Un antecesor de la Reforma: John Wycliffe (artículo histórico)

 

   En el siglo XIV se vivieron en Inglaterra numerosas luchas sociales, consecuencia de la Guerra de los Cien Años (1339-1453) y la pandemia de peste negra (1347-1350). El campesinado revolucionario cuestionaba el sistema feudal, la nobleza y la monarquía, y reclamaba el derecho a las libertades individuales. El ámbito eclesiástico no fue ajeno, ya que clérigos y miembros del Bajo Clero se unieron a las protestas. Pero hubo un teólogo que, sin participar en el movimiento –por ser cercano a la monarquía-, podría incluirse dentro del espíritu de la época por sus cuestionamientos a la autoridad eclesiástica: John Wycliffe.

   Habría nacido en 1320 o 1330 en Hipswell (Yorkshire) y comenzó a estudiar Teología entre 1344-1345 en la Universidad de Oxford. Era seguidor de San Agustín y consideraba que sus libros eran los más importantes después de la Biblia. Sus discípulos lo llamaban “el hijo de Agustín”. Después de ordenarse sacerdote, se doctoró en Teología y también cursó estudios de Derecho Canónigo y Derecho Civil inglés. Llegó a ser rector del Colegio Baillol (1361) y ejerció como abogado eclesiástico en la Corte, donde fue el encargado de redactar los derechos de la Monarquía sobre el Papado. Fue protegido del Duque de Lancaster John of Gaunt y tutor personal del joven monarca Richard II desde 1367. En 1370 fue elegido como docente de Teología en la Universidad de Oxford y en 1378 miembro de la Corte1.

   Las primeras actuaciones políticas de Wycliffe fueron cuestionar al “Papa francés” Gregorio XI (Pierre Roger de Beaufort). Según sus cálculos, los fieles ingleses entregaban al Papado 100 mil libras anuales en concepto de diezmos. Esto se malgastaba en la corrupción reinante entre monjes y sacerdotes. Para poner fin a esto proponía volver a la vida sencilla y pobre de los primeros cristianos, algo que debían practicar desde los clérigos hasta el Papa. A los “ignorantes holgazanes” de “mejillas coloradas y mofletudas, e insaciables estómagos capaces de devorar la comida de familias enteras” y que practicaban “una religión para vacas gordas”2 les recordaba la pobreza de las órdenes mendicantes (dominicos y franciscanos).

   Proponía ceder los monasterios para la creación de hogares para pobres, personas con discapacidad y enfermos crónicos, y utilizar a los monjes en tareas de docencia, cuidados y trabajos rurales, en lugar de que vivieran del diezmo de los fieles.

   El 19 de febrero de 1377 fue llamado por el obispo de Londres William Courtenay para que expusiera su doctrina, pero fue protegido por el Duque de Lancaster. El 22 de mayo del mismo año la Curia romana acusó a Wycliffe de “hereje” y el Papa Gregorio XI condenó 18 puntos de su doctrina. Acaso la que más le molestaba era la que decía: “cuando los clérigos no viven los mandamientos de Cristo, puede todo cristiano, sacerdote o laico, criticar a tales enemigos de Cristo, aunque se trate del mismo Papa3. Se instruyó a los obispos a “apoderarse del hereje” y le ordenaban presentarse a interrogatorio dentro de los próximos tres meses. Sin embargo esto no fue posible porque en Inglaterra no regía la Inquisición y el Parlamento no toleró la irrupción de un poder extranjero en sus asuntos internos. En 1378 lo citó el Arzobispo de Canterbury Simon Sudbury, pero obtuvo una pena menor por ser miembro de la Corte.

   Wycliffe empezó a ganar popularidad entre los sectores populares, que ya venían movilizados por otros reclamos. Además sus acusaciones no eran infundadas: muchos clérigos se dedicaban a actividades criminales, entre 1378 y 1408 tres sacerdotes londinenses fueron condenados por homicidio, los Obispos justificaban los sobornos como una fuente más de ingresos, y gran parte del diezmo se iba para pagar el mantenimiento de las amantes y familias clandestinas de los funcionarios religiosos.

   El reformador inglés, a diferencia de Lutero o Calvino en los siglos posteriores, reconocía al Papa como jefe de la Iglesia, siempre que viviera en la pobreza y no pretendiera ejercer el “poder temporal” (político). Aunque no cuestionaba la jerarquía eclesiástica, había una primera idea de separación de la Iglesia y el Estado. También se oponía al (falso) celibato, las indulgencias (pago por el perdón de los pecados), el cobro de la misa a los difuntos, la veneración de los santos, las reliquias sagradas (que movían la industria de la falsificación) y el dogma de la transustanciación (en donde el pan y el vino se “transforman” en el cuerpo y la sangre de Cristo). Por esto último perdió el apoyo de John of Gaunt. Llegó a considerar que un cristiano no necesita el auxilio de un sacerdote para obtener la salvación, ya que puede obtenerla directamente de Jesús. Esto es algo que más tarde tomarán las Iglesias Protestantes.

   En 1378 habían comenzado la traducción de la Biblia al inglés, desafiando la prohibición de la Iglesia. Para ello contó con el apoyo de amigos y seguidores. Una novedad fue que en lugar de tomar textos antiguos en griego o hebreo, utilizó la versión en latín de San Jerónimo. Este trabajo –terminado por sus discípulos en 1388- permitió acercar el texto a un sector social más numeroso, aun teniendo en cuenta que en esa época la mayoría de la población era analfabeta y no existía la imprenta –por lo que los libros se copiaban a mano-.

   Paralelo a este proyecto comenzó a enviar predicadores a todo el país. Eran llamados “lollards”, que proviene del neerlandés lolles (cantor). Salían de Oxford y recorrían los pueblos viviendo en una pobreza que emulaba la de San Francisco de Asís –admirado por Wycliffe junto a San Agustín-. Se llegó a decir que la mayoría de los transeúntes eran lollards.

   Se dice que esta actitud y algunos de sus escritos podrían haber inspirado las revueltas campesinas de 1381. De hecho una de las canciones que cantaban los campesinos movilizados era: “When Adan delved and Eva Span/ Who was then de Gentelman?” (Cuando Adan cavaba y Eva hilaba/¿Quién era el gentilhombre?)4, reivindicando la igualdad de todos los creyentes ante Dios, sin necesidad de nobleza, monarquía o autoridad eclesiástica.

   El nuevo Arzobispo de Canterbury, el ex obispo Courtenay –porque el anterior Sudbury fue ejecutado en las revueltas campesinas-, convocó a un Sínodo en Londres en 1382 para condenar a Wycleff. Pensaba lograr en Inglaterra lo que no pudo el “Papa francés” en Roma. Aunque fue declarado “hereje”, el apoyo popular logró que solo le dieran una pena menor: expulsión de Oxford, pero no de la Iglesia por lo que podía seguir prestando servicios en la Parroquia de Lutterworth.

   Ese mismo año tuvo un ataque de apoplejía que lo dejó en situación de discapacidad hasta su muerte en 1384. Entre los escritos que dejó encontramos: De benedicta incarnatione (1375), De dominio divino (1375), De civil dominio (1375), De officio regis (1378), De veritate sacre scriptura (1378), De Ecclesia (1378), De ordine christiano (1379), De potestate rapae (1379) y Triagolus (1382).

   Durante cuarenta años sus restos permanecieron sin ser profanados. Pero el Concilio de Constanza (1413-1418) ordenó su exhumación para ser quemados por hereje. El mismo concilio condenó a muerte a 37 líderes lollards. La sentencia se consumó en 1428 y las cenizas de sus huesos fueron arrojadas al río Swift.

   Los contactos que la Universidad de Oxford tenía con la de Praga hicieron que las ideas de Wycliffe se difundieran y fueran tomadas por un reformador checo que tendría un trágico final: Jan Hus.


Bibliografía

1 Biografías de Wycliffe pueden consultarse en: Enciclopaedia Britannica, https://www.britannica.com/, artículo: “John Wycliffe”; Ruiza, M., Fernández, T. y Tamaro, E.; “Biografía de John Wycliffe” Biografías y Vidas: la enciclopedia biográfica en línea, https://www.biografiasyvidas.com/biografia/w/wycliffe.htm, 2004; y en Chistian Today, https://www.christianitytoday.com/history/people/moversandshakers/john-wycliffe.html.

2 Grimberg, Carl; Historia Universal, tomo 21: Auge de la literatura europea, Lord Cochrane, Sociedad Comercial y Editora Santiago Ltda (para la Colección Biblioteca de Oro del Estudiante), 1995, p. 3.

3 Grimberg, Carl; Historia Universal, tomo 21, op. cit, p. 4.

4 Bonassie, Pierre; Vocabulario de la Historia Medieval, Barcelona, Crítica, 1988, p. 117.


Una versión resumida de este artículo fue publicado en: Boletín de la Revista de Historia, www.revistadehistoria.es, 28 de enero de 2021.

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