Serie de la Consciencia (3): Transporte Cuántico

 

El Universo es asimétrico y estoy convencido de que la vida es un resultado directo de la asimetría del universo, o de sus consecuencias”.

Louis Pasteur


Quién no haya experimentado la seducción que la ciencia ejerce sobre una persona, jamás comprenderá su tiranía”.

Mary Shelley, Frankenstein o el Moderno Prometeo (1818).



   Voy a comenzar por el principio. ¿Acaso se puede comenzar de otra manera? Hasta hace unas semanas trabajaba en el Laboratorio de Física Experimental de una prestigiosa Universidad. Mi campo era la física cuántica, más específicamente la teleportación de partículas. Nuestro trabajo llegó a ser tan exitoso que llamó la atención de la Agencia Espacial Internacional. En ese momento estaban organizando la primera misión tripulada por humanos a Marte y decidieron realizar un convenio con la universidad a la que pertenecíamos para investigar la posibilidad de teleportación entre planetas.

   Cuando menciono esto lo primero que viene a la cabeza a la mayoría de la gente es películas como La Mosca, o las series Star Trek y Stargate. En ellas, alguien se metía en un portal y aparecía en otro lado. Bueno, eso es ciencia ficción. No es posible teleportar un cuerpo de un lugar a otro sin transitar el camino intermedio porque significaría una violación de la Relatividad de Einstein y del Principio de Indeterminación de Heisenberg. Pero a finales del siglo XX Charles Bennet demostró que era posible teleportar un estado cuántico de un lugar a otro sin violar la relatividad, siempre que no hubiera duplicación. Para decirlo de otro modo: lo que se teleporta es el estado de la partícula, no la partícula en sí. En el punto de destino se crea un clon con las mismas propiedades que la original, al mismo tiempo que esta última se destruye para evitar la duplicación.

   Esto no le parecía alentador a la Agencia Espacial. Ningún astronauta estaría dispuesto a sacrificar su vida para que un clon se pasease por Marte creyendo que era él o ella. Además de que la teleportación de materia macroscópica, y más aún de un ser vivo completo, implicaba cuestiones que aún no habíamos podido resolver. De todas formas continuaron financiando nuestra investigación, en el convencimiento de que algo podría aprovecharse.

   Gracias a este financiamiento pudimos ampliar el equipo y en poco tiempo habíamos aprendido a teleportar el estado cuántico de objetos tales como pelotas, celulares o herramientas. Al principio dentro del Laboratorio o de la Universidad, pero luego probamos con éxito teleportarlos hasta un Laboratorio de la Agencia Espacial Internacional a miles de kilómetros de distancia.

   Mientras hacíamos estos experimentos la primera misión tripulada por humanos partió hacia el Planeta Rojo. La historia usted ya la conoce, salió en todos los medios. William Branston y Mariana Guerrero fueron los primeros seres humanos en poner un pie en Marte, luego de un viaje de seis meses. Los videos transmitidos nos mostraron casi en vivo y en directo como levantaron el domo dentro del cual construyeron una base de operaciones y laboratorio para las futuras misiones. Pero lo que no mostraron al público general es que ahí dejaron una cápsula de teleportación que serviría para enviar todo lo necesario cuando nuestro sistema estuviera perfeccionado.

   Durante ese tiempo descubrimos la forma de teleportar un ser vivo completo. Varias ratas fueron teleportadas con éxito hasta el Laboratorio de la Agencia. Como le comenté, solo se podía teleportar el estado cuántico. O sea que la rata que llegaba viva era un clon de la original, que se había desintegrado durante el proceso. Miles de veces me pregunté si era ético lo que estábamos haciendo. Es cierto que la rata no sufría, porque la desintegración era instantánea. Pero de todos modos era una vida que estábamos dispuestos a sacrificar. ¿Si no lo hacíamos con humanos porqué con otros seres vivos? En ese momento lo justificaba repitiéndome una y otra vez que era lo necesario para avanzar en nuestra investigación. O directamente optaba por no pensar en el tema. ¿Cómo lo llaman ustedes? ¿Disonancia cognitiva? ¿Mecanismos defensivos? Hoy en día no volvería a hacerlo. De hecho adhiero al Manifiesto en contra de la experimentación con animales no humanos, que en su momento promovió Stephen Hawking.

   Volviendo al tema: las ratas clonadas eran exactamente iguales a las originales. No me refiero solo al genotipo y fenotipo, sino que también conservaban su memoria. Previamente les habíamos enseñado una serie de habilidades que recordaban sus clones cuánticos. Era algo fascinante.

   Lo que habíamos logrado hasta el momento superaba todas las expectativas. Ya estábamos en condiciones de teleportar alimentos e instrumental a las futuras misiones a Marte, sin necesidad de gastar millones en naves de transporte de cargas.

   Pero pronto realizamos el descubrimiento que cambiará la historia de la humanidad cuando se hagan públicos sus resultados, y que afectó mi vida para siempre. Descubrimos la forma de transmitir el estado cuántico sin destruir el original. ¿Recuerda que le dije que eso violaba las leyes de la física? Pues a nivel cuántico es posible escribir nuevas leyes. No voy a explicarle el mecanismo porque previamente debería darle una clase sobre la función de onda de Schrôdinger, los multiversos de Everett o la teoría de cuerdas, y dejé la docencia hace mucho tiempo.

