La (Doble) Moral Victoriana

 

   La Reina Victoria llegó al trono británico en 1837 y reinó durante 64 años, hasta su muerte en 1901. Su largo reinado ocupó el periodo conocido como Época Victoriana, llamado así en su honor. Esta época es inmediatamente posterior a la Regencia (1793- 1837) y anterior al periodo Eduardiano (1901-1910). Durante su gobierno el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda experimentó grandes cambios que afectaron a todas las esferas de la sociedad: política, economía, cultura, ciencia y costumbres. El Imperio Británico se convirtió en el Estado más poderoso del mundo, tras incorporar colonias en Oceanía, África y Asia. De hecho la reina Victoria fue nombrada Emperatriz de la India, al ser incorporada a la Corona en 1876.

   Esta nueva expansión del Imperio se debió principalmente a la Revolución Industrial, con una floreciente industria del carbón, el hierro, el acero y los textiles. A todo ello contribuyeron inventos como la máquina de vapor, la nueva maquinaria textil –como la hiladora multibobina Spinning Jenny– y, posteriormente, la llegada de la electricidad que facilitaron el incremento de la producción. El campo experimentó grandes cambios debido a que los métodos de cultivo, y las herramientas empleadas para la cosecha y recogida se modernizaron. Los medios de transporte como el ferrocarril permitieron unir a todo el país.

   Algo que caracterizó a esta época fue la llamada Moral victoriana, que describe cualquier conjunto de valores que engloben una fuerte represión de la sexualidad –que Sigmund Freud denunciaba como causa de la neurosis-, baja tolerancia ante el delito y un estricto Código de Conducta social.

   Todo buen ciudadano del Imperio debía mostrar ante sus congéneres una conducta recta y honesta, aunque estas virtudes, en muchos casos, fueran sólo una apariencia. La mujer se encontraba relegada al trabajo hogareño o fabril, y estaba mal visto que pretendiera ejercer una profesión universitaria. Sin embargo durante el gobierno de la Reina Victoria se aprobaron leyes como el Acta de Propiedad de las Mujeres Casadas (que le permitía administrar sus bienes en lugar de que estos pasaran a manos de su marido al casarse como sucedía hasta entonces), la Ley de Divorcio y la posibilidad de que las mujeres conservaran la convivencia con sus hijos/as tras la separación. También hubo muchas escritoras y artistas consagradas.

   Por este entonces se popularizaron libros que establecían los Códigos de Conducta que debía tener la sociedad. El más conocido era El Libro de Etiqueta de lady Gough, publicado en 1863, que desarrollaba algunos de los mandamientos sociales de la época: había que evitar por ejemplo, la proximidad de los libros de autores con los libros de autoras en los estantes de las bibliotecas. Los libros sólo podían juntarse si el autor y la autora estaban unidos en sagrado matrimonio, como era el caso de Robert y Elizabeth Barret Browning.

   Podemos caracterizar a la época victoriana como un periodo de enormes contradicciones, como el hecho generalizado de cultivar una fachada de dignidad y recato junto con la prevalencia de fenómenos sociales como la prostitución o la explotación infantil.

   Los historiadores Peter Gay y Michael Mason señalan algunas de estas contradicciones. Por ejemplo, para bañarse en el mar se utilizaban máquinas de baño (que cubrían la desnudez), pero aun así seguía siendo posible ver personas bañándose desnudas. Otro ejemplo de la distancia entre las ideas victorianas sobre la sexualidad y la realidad histórica es que, al contrario de lo que se cree, a la reina Victoria le gustaba dibujar y coleccionar desnudos masculinos, e incluso llegó a regalar alguno a su marido, el duque Albrecht de Sajonia-Coburgo-Gotha (fallecido en 1861).

   Las jóvenes de clase media no sabían nada de sexo, y averiguaban lo que sus esposos esperaban de ellas en su noche de bodas, lo que a menudo la convertía en una experiencia traumática. No obstante, la sociedad victoriana reconocía que tanto hombres como mujeres disfrutaban de la vida sexual.

