Trilogía "Matar al tirano" (3): Ardarutiun (capítulos VII al X)
VII
―¿Sabía usted que Talaat Pashá residía en
Berlín cuando se mudó a la ciudad? ―preguntó el presidente Lemberg.
―No, señor Presidente ―respondió Soghomón a
través de su traductor―. Cuando estuve en Constantinopla supe que había sido
juzgado junto con el resto del Comité Central de los Jóvenes Turcos y condenado
a muerte. Pero en Salónica me enteré de que solo uno de ellos, Djemal Pashá,
había muerto en la horca, ya que el Primer Ministro anuló las sentencias. Mis
familiares seguían la noticia del juicio a los asesinos de nuestro pueblo y en
Salónica se decía que Enver y Talaat se encontraban refugiados en el
extranjero, pero sin conocer su ubicación.
―Pero, cuando se mudó de la calle Ausburger
a la calle Harttenberg, ¿sabía que Talaat Pashá vivía enfrente?
―Sí, lo había descubierto cinco semanas
antes.
―¿Dónde?
―Caminando por la calle vi a tres hombres
que salían del Jardín Zoológico. Oí que hablaban en turco y a uno de ellos le
daban el título de Pashá[1]. Lo observé y me di cuenta de que era Talaat. Lo seguí hasta
la entrada de un cine, y ahí vi que los otros dos se despedían besándole la
mano y diciéndole pashá.
―¿En ese momento tuvo la intención de
matarlo? ―preguntó inquisitivamente el presidente.
―No,
me sentí muy mal, comencé a ver escenas de la masacre y temí un desmayo.
Entonces me apresuré a llegar a la casa de la señora Stilbaum. Esa noche soñé
que mi madre me decía: “Tu viste que Talaat Pashá está aquí y permaneces
indiferente ¡Ya no eres mi hijo!“.
―¿Entonces decidió asesinarlo?
―Cuando veía a mi madre sentía que debía
hacerlo, pero luego mejoraba y repudiaba la idea. Soy cristiano y el solo hecho
de pensar en matar a alguien me generaba conflictos con mis creencias. Pero
luego aparecía nuevamente mi madre y sabía que debía hacer justicia por mis
compatriotas asesinados.
El abogado von Gordon, su defensor,
intervino en ese momento para realizar una aclaración ante el jurado:
― Que conste en acta que el acusado no
llegó a Alemania con la intención de ultimar a Talaat Pashá, sino que la
decisión fue tomada sin premeditación, como consecuencia de su estado nervioso
y las visiones de su madre.
El presidente continuó con el
interrogatorio.
―¿Cuándo decidió mudarse de la casa de la
señora Stillbaum?.
―A principios de marzo, tres semanas después
del encuentro con Talaat.
―¿Cómo era la relación con ella?.
―Muy buena, nunca tuve inconvenientes.
Cuando manifesté mi intención de mudarme, quiso saber los motivos y respondí
que, por prescripción médica, debía trasladarme a una casa con luz eléctrica,
ya que la iluminación a base de gas que utilizaba afectaba mi estado de salud.
Previamente había hecho averiguaciones sobre el lugar de residencia de Talaat y
tuve la fortuna de encontrar una habitación que se alquilaba en la vivienda de
enfrente.
―¿Alguien lo acompañó a realizar el
alquiler?.
―Sí, fue nuevamente el señor Apelian.
―¿Él sabía de los motivos del cambio de
residencia?.
―No, también le dije que era por mi estado
de salud.
―¿De dónde obtenía el dinero para el alquiler
y el resto de sus gastos?.
―Del dinero que había ahorrado mi familia.
El abogado von Gordon intervino para aclarar
que una lira turca equivalía a veinte marcos alemanes.
―¿Cuándo se instaló definitivamente? ―volvió
a preguntar Lemberg.
―El 5 de marzo. A pesar de estar enfrente de
la casa del asesino de mi familia, traté de continuar mis estudios y no pensar
en la venganza. Pero entonces aparecía la imagen de mi madre y me recriminaba
mi pasividad.
―Así llegó al 15 de marzo. ¿Había
planificado el atentado para ese día?.
―No, pero cuando lo vi en la ventana
preparándose para salir, supe que debía hacerlo para acallar las voces que me
atormentaban.
