La Antesala del Genocidio Armenio (1): origen del pueblo armenio
Entre 1915 y 1923 el Imperio Otomano y su sucesor el Estado de Turquía llevaron a cabo un genocidio contra el pueblo armenio que implicó la ejecución de más de 1,5 millón de personas, a los que hay que sumar las deportaciones, la reclusión en campos de concentración, las torturas, y la trata de mujeres y niñas para los harenes.
Pero este genocidio tuvo como antesala las masacres ocurridas en la década de 1890 durante el gobierno del sultán Abdul Hamid II y la doble masacre de Adaná de 1909 durante el gobierno de los Jóvenes Turcos que habían accedido al poder tras una revolución que prometía la instauración de un Estado liberal y democrático. Estas masacres pueden considerarse la “antesala” o “pruebas experimentales” –de acuerdo a la expresión de Rita Kuyumciyan (2009: 34)- en donde se aplicaron por primera vez los métodos de exterminio que se utilizarían en el posterior genocidio.
El lugar histórico de asentamiento del pueblo armenio o “Hai” (como se denominan a sí mismos) se sitúa en el territorio comprendido entre el Eufrates y el Cáucaso, próximo a los lagos Van y Seván, y las montañas que rodean el Monte Ararat (en la actual Turquía). Aunque existen diversas teorías en torno a su origen, en general se admite que los proto-armenios, de origen indoario, se asentaron en Anatolia provenientes de los Balcanes hacia el año 1200 AC. Otra teoría sostiene que provienen de los Urartos, un pueblo originario de la región. La actual capital Erevan o Yerevan se fundó en el 782 AC por el rey urarto Argishti I y en el siglo IV surgió un reino armenio bajo la dinastía oróntida.
La posición estratégica de la meseta armenia para el cruce de caravanas entre Oriente y Occidente, fue el determinante de numerosas campañas militares. Jenofonte describió la retirada de 10 mil griegos entre los años 401 y 400 AC y testimonió que en la meseta se explotaban trigales, horticultura, ganadería, vinicultura y frutales (Granovsky, 2013).
Entre los siglos VI y IV AC estuvieron bajo dominio del Imperio Persa, absorbiendo elementos de su cultura. Luego sufrieron la dominación por parte de Alejandro de Macedonia hasta que pasaron a formar parte del Imperio Seleúcida. Tras la disgregación de este último obtuvieron su independencia dos reinos armenios, que en el 95 AC fueron unificados por Tigran I “el Grande” (144- 55 AC) quién lo expandió desde el Cáucaso y el Mar Caspio hasta Cilicia y del Pontus a Siria y al norte de la Mesopotamia convirtiéndolo en una potencia. No obstante este reino fue conquistado en quince años después por los generales romanos Lucio Licinio Luculo y Cneo Pompeyo, incorporándolo al Imperio y pasándo Tigran a ser vasallo de Roma. Pese a las distintas dominaciones, el pueblo armenio mantuvo la unidad gracias a su cultura. La adopción del cristianismo como religión oficial durante el Imperio Romano y la aprobación de un alfabeto específico contribuyeron a la afirmación cultural del pueblo armenio (Asimov, 2007: 113; Boulgourdjian, 1997: 29- 31).
En el año 1064 una invasión de los turcos selyúcidas acabó con el reino de la Armenia Mayor, en donde comunidades árabes y armenias convivían en armonía y libertad religiosa. El príncipe bagrátida Rubén dirigió una emigración hasta la región de Cilicia, frente a la isla de Chipre, donde había asentadas colonias armenias. Allí se creó el Reino de la Armenia Menor, último estado armenio independiente, que sucumbió en 1375 bajo la dominación de los mamelucos (Boulgourdjian, 1997: 31- 32). Más tarde este territorio sufrió la invasión por parte de los mongoles, los tártaros y los turcomanos, hasta que el Imperio Otomano lo conquistó en 1514.
