Viena, 1683: ¿la última Cruzada?

 

   En la primavera de 1623 el embajador inglés en Constantinopla aseguraba –en un comunicado a sus superiores- que el Imperio Otomano caería muy pronto. El que siglos más tarde sería llamado “el Hombre enfermo de Europa” vivía una época turbulenta de golpes de Estado, conspiraciones palaciegas y monarcas que duraban pocos años en el cargo.

   Pero hacia 1648 la situación comenzó a estabilizarse. El Sultán Ibrahim I fue asesinado y su hijo de 7 años Mehmed IV asumió el trono. Dada su minoría de edad, la regencia recayó primero en la madre de Ibrahim y abuela de Mohammed, dando lugar a lo que se llamó: “el Sultanato de las Mujeres”. Esto desencadenó un nuevo golpe de Estado por parte de los jenízaros –guardia real turca- que culminó en el nombramiento de Mehmed Köprülü como Gran Visir –cargo equivalente a un Primer Ministro-. Aunque ya contaba con 70 años y era analfabeto, este “Richelieu otomano” mostró gran conocimiento de los asuntos de Estado. Mandó a ejecutar a cientos de funcionarios corruptos y militares conspiradores, y reorganizó la administración pública. Tras cinco años de régimen despótico, Köprülü falleció legando el poder nuevamente a Mehmed IV. En su lecho de muerte le dijo al joven monarca que no se dejara aconsejar por mujeres y que mantuviera a sus soldados en campañas militares para que no pensaran en conspiraciones.

   En 1663 Mehmed le decía a su visir Fazil Ahmed –hijo del anterior Gran Visir-: “¡Anda, perro, prepara el plan de una nueva campaña y procura conservar la cabeza sobre tus hombros!”. El consejo de su antecesor estaba siendo aplicado. En abril de ese año miles de jinetes turcos, tártaros y de otras nacionalidades del Imperio Otomano invadían Europa del Este.

   Desde la caída de Constantinopla en 1453, el Imperio Otomano había mostrado interés por Viena como punto clave para la conquista de Europa. En 1529 Solimán el Magnífico puso sitio a la ciudad con un ejército mal equipado que fue derrotado gracias a que Viena contó con una ayuda poco entusiasta de sus vecinos alemanes, y de la nieve e inundaciones que obstaculizaron el avance del invasor. Entre 1529 y 1532 las defensas fueron reforzadas, lo que detuvo el segundo sitio otomano, esta vez llevado a cabo por un ejército mejor armado.

   Si Ahmed hubiera marchado directamente sobre Viena, como tenía planeado, la capital del Imperio Austríaco habría caído fácilmente y el Sultán hubiera tenido una posición privilegiada para marchar sobre el resto de Europa. Pero en lugar de eso se detuvieron atacando las fortificaciones fronterizas, lo que obligó a instalar cuarteles de invierno y dio tiempo a las tropas del emperador católico Leopold I, de la Dinastía de los Habsburgo –emparentados con la familia real española-, para rearmarse.

   Por otro lado, el Imperio Otomano se detuvo en Hungría tratando de ganar a la población local, recordándoles supuestos lazos de parentesco con el pueblo turco y repartiendo limosnas.

   Esta demora en atacar Viena fue un error fatal. En el verano de 1664 llegaron refuerzos de Francia y los principados alemanes para ayudar a las fuerzas austríacas, que derrotaron a los otomanos cuando intentaban cruzar el río Raab. La “Paz de Vasvár” puso fin a las hostilidades y –aunque la campaña fue un fracaso-, Fazil Ahmed conservó su cabeza porque pudo presentarle al Sultán la lealtad de algunas comunidades húngaras y regalos que el emperador Leopold enviaba como ofrendas de paz.

   En los años siguientes, el Imperio Otomano prosiguió su proyecto de avanzar sobre Europa. Aprovechando los enfrentamientos entre Polonia, Rusia y Suecia había conseguido anexarse gran parte de Ucrania y Crimea, y logrado que la Confederación Polaco-Lituana les pagara un tributo anual para no ser agredida.

   En 1683 Mehmed IV lanzó una segunda ofensiva contra Viena (o cuarta si consideramos las dos de Solimán). El 7 de julio, tras haber arrollado varias fortificaciones fronterizas, marcharon hacia la capital de los Habsburgo. El emperador Leopold huyó hacia Passau (Principado de Baviera) y los contingentes imperiales abandonaron la capital, dejando el pueblo librado a su suerte. En los días siguientes penetraron las primeras cargas de Caballería otomana y para el 16 de julio la ciudad estaba completamente sitiada.

   El nuevo visir otomano Kará Mustafá no dudaba del éxito ya que la poca efectividad de sus cañones era compensada por el enorme tamaño de su ejército (algunas fuentes hablan de 200 mil efectivos aunque lo más probable es que fuera mucho menor) y la posesión de minas terrestres. Del lado otomano participaban Estados vasallos como el Kanato de Crimea, y los Principados de Moravia, Transilvania y Valaquia. A la orilla  izquierda del Danubio solo se agrupaban 20 mil combatientes austriacos. El 11 de septiembre los vieneses contemplaron aterrorizados como el enemigo se concentraba en orden de batalla en las colinas del Bosque occidental.