Cuando
el traductor pronunció estas últimas palabras, la sala, que había permanecido
silenciosa durante el testimonio, comenzó a murmurar. Los miembros del jurado
se intercambiaban miradas y realizaban algunos comentarios. El presidente pidió
silencio.
El interrogatorio continuó con detalles
menores sobre la forma en que se había producido el disparo, el arresto y la
primera declaración. Los fiscales también hicieron preguntas y los abogados
defensores pidieron dejar descansar al acusado que había debido revivir muchas
situaciones traumáticas durante toda la mañana. El presidente dio lugar al
pedido y concedió un receso.
La Audiencia retomó una hora después. El
presidente, el fiscal y los defensores interrogaron a testigos del hecho, a un
especialista en armas que brindó información sobre la pistola que portaba
Soghomón, al Comisario que estuvo a cargo de su ingreso en la dependencia
policial y los médicos que realizaron la autopsia al cadáver de Talaat Pashá.
Todos los testimonios eran cuidadosamente informados a través del traductor a
Soghomón Tehlirian, que escuchaba pacientemente sin dar muestras de mayor
entusiasmo.
Por la tarde hablaron los miembros de la
comunidad armenia, entre los que estaba el secretario de la Embajada Iervant
Apelian y el comerciante Kalusdian, que declararon conocer al testigo, pero no
estar al tanto de que supiera del paradero de Talaat Pashá, ni que tuviera
intenciones de atentar contra él. Apelian dio cuenta de su estado de salud,
destacando la vez que se desmayó en el salón de baile y debió llevarlo al
hospital, así como las veces que lo acompañó al consultorio médico. Kalusdian
volvió a manifestar su admiración por el acto heroico cometido y reiteró los
motivos de su negativa a firmar la declaración tomada el día del hecho. Los
abogados defensores pidieron, en base a esto, que la declaración fuera anulada.
El Tribunal dio lugar al pedido, ante la recriminación del fiscal Kolnik y el
consejero Schultze.
Sus caseras, las señoras Stillbaum y
Tiedman, también declararon favorablemente, diciendo que el joven era una
persona noble, modesta, tranquila y aseada. El presidente pidió al traductor
que informara que las últimas declaraciones fueron favorables al acusado.
A continuación, hizo uso de la palabra el
pastor Lepsius, autor del Informe secreto sobre la situación de los armenios
en Turquía, en donde confirmaba la veracidad de los testimonios de Soghomón
sobre las deportaciones y masacres. También relató la complicidad de las tropas
alemanas apostadas en la Península de Anatolia, poniendo en duda la autoridad
de un tribunal alemán para condenar a quién fue una víctima de un genocidio en
el que el país había tenido responsabilidad al no actuar para evitarlo. El
general Liman von Sanders le respondió a Lepsius señalando que sus acciones salvaron
a miles de armenios en Adrianópolis. Sin embargo, esto fue tomado como una
acción personal que no fue representativa de las fuerzas alemanas.
Luego fue el turno de Crisdine Terzibazhian,
sobreviviente de las deportaciones de Hadjin, cerca de Erzindjan. A través de
un traductor relató su dolorosa historia.
―Nuestra familia se componía de veintiún
miembros ―comenzó―. Solo sobrevivieron tres a las deportaciones. ¡Vi con mis
propios ojos cómo los mataban a todos! ―relató con lágrimas en los ojos―. A los
más jóvenes los ataban de a dos y los arrojaban al río para que murieran
ahogados. Gendarmes y policías turcos tomaban a las mujeres más bellas y las
violaban a la vista de todos. A las mujeres embarazadas les reventaban el
vientre a culatazos y les extraían el feto a cuchilladas.
La sala comenzó a murmurar y Crisdine,
mirándolos, les dijo:
―¡Lo afirmo bajo juramento!
―¿Cómo sobrevivió usted? ―le dijo el
presidente.
― Intentaron violarme, pero no pudieron
separarme de mi hijo. Entonces tomaron a la mujer de mi hermano y nosotros
pudimos escapar y ponernos a resguardo en una carpa mientras la violaban. De
allí nos llevaron a un campamento de prisioneros. Pasamos hambre y sed hasta
que las deportaciones terminaron y pudimos escapar.
―¿A quién le atribuía la comunidad armenia
la responsabilidad de estas deportaciones? ¯quiso saber el presidente.
―Todos los telegramas que nos leían
llevaban la firma del Consejo de Ministros ―respondió Crisidine―, entre ellos
estaba Talaat Pashá.