Hacia el siglo XVI el pueblo armenio estaba dividido entre dos imperios musulmanes rivales: el Otomano (de mayoría sunnita) y el Persa (de mayoría chíita). En el siglo XIX el Imperio Ruso Zarista conquistó gran parte del Imperio Persa y sustituyó su dominación. Para entonces, la mayor parte del pueblo armenio se encontraba en la parte otomana dedicándose a la agricultura, que ocupaba el 90% de la población.
La organización socio- política del Imperio Otomano se cimentaba en el poder de la elite de musulmanes otomanos. Los grupos religiosos no musulmanes estaban organizados según sus confesiones en una estructura étnica- religiosa llamada Millet (nación o comunidad religiosa). En un imperio multiétnico, los armenios y otros pueblos eran considerados ciudadanos inferiores, y de acuerdo a la ley islámica, tenían el estatus de Dhimmi (súbditos protegidos no musulmanes de un Estado musulmán).
Se ha sostenido que el Imperio era tolerante con las minorías, pero en el caso de los Dhimmi eran discriminados, pues vivían en condiciones de inferioridad con respecto a la población musulmana, carecían de derechos políticos y sociales, y eran excluidos del aparato estatal. Así como otras minorías despreciadas, los armenios eran apartados de funciones como las fuerzas armadas, el gobierno y la administración pública. Eso llevó a que se desempeñaran en otras actividades como el comercio y la industria, llegando a tener ingresos mayores a los que hubieran tenido como empleados estatales. Eso generó recelos entre la población otomana musulmana (Boulgourdjian, 2010: 2-3).
A lo largo del siglo XIX la intelectualidad laica armenia desplazó a la Iglesia de su lugar monopólico en lo cultural y lingüístico. La prensa ayudó a comunicar a las poblaciones dispersas, incluyendo las comunidades armenias europeas y asiáticas1. La literatura jugó otro rol trascendente en la concientización del pueblo armenio. En lo político influyó el renacimiento de los nacionalismos entre los diversos pueblos que componían el Imperio llevando a la independencia de Grecia entre 1821 y 1830, y las revueltas búlgaras que culminarían en la independencia de Bulgaria, Rumania, Serbia y Montenegro2.
Ante esta situación el gobierno otomano inició un movimiento reformista denominado Tanzimat o Reordenamiento que se proponía reestructurar el Estado Imperial a través de la creación de un ejército moderno, cobro de impuestos en dinero y otras reformas. Una ley de 1839 declaraba la igualdad entre todas las nacionalidades y etnias del Imperio, y la de 1856 prohibía los prejuicios y discriminación contra las minorías no musulmanas. Estas medidas formaron parte de la Constitución Otomana de 1876 (Dadrian, 2006: 61).
Aun cuando como Millet, el pueblo armenio gozaban de autonomía en asuntos espirituales, y algunos administrativos o judiciales, en casi todo otro aspecto estaba relegados al poder imperial. A pesar de ello pudieron establecer una relación simbiótica con las autoridades musulmanas, siendo recompensadas como “nación leal”. Animados por las reformas de Tanzimat, los pueblos comenzaron a hacer llegar sus reclamos a la Sublime Puerta –sede del gobierno otomano- a través de su patriarca en Constantinopla. Entre 1850 y 1870 elevó 537 notas referidas a las depredaciones, secuestros y asesinatos por bandoleros, y los impuestos confiscatorios y corrupción de funcionarios imperiales. Por lo general estos reclamos fueron ignorados (Dadrian, 2006: 91).
Los antecedentes del Genocidio deben ser rastreados, por un lado, en las aspiraciones del pueblo armenio por transformar su condición de inferioridad en el marco de la sociedad musulmana a partir de las reformas de Tanzimat y, por el otro, en las aspiraciones de la sociedad turca para cambiar el monopolio que en la actividad económica ejercían las minorías no-musulmanas (Boulgourdjian, 2010: 4).
Nota al pie:
1 Desde 1794 se editaba en la India el periódico en lengua armenia Aztarar, que comunicaba a las comunidades de Calcuta, Bombay y Madrás (Boulgourdjian, 1997: 41).
2 A estas pérdidas territoriales causadas por movimientos independentistas se le suma la pérdida de Argelia en 1830 a manos del colonialismo francés.
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