Sacerdotes locos y borrachos: una fiesta pagana en la Edad Media

 

  Aunque en la Europa Medieval dominada por la Iglesia Católica, los Templos y Monasterios eran lugares de recogimiento, oración, arrepentimiento y castigo de los pecados, una vez al año ese orden se invertía para convertirse en un auténtico festival pagano y satírico.

   La Fiesta de los Locos, también llamada Fiesta de las Calendas o de los Subdiáconos, era un evento que se daba dentro del seno de la misma Iglesia Católica Romana, aunque no era una celebración oficial y era resistida por las autoridades eclesiásticas. En el periodo comprendido entre la Navidad y el Día de Reyes, pero con especial énfasis en el Año Nuevo (de ahí calendas: ciclo o año, en griego), los Miembros del Bajo Clero (clérigos, subdiáconos, diáconos y sacerdotes de bajo rango) protagonizaban una especie de Carnaval en donde se burlaban de figuras de autoridad. En los Monasterios, monjes y monjas también lo practicaban.

   La mayoría de las fuentes que tenemos sobre esta festividad provienen de las denuncias de autoridades eclesiásticas tendientes a erradicarla y a un minucioso Informe de Censura realizado por la Facultad de Teología de la Universidad de Paris en 1444. En estos documentos se menciona que los clérigos y sacerdotes nombraban un Obispo y un Papa de los Locos que, lejos de ser una figura solemne y que inspirara respeto, era motivo de burla por parte de los concurrentes. También se burlaban de nobles y monarcas. Los participantes concurrían a los templos vestidos de bufones, juglares, figuras enmascaradas o con ropas femeninas. Estas inversiones de roles apuntaban a cuestionar el orden y poder establecido.

   La nave y el coro, lugares de recogimiento y oración, se convertían pistas de baile donde se entonaban canciones obscenas, profanas y carnavalescas. El altar era usado para comer o jugar a los dados. Se consumían alimentos tales como carnes rojas en días no permitidos o puré de guisantes que se consideraba insalubre. En los incienciarios se quemaban zapatos viejos y excremento para provocar un humo pestilente. Se improvisaban obras teatrales con elementos de las misas. Se bebía en exceso, al punto que se llegó a llamarla la Fiesta de los Diáconos borrachos.

   Hay que aclarar que en la Edad Media el “loco” no era considerado el “furioso, maníaco y peligroso para la sociedad” de los siglos posteriores, sino una figura pintoresca, suspicaz, libre de los mandatos y con espíritu visionario. De ahí que no se utilizara esta palabra de manera ofensiva en el lenguaje popular y los participantes de estos eventos se llamaran así por ser transgresores.

   Aunque no se sabe cuando comenzó, es probable que su origen se remonte a los siglos XI o XII, cuando aún persistían los ritos paganos de los pueblos europeos anteriores a la imposición del cristianismo. De hecho, esta fiesta tenía muchos elementos de las Saturnalias o Bacanales romanas, de las dionisíacas griegas o las libertades decembricae de los pueblos paganos.

   El obispo Guillermo Durando de Mende, escribió en el siglo XIII una descripción detallada del calendario de la celebración: los diáconos danzaban el Día de Navidad, los sacerdotes el Día de San Esteban (26 de diciembre), los clérigos menores el día de San Juan Evangelista (27 de diciembre), y los subdiáconos el Día de la Circuncisión de Jesús o Epifanía (1° de enero). El teólogo jesuita Teophilus Raynaud agrega -en el siglo XVI- que en el Día de San Esteban se cantaba la “Prosa del Asno” y en el Día de San Juan Evangelista la “Prosa del Buey”, dándole un carácter bestial a las figuras que representaban el poder eclesiástico y civil.

   La fecha de celebración también obedece a que en esos días de invierno en el Hemisferio Norte, la mayoría de la población descansaba de las tareas agrícolas, por lo que podían formar parte del evento. Las clases populares no solo iban a observar a los religiosos locos y borrachos, sino que participaban activamente sintiendo la libertad de profanar a las figuras de poder que las oprimían con los diezmos, las cargas feudales, las levas militares y la represión.


   Los intentos de prohibirla estuvieron presentes desde su origen. En 1198 una carta del cardenal francés Pedro de Capua ordenó al obispo Eudes de Sully de París anular la fiesta en su diócesis. El obispo dictó dos prohibiciones ese año y el siguiente, y ante la inutilidad de las mismas, estableció el Oficio de la Circuncisión, buscando quizá reemplazar la fiesta popular por una más solemne. Los Concilios de París (1212), Langres (1404), Basilea (1435), Rouen (1445), Sens (1528), Trento (1545) y Lyon y Toledo (1566) renovaron las prohibiciones.

   A lo largo de toda Europa, incluso en las islas británicas -donde se celebraba la Fiesta del Obispillo-, los miembros del Bajo Clero siguieron realizando este acto de burla y libertad frente a las autoridades de la Iglesia y de la Monarquía. Se cree que su desaparición durante el Renacimiento no se debió a la persecución o la represión, sino a un progresivo abandono de la misma.

   La Fiesta de los Locos no es solo una divertida curiosidad medieval. Para el investigador Ramón García Prada, de la Universidad de Castilla-La Mancha, fue el origen del Teatro Francés, una vez liberado de lo religioso. También podemos pensarlo como un antecedente del Teatro de Improvisación y del Absurdo, o de la sátira política. Hoy nos queda como una expresión de libertad, de ejercer el derecho a burlarnos de quienes nos oprimen.


Publicado en revista cultural Cocoliche, Santa Rosa, N° 178, mayo de 2025. 

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