El abogado von Gordon hizo uso de la
palabra, para señalar que el testimonio de la testigo y del perito Lepsius
daban cuenta de la veracidad de las declaraciones de su defendido en torno a
las masacres, por lo que deberían tenerse en cuenta como atenuantes a la hora
de dictar la sentencia.
El último testimonio había dejado gran
inquietud entre los presentes y debió esperarse unos minutos antes de que
pudieran continuar las declaraciones.
VIII
―Vaterland ―pronunció lentamente la
profesora Beilnsohn.
Soghomón no repitió. Había sido un
estudiante muy aplicado cuando comenzaron las lecciones, pero en los últimos
días se encontraba distraído. No podía leer correctamente y no comprendía lo
que había escrito hacía apenas unos momentos. Ella atribuyó esa falta de
interés a los efectos de la medicación que consumía para tratar sus ataques
nerviosos. No podía saber que el motivo de su estado era el encuentro que había
tenido unos días antes a la salida del Jardín Zoológico.
―Vaterland ―volvió a repetir la
profesora, antes de traducir el significado de la palabra al francés, la lengua
neutral que usaban para comunicarse―: «patria».
Soghomón repitió lentamente esa palabra
pensando en los dos conceptos que la componían: vater («padre») y land
(«tierra»).
―Yo no tengo patria ―le dijo a la profesora
Beilnsohn, y luego continuó en armenio sin que ella pudiera entenderlo―: la he
perdido cuando mi madre me desterró de la familia por no hacer justicia ante su
muerte.
Ya no tenía patria, pero sabía qué debía
hacer para recuperarla.
IX
El doctor Kassirer acababa de dar cuenta de
las dos revisiones a las que había sometido al joven Soghomón Tehlirian, así
como el tratamiento prescripto, y esperaba las preguntas de la defensa.
―¿Existen dudas fundadas de que el acusado
haya actuado de manera consciente y con libre albedrío? ―quiso saber el
defensor Wertauer.
―Para mí no existen dudas de que el libre
albedrío no estaba totalmente ausente ―respondió Kassirer.
―¿Entonces piensa que el acusado actuó con
libre albedrío?
―Eso es algo que solo se puede suponer,
pero clínicamente sostengo que existió libre albedrío.
A continuación, la defensa hizo pasar al
doctor Edmundo Vorster, especialista en enfermedades nerviosas de la Universidad
de Berlín.
―Es necesario hacer algunas aclaraciones
respecto a la opinión de mi colega Kassirer ―dijo el especialista―. El acusado
mató a quién consideraba el asesino de su familia. ¿Actuaría de la misma forma
un hombre normal? No necesariamente, pero el acusado es un enfermo psíquico que
sufre alucinaciones emotivas. Los temblores, la fiebre, las pesadillas, son
síntomas de la tensión nerviosa que padece con motivo del horror vivido en su
tierra natal. Por ello, concluyo que nos enfrentamos a un caso patológico
denominado el ideal supremo, en donde una idea obsesiva, en este caso la
aparición de su madre, lo insta a una acción que considera desagradable.“No
soy un asesino, pero lo dijo mi madre y debo hacerlo“, fueron sus palabras.
Y en verdad no es un asesino, sino que actuó bajo la presión del ideal supremo.
Por eso, recomiendo al jurado que se aplique el artículo 51.° del Código Penal
que considera que el libre albedrío se encontraba totalmente ausente.
Los miembros de la comunidad armenia
presentes en el juicio para apoyar a Soghomón Tehlirian aplaudieron el
testimonio de Vorster. El defensor von Gordon preguntó al especialista:
―¿Es posible que tenga futuras crisis alucinatorias?
―¿No lo creo ―respondió―, porque el ideal
supremo se ha diluido al cumplirse su objetivo, así que no es probable que
vuelva a aparecer.
A continuación hizo uso de la palabra el
doctor Haage, quien atendió a Soghomón durante algunas de sus crisis. Dio un
breve discurso que culminó con la siguiente expresión:
―¿El libre albedrío se encontraba
totalmente ausente al momento de cometerse el crimen?. Yo respondo
afirmativamente.
Nuevamente un aplauso irrumpió el salón. El
presidente llamó a las partes a renunciar a presentar más evidencia, lo que fue
acordado. Siendo ya horas de la tarde, la sesión se levantó hasta el día
siguiente.
X
Las lecciones habían sido interrumