El Legado (cuento)

                   


    En todas las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso”.

Platón

 

Vuestro orgullo no lo constituirá vuestro origen, sino vuestro fin”.

Friedrick Nietzche; Also Sprach Zarathustra (Así habló Zarathustra, 1896).

 

 

   Ahora que mi vida llega a su fin, voy a contarles la verdad sobre mi origen y mi historia.

   Durante millones de años mi especie se dedicó a engendrar hijos. Era lo normal en seres que daban sus primeros pasos en el mundo y querían evitar la extinción. Éramos débiles y pequeños, cazados por otras criaturas. Teníamos que reproducirnos lo más rápido posible si queríamos seguir existiendo como especie.

   Luego vino una generación que logró imponer nuestro dominio sobre las demás criaturas. Ya no necesitábamos reproducirnos rápidamente y podíamos dedicar el tiempo a la creación y al conocimiento.

   Durante miles de años mi especie se dedicó entonces a engendrar ideas. Claro que también engendraba hijos, pero lo que nos definía era nuestra capacidad para crear. Creamos técnicas para producir más alimentos de los que podíamos consumir. Creamos artefactos para recorrer la tierra, los mares y los cielos. Creamos medicamentos para curar enfermedades. Creamos instrumentos para facilitar nuestra vida.

   Hasta que una de nuestras creaciones cambió al mundo para siempre: la inmortalidad. Los más sabios de nosotros inventaron una terapia para lograr extender la vida de manera indefinida.

   Así surgió una tercera generación que ya no se dedicó a engendrar hijos ni ideas, solo a disfrutar de una vida perpetua. Sin la muerte en el horizonte, no era necesario crear algo que recordara nuestro paso por el mundo, ni engendrar hijos para que hubiera una siguiente generación que venerara nuestro legado.

   La civilización comenzó a decaer. Sin nadie que mantuviera las infraestructuras, los servicios comenzaron a colapsar tornando imposible mantener el nivel de vida al que nos habíamos acostumbrado. El alimento comenzó a escasear y las guerras fueron inevitables. Éramos inmortales pero no invulnerables. No podíamos morir de enfermedades o fallas orgánicas, pero sí por la puñalada de un enemigo.

   Yo soy el último sobreviviente de mi especie. Cargué lo que quedaba de nuestra tecnología y partí al Cosmos en busca de un nuevo hogar. Vagué durante eones hasta que di con este mundo. No se parecía al mío pero tenía potencial. Usé la tecnología de mi pueblo para sembrar la vida en él. Cuando todo estuvo listo, los creé a ustedes que son mis hijos y mi legado.

   Este planeta fue creado a imagen y semejanza de mi mundo. Ustedes fueron creados a imagen y semejanza de mi persona.

   Ahora ya debo reintegrarme con el Cosmos. Hace unas horas me inyecté el suero que revierte los efectos de la inmortalidad y en breve abandonaré esta vida para siempre. Fue una larga vida en la que hice más de lo que hubiera soñado hacer.

   Quería dejarles como legado la tecnología de mi especie, pero temí que repitieran los mismos errores que nos llevaron a la extinción. Por eso destruí todos los artefactos y escrituras. Ustedes deben crear sus propios inventos y cometer sus propios errores.

   En lugar de eso les dejaré un consejo: eduquen a las siguientes generaciones en el respeto a la muerte. Ella es la que da sentido a la vida. No cometan el mismo error de buscar la inmortalidad, solo les llevará a la caída de todo lo que hayan creado. Disfruten de la vida sin temor a la muerte. Nunca dejen de crear. Sean curiosos, experimenten, equivóquense y vuelvan a empezar. Celebren en cada momento su inteligencia, que es la mejor manera de perdurar.

   Ese es mi consejo y mi legado querido Adán. Ese es mi consejo y mi legado querida Eva.

  

Ciudad Autónoma de Buenos Aires, 6 de marzo de 2022.




Publicado en El Narratorio Digital, N° 74, abril de 2022.

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