   La Reina mandó a alargar los manteles de palacio para que cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, podían incitar a los hombres al recordar las piernas de una mujer. Sin embargo, paralelamente a las estrictas costumbres de la época la prostitución se había convertido en un negocio que movía millones de libras. El este de Londres albergaba muchos burdeles, salones de espectáculos y salas de juego en donde se realizaba explotación sexual, el abuso de menores (una fotografía de 1871 que se volvió famosa mostraba a una niña de 11 años prostituida que se encontraba embarazada), el juego clandestino y el tráfico de drogas. Por esta época empezaron a utilizarse los preservativos de látex (los anteriores eran de intestino de carnero).

   La prostitución era una actividad muy frecuente en la Inglaterra del siglo XIX. Tan sólo en el barrio londinense de Whitechapel (donde Jack el Destripador llevó a cabo sus asesinatos de mujeres en situación de prostitución) la Policía Metropolitana calculaba que existían unas 1200 prostitutas de clase social baja y unos 62 burdeles. Para 1880 había más de 5000 mujeres en situación de prostitución solo en Londres, y unas 25.000 en el resto de Inglaterra y en Gales.

   El trabajo infantil era otra muestra de la doble moral victoriana. Aunque una ley de 1829 prohibía que los menores de 9 años realizaran trabajos que les impidieran asistir a la escuela, durante el largo reinado de Victoria se siguió explotando el trabajo de niños y niñas en la minería, la industria y el servicio doméstico con regímenes de 8, 10 o 12 horas. El raquitismo, la escoliosis, el asma, la desnutrición, la viruela o el sarampión eran la principal causa de muerte en estas condiciones. Mientras la Marina británica custodiaba los mares haciendo cumplir las leyes de prohibición de la esclavitud, en el corazón del Imperio existían estas formas de explotación.

   Por último hay que mencionar la cuestión de las drogas. En 1829 el emperador chino Daoguang prohibió el comercio y el consumo de opio en todo el imperio oriental en un intento de detener el tráfico en su país que era monopolizado por la Compañía Británica de las Indias Orientales, con sede en Bengala (India). Sin embargo el comercio siguió manteniéndose de manera ilegal gracias a la corrupción de muchos funcionarios. El emperador llegó a enviarle una carta a la Reina Victoria en 1839 pidiéndole que detuviera el comercio ilegal que llevaban a cabo las compañías británicas.

   Ese mismo año, cañoneras británicas invadieron China en lo que se conoció como la Primera Guerra del Opio. La misma se extendió hasta 1842, cuando el imperio asiático fue derrotado y el Tratado de Nankin le obligó a ceder la ciudad de Hong Kong (recuperada recién en 1997) y abrir su comercio al opio hindú-británico. La Segunda Guerra del Opio se extendió entre 1856-1860 y Gran Bretaña contó con el apoyo de Francia y los Estados Unidos. La victoria permitió la apertura de China al comercio internacional y la instalación de compañías europeas y norteamericanas. Tras estas guerras, el opio comenzó a popularizarse en todo el mundo como una “droga social”, y la Corona británica era la encargada de su comercialización y fomento. Por ello el escritor Eduardo Galeano llamó a la monarca británica: “señora de los mares, reina del narcotráfico”.

   Por ende, la moral y los Códigos de Conducta de la época victoriana mostraban las contradicciones de una sociedad que se sostenía en el crecimiento económico capitalista a costa de la explotación y la expansión imperialista.


Bibliografía:


Una versión resumida de este artículo se publicó en Boletín de la Revista de Historiawww.revistadehistoria.es, 26 de febrero de 2019. Una versión completa se publicó posteriormente en el periódico La Quinta Patawww.la5pata.net, del 23 de agosto de 2020.

Comentarios

  1. Siempre hay algo que se muestra hacia afuera, lo público, y algo que se hacia adentro, lo privado. En las últimas décadas, con la irrupción de las redes, esto se ha ido desvirtuando paso a paso.

    Saludos,
    J.

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