel de Güemes -los famosos "Gauchos Infernales"- y de Juan
Antonio Álvarez de Arenales.
La guerra no solo le dejó unas marcas
imborrables en el cuerpo debido a las balas y la tortura, sino también el dolor
de la pérdida de toda su familia. Pero sus pesares recién empezaban. Regresó a
Buenos Aires sumida en la pobreza, por lo que comenzó a frecuentar las iglesias
de San Francisco, Santo Domingo y San Ignacio, así como la Plaza de Victoria
-hoy Plaza de Mayo-, mendigando y vendiendo pasteles y tortas fritas. Mostraba
sus heridas y contaba relatos de la Guerra de Independencia a quienes paraban a
escucharla. Llegaron a considerar que estaba loca o demente.
En 1826 comenzó las gestiones para que se
le concediera una pensión por sus servicios como Capitana del Ejército, así
como por el sacrificio de su esposo y sus dos hijos. El expediente firmado en su nombre por un tal
Manuel Rico y apoyado por el coronel Hipólito Videla expresa que: "quizá recordarán el nombre de la Capitana patriota María
de los Remedios para admirar su firmeza de alma, su amor patrio y su
obstinación en la salvación y libertad americana; aquellos al hacerlo aún se
irritarán de mi constancia y me aplicarían nuevos suplicios, pero no
inventarían el del olvido para hacerme expirar de hambre como lo ha hecho
conmigo el Pueblo por quien tanto he padecido".
Una mañana de septiembre de 1827 el general
y entonces diputado Juan José Viamonte la encontró mendigando en la entrada de
la Iglesia Nuestra Señora de la Merced. Indignado por esta injusticia, llevó el
caso a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires para que se le otorgara
una pensión vitalicia por "los servicios prestados en la Guerra de
Independencia". Pero los legisladores -como sigue sucediendo en la
actualidad- cajonearon el proyecto argumentando otras urgencias, mientras la
heroína padecía la pobreza extrema.
El 9 de junio de 1828 Viamonte asumió como
vicepresidente de la Legislatura y consiguió que se tratara el tema. El
diputado Manuel H. Aguirre argumentó que ese tema lo debía tratar el recién
creado Gobierno Nacional, que en la práctica solo actuaba de nombre porque el
poder estaba en las provincias. Preso de furia, el general Viamonte dio un
discurso destacando lo que representó esta mujer para las fuerzas que
enfrentaron a los realistas. Secundado por Tomás de Anchorena, logró
conmoverlos y el 15 de marzo se aprobaron una serie de medidas: el otorgamiento
de una pensión, la creación de una Comisión encargada de redactar su biografía
y un monumento en su honor.
La biografía y el monumento no se
concretaron, y la pensión fue de solo 30 pesos mensuales -cuando el salario de
una lavandera era de 20 pesos- y sin pago de retroactivos. En 1835 el
gobernador Juan Manuel de Rosas le daría un aumento del 600%, por lo que ella
decidió llamarse Mercedes Rosas en agradecimiento. En cuanto a su biografía,
habría que esperar a que en el siglo XX el escritor, historiador y abogado
Carlos Ibarguren rescatara del olvido la historia y pesares de esta mujer. Los
monumentos se harían recién en este siglo.
Falleció en 1847, en medio de la ingratitud
de un pueblo y de los gobiernos que la abandonaron en la pobreza como también
hicieron con Manuel Belgrano y Juana Azurduy. Como sucede con tantas personas
que aportan diariamente su trabajo y luchas por un mundo más justo y libre en
medio de tanta apatía.
Publicado en revista cultural Cocoliche, Santa Rosa, Nº 182, septiembre 2025.
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