Otón I y el sueño de un nuevo Imperio Romano

 

   Tras numerosas batallas y conquistas entre los pueblos sajones, Germania fue erigida como reino hereditario en 911. Hasta entonces la corona se confería por voluntad popular. Después de los reinados de Konrad de Franconia y Heinrich “el Cetrero”, asumió en 936 el trono Otón I. Se hizo coronar en el Palacio de Carlomagno en Aquisgrán con el título “rex et sacerdos” (rey y sacerdote), y su plan era restaurar el Imperio Carolingio.

   Ambicioso e impulsivo, el nuevo monarca se ganó muchos enemigos por sus desproporcionados castigos a funcionarios por acciones que otros reyes hubieran dejado pasar. No obstante evitó tomar represalias con los rebeldes. Cuando su hermano Heinrich, el hijo predilecto de la reina Mathilde, urdió una conspiración en su contra, Otón se mostró benévolo perdonando al conjurado y ofreciéndole el gobierno de Lotaringia. Solo cuándo éste volvió a rebelarse es que se mostró más severo: encarceló a Heinrich y ordenó ejecutar a muchos rebeldes. Pero indultó nuevamente a su hermano cuando se mostró arrepentido y lo nombró Duque de Baviera.

   Para contrarrestar el poder de los señores feudales se apoyó en la Iglesia Católica, aumentando las propiedades eclesiásticas y nombrando Príncipes a varios religiosos. Uno de sus tíos era Arzobispo de Tréveris, y se aseguró más familiares en las altas esferas de la Iglesia nombrando a un hermano Obispo de Cologne y a uno de sus hijos Arzobispo de Maguncia.

   En política interior y exterior se propuso consolidar el reino. Continuó la lucha iniciada por su padre para contener las invasiones normandas, y lanzó campañas contra eslavos y magiares, combinando la guerra con la evangelización. Los pueblos eslavos occidentales aceptaron la Iglesia Católica Romana, mientras que los de Rusia y los Balcanes eran devotos de la Iglesia Ortodoxa. Esto evitó la unidad de los pueblos eslavos contra los germanos. Otón comenzó a planificar entonces la creación de un gran Imperio que incluyera a Roma. La excusa para intervenir en Italia llegaría pronto.

   En el 950 había muerto el rey italiano Lotario II, descendiente de Carlomagno, y el déspota marqués Berengario II de Ivrea se autoproclamó sucesor. La viuda del difunto, la reina Adelaida -de solo 19 años-, fue encarcelada y sometida a malos tratos. Según los relatos, el usurpador al trono intentó casarla con uno de sus hijos para conferirle legitimidad a su gobierno, a lo que la reina se opuso. Cuando esto llegó a conocimiento de Otón, vio en ello la posibilidad de aumentar sus dominios y ordenó la invasión a Italia. Para esto se apropió del Ejército que pertenecía a su hijo Liudolf, lo que más tarde le traería problemas.

   Mientras esto sucedía, Adelaida había conseguido escapar de prisión. Las tropas sajonas ingresaron a Pavía –capital del reino- en 951 en medio de la aclamación popular y Berengario se rindió sin combatir, sometiéndose como vasallo del vencedor. Otón envió una embajada a pedir la mano de Adelaida, y ésta aceptó. Con la boda celebrada en Pavía se consolidó la unión de ambos reinos. Siguiendo la tradición carolingia se hizo nombrar “rey de los francos y los lombardos”. Los sueños imperiales se estaban consolidando.

   Pero en 953 debió enfrentar la rebelión de su hijo Liudolf, quién acusaba a su padre de haberse apropiado de su ejército –base de su poder- y de que el nuevo matrimonio del rey amenazaba sus derechos sucesorios. Contó con el apoyo de su cuñado Konrad “el rojo” de Franconia. Los amotinados pactaron con los magiares para que invadieran Germania en apoyo a su causa, lo que causó la devastación de varias aldeas. La rebelión fue aplastada con la ayuda de su hermano, el duque de Baviera. Otón I perdonó la vida de su hijo y de su cuñado, aunque los despojó de sus cargos y nombró sucesor al hijo de su segundo matrimonio.

   Luego marchó contra los magiares. El 10 de febrero de 955 los enfrentó en las orillas del río Lech. Los magiares cruzaron el río convencidos de que su carga sería imparable, pero los guerreros sajones no se movieron. La carga fue detenida y rota, y los jinetes invasores debieron retroceder hacia el río, lo que le resultó fatal. Murieron cientos y la derrota fue aplastante. En el combate se destacó Konrad “el rojo”, que participó buscando redención de sus actos luego de ver las masacres que los magiares habían causado. A su regreso Otón fue aclamado como “Padre de la Patria y Emperador”.