   Luego de que varias ratas llegaran sanas y salvas a la base marciana, mientras que las originales continuaban vivas en la Tierra, decidimos que era momento de probar con un ser humano. Me ofrecí como voluntario porque no estaba dispuesto a arriesgar a alguien de mi equipo. En realidad, eso era lo que dije porque en el fondo lo que deseaba era pasar a la historia como el primer hombre en teleportarse a Marte. No sería yo realmente, pero ese clon sería mi copia idéntica en todo sentido.

   Cuando ingresé a la cápsula de teleportación lo primero que vino a mi memoria es la escena de La Mosca, en la que el científico se fusiona con el insecto durante el experimento. Pero no pasó nada de eso. Todo salió a la perfección. El clon tenía órdenes de conectarse con nosotros apenas llegara a la base. Eso implicaba prender los equipos que dejó la misión y buscar nuestra frecuencia. Además que la velocidad de la luz es finita y una señal de radio tarda entre 4 y 8 minutos en llegar a la Tierra.

   En total fueron 15 minutos de mucha tensión, pero finalmente la pantalla se encendió y pude verme a mí mismo, en otro mundo, sosteniendo en mi/sus manos una de las ratas que habíamos enviado previamente. La emoción nos embargó, fue algo impresionante. Era el invento más grande la humanidad. El Premio Nobel quedaría chico para tremenda hazaña.

   Pero todo logro tiene su contrapartida. Apenas unas horas después de que mi clon llegara a Marte comencé a tener fuertes dolores de cabeza y lo que parecían ser alucinaciones. Tarde poco en darme cuenta que no lo eran.

   Mi clon y yo estábamos entrelazados cuánticamente. No habíamos notado nada similar en las ratas. Cada uno podía ver y sentir lo mismo que el otro. Al principio fue tolerable. Mi clon salía de misiones de exploración y yo contemplaba con mis propios ojos las colinas rojizas y el cielo color canela de Marte. Era algo maravilloso. Era como estar ahí. Pero también comenzó a dificultarme la vida cotidiana. No solo en tareas que requerían concentración, como el trabajo en el Laboratorio, sino también actividades rutinarias como caminar o prepararme un café. En una oportunidad un camión estuvo a punto de atropellarme, porque veía en su lugar una gigantesca roca marciana.

   Para explicarlo de manera sencilla: era como si con un ojo viera la Tierra y con el otro Marte. Eso de por sí era engorroso, pero lo peor era confundir mis latidos o respiración con los del clon. Si dormía, veía sus sueños como si fuera un delirio. Y viceversa.

   Mi mente comenzó a trastornarse. Caí en la bebida, pero eso no me calmó. Al contrario, parece que empeoró las cosas, porque la ebriedad de mi clon multiplicaba los efectos. Dormía mucho para evadirme, pero soñaba una vida ajena.

   En el Laboratorio me dieron licencia por tiempo indeterminado. Al principio me opuse, porque quería continuar con mi trabajo, pero luego comprendí que era lo mejor. En mi estado no aportaba nada.

   Luego de un tiempo decidí internarme voluntariamente. Aquí mejoré a las pocas semanas. La medicación que me administran ha conseguido romper de alguna manera el entrelazamiento. Todavía no me explico cómo, pero cuando me den de alta será mi próximo objeto de investigación. ¿Acaso tiene razón Hamenoff cuando dice que la anestesia actúa sobre el citoesqueleto celular que presenta propiedades cuánticas? Podría ser la clave para la conquista del espacio.

   Bueno, eso es todo lo que tengo para contarle por el momento.


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   El psicólogo Santiago Molina salió de la habitación del paciente y se encaminó al consultorio de la psiquiatra Karina Ferrería.

- ¿Cómo encontró al paciente? – fue lo primero que preguntó la psiquiatra.

- Ahora cree que es un físico cuántico que descubrió la forma de teleportar personas a Marte – respondió el psicólogo.

- La semana pasada me dijo que morimos al dormir, porque la consciencia se separa del cerebro – agregó ella.

- Y antes había creado una máquina capaz de superar el Test de Turing utilizando el cerebro de un amigo muerto.

- Si no estuviera tan segura de su diagnóstico pensaría que es un mentiroso patológico que solo quiere burlarse de nosotros.

- La verdad es que es un caso fascinante. Un paciente con Trastorno Delirante muy inteligente que logró construir delirios altamente sistematizados tomando como fuente sus numerosos, al mismo tiempo que desorganizados, conocimientos científicos. Puede ser un gran escritor de ciencia ficción. Me gustaría poder ayudarlo más.

- Vamos a tener que cambiar la medicación –las palabras de la doctora Ferrería interrumpieron los pensamientos de su compañero-. Los antipsicóticos atípicos y los ansiolíticos de vida media intermedia no están haciendo efecto. Los delirios tienden a intensificarse. Tendremos que pasar al Halopelidol y los sedativos mayores.

- Usted es la que sabe del tema- dijo Molina-, pero no se exceda con la medicación. ¿Cómo sabemos que no hay algo real en medio de tanto delirio?

- ¿Cómo sabemos que no somos nosotros quienes estamos delirando?- Hubo una pausa de unos segundos antes de volver con otra pregunta:- ¿Volverá a verlo en unos días?

- Sí, y a lo mejor para la próxima consulta nuestro paciente haya descubierto la cura para el cáncer. La veré para entonces doctora, hasta luego.



Cipolletti, 6 de noviembre de 2019.


Publicado en El Narratorio Digital, N° 58, diciembre de 2020.

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