   En los años anteriores el Papa Inocencio XI había predicado la necesidad de crear una “Liga Santa” en contra de una posible invasión otomana. A esta campaña se sumaron la Confederación Polaco-Lituana y los principados de Baviera, Sajonia y Suabia-Franconia (integrantes del Sacro Imperio Romano-Germánico). España, Portugal y los Estados italianos enviaron oro y pólvora. El rey Karl XI de Suecia –aunque era luterano- prometió enviar tropas en caso de agresión. En septiembre de 1683 las fuerzas de esa alianza partieron a defender Viena. Es por eso que la campaña fue llamada “la última Cruzada”, porque fue la última vez que reinos cristianos –pese a la división que había supuesto la Reforma Protestante y las guerras de religión- se unieron en contra de un Estado islámico.

   La mañana del domingo 12 de septiembre, 10 mil quinientos soldados bávaros, 9 mil sajones y 7 mil suabio-franconios se sumaron a los 20 mil austríacos y se movilizaron a la Montaña de Kahlenberg. Por la tarde llegaron desde el norte 20 mil combatientes polaco-lituanos (3 mil de los cuales pertenecían a las temibles Fuerzas Especiales Húsares Alados) al mando del rey Jan III Sobieski –héroe de las guerras por la independencia polaca-. Con las tropas enviadas por el Duque Karl V de Lorena y Bar –refugiado entre los Habsburgo luego de que Francia ocupara sus dominios- se llegó a reunir a 75 mil efectivos.

   Aunque el Ejército otomano era superior en número, Mustafá no creía que fuera a ocurrir una ofensiva, por lo que solo contaba con 50 mil soldados en terreno, y los jenízaros se encontraban emplazados en trincheras esperando la orden de penetrar los muros de la ciudad. Cuando la batalla se desató con fuego de mosquetería y cañones, el visir envió el fuerte de sus tropas contra los Húsares Alados, que pudieron vencer en combate cuerpo a cuerpo gracias al apoyo de la Infantería bávara. Por otro lado el Duque de Lorena y Bar atacó a las fuerzas que se concentraban cerca del Danubio.

   Hacia las 17 horas las tropas aliadas llegaron al campamento otomano forzando aún más la retirada. Una hora después, en compañía de una División de Lanceros polacos, Sobieski detenía su caballo frente a la tienda del Gran Visir.


   Aunque las fuerzas de élite otomanas –Jenízaros y Sipahi- intentaron una última toma de la capital imperial, no lograron su objetivo y debieron huir amparados por la oscuridad de la noche. La Batalla de Kahlenberg había concluido con un triunfo de la Liga Santa.

   Viena estaba liberada y Sobieski envió al Papa una carta en donde escribía: “Venimus, vidimus, Deus vencit!” (vinimos, vimos, Dios venció). Ese mismo año el monarca polaco-lituano se anotaría otros triunfos al expulsar a los otomanos de Hungría y liberar de su tributo a los Principados de Moravia y Valaquia. La influencia de la Confederación Polaco-Lituana se extendió hasta el Mar Negro.

   En el Imperio Otomano esta derrota será recordaba como “el peor fracaso de su historia”, hasta que la Primera Guerra Mundial le impusiera uno nuevo que desgarraría el Imperio en decenas de naciones. En Europa se recuerda a Kahlenberg como “una de las victorias más decisivas de la historia”.

   Hay una leyenda que circula sobre un hecho ocurrido tras la liberación de Viena. Un hombre de negocios polaco llamado Jerzy Franciszck Kulczycki, que durante el sitio había cruzado las líneas enemigas para informar sobre la situación militar cuando las tropas aliadas estaban pensando en rendirse, pidió al gobierno austríaco que le permitiera conservar las bolsas de café que los otomanos habían abandonado en su huida. Esta bebida era casi desconocida en Europa. Kulczycki abrió la primera cafetería en el continente y contribuyó a su difusión en todo el mundo. Por otro lado, los pasteleros vieneses realizaron durante la conmemoración del triunfo unas masas en forma de Media Luna (halbmond en alemán), símbolo del Imperio Otomano y de la religión islámica, para que los vieneses pudieron “comerse a los vencidos”. Para otros autores, fue el mismo Kulczycki quién las inventó para su cafetería. A Francia esta pastelería fue llevada por inmigrantes vieneses, donde el halbmond pasó a llamarse croissant. El café con medialunas es posible gracias a la derrota otomana de 1683.

   El destino del pueblo polaco tras la batalla fue menos agradable. La Confederación no obtuvo beneficios territoriales o económicos por esta campaña –ni siquiera recuperó sus territorios ocupados en Ucrania y Crimea-, sino que solo obtuvo la gloria de haber ayudado a liberar Austria y renombre en Europa del Este. El Imperio Austríaco se consolidó en el siglo siguiente y durante el siglo XIX el nuevo Imperio Austro-Húngaro junto con Prusia y el Imperio Ruso-Zarista se repartieron el territorio de Polonia arrebatando a este pueblo su libertad e independencia. Un acto de traición que no sería fácil de olvidar. 

 

 

Bibliografía:


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