   Tras la derrota, los magiares se asentaron en las estepas de Hungría convirtiéndose en un pueblo de agricultores. La amenaza había desaparecido. Germania comenzó así la colonización de Austria.

   Mientras esto sucedía al norte de los Alpes, en la península itálica Berengario aprovechó la confusión para rebelarse nuevamente. El Papa Juan XII solicitó la ayuda de Otón, que estuvo dispuesto a prestarla apenas se lo permitió la situación en Germania. Cuando las tropas sajonas entraron en Italia, Berengario se retiró nuevamente sin combatir, pero Otón no se detuvo esta vez en el norte italiano sino que marchó hacia Roma. Según las crónicas de la época, la Ciudad Eterna vivía “una época de aventureros que abusan de la fuerza, que se proclaman por sí mismo cónsules o senadores, de Papas indignos, de mujeres sin virtud y de falsos emperadores que aparecen, luchan y desaparecen como han venido”.

   Otón y Adelaida hicieron su entrada triunfal en Roma el 2 de febrero de 962 siendo nombrados por el Papa Juan XII como Emperador y Emperatriz del Sacro Imperio Romano-Germánico en la Basílica de San Pedro. El nombre “Sacro” enfatiza la unión con la Iglesia, como más tarde serían los “Reyes Católicos”. Desde Bizancio llegaron las protestas del emperador romano de Oriente que consideraba que “a un bárbaro sajón” no podría atribuírsele tal título. Lo mismo había sucedido con Carlomagno.

   Para forzar su reconocimiento, Otón I invadió posesiones bizantinas al sur de Italia y propuso un acuerdo: la boda de su hijo Otón –nacido de Adelaida- con una princesa bizantina. El enviado a negociar fue el obispo Liupardo, que no pudo entregar su mensaje porque el encolerizado emperador bizantino no lo permitió hablar. La situación mejoró tras la muerte del emperador Romanos II (963). Unos años después la emperatriz Teófono Anastasia propició el matrimonio de su hija Teofanía Skleraina con el futuro Otón II. Otón I logró lo que ni Carlomagno había conseguido: emparentar “un bárbaro” con la familia real bizantina. Así el Sacro Imperio Romano-Germánico y el Imperio Romano de Oriente podían permanecer en paz.

   Sería en el ámbito interno que la paz no permanecería por mucho tiempo, ya que el Papa comenzó a arrepentirse de haber proclamado emperador a Otón, lo que limitaba su poder. En secreto, comenzó a conspirar con Berengario nuevamente. Cuando soldados sajones interceptaron un mensajero que llevaba una carta del Papa instando a los líderes magiares a invadir Germania, Otón lanzó un ataque contra Roma. Pero al ingresar a la ciudad, el Papa había huido.

   Otón se propuso reformar la autoridad eclesiástica poniendo al Papado bajo la autoridad imperial, al igual que los obispos y arzobispos germánicos. Una asamblea de prelados germánicos e italianos investigó a Juan XII y encontró que su vida era poco célibe, por lo que se lo citó a declarar. Al negarse a comparecer fue depuesto acusado de favorecer la “pornocracia” y se nombró a León VIII. Más tarde, Otón lanzó una campaña contra Berengario, tomando cada una de sus fortalezas y capturando al marqués, que terminó sus días recluido en un monasterio germánico.

   Pero la crisis no terminó aquí, ya que Juan XII regresó a Roma con un grupo de partidarios y derrocó a León VIII. Los prelados que lo habían condenado fueron azotados y mutilados terriblemente. En medio de tales excesos, Juan XII murió de un ataque de apoplejía. Los romanos eligieron a Benedicto V como nuevo Papa, pero este abdicó favoreciendo el retorno del “anti-Papa” –llamado así por su subordinación a Otón-  León VIII.

Otón I pasó la última década de su vida alejado de su patria, absorbido en solucionar la cuestión italiana. Cuando murió en 973, lo sucedió su hijo Otón II. Liudolf, quién fue despojado de la sucesión por haberse rebelado, había muerto unos años antes. El nuevo monarca era muy joven –alrededor de 18 años- pero contaba con gran experiencia ya que, en la práctica, había sido el verdadero gobernante de Germania mientras su padre soñaba imperios en Italia.


Bibliografía:

· Asimov, Isaac; (2001) La Alta Edad Media, Madrid, Alianza.

· Bianchi, Susana; (2009) Historia social del mundo occidental: del feudalismo a la sociedad contemporánea, Bernal, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.

· Grimberg, Carl; (1995) Historia Universal, tomo 16: La Era de los Otones, Santiago, Editorial Lord Cochrane, (para la Colección Biblioteca de Oro del Estudiante).



Una versión resumida del artículo se había publicado previamente en Boletín de la Revista de Historia, www.revistadehistoria.es, 19 de enero de 2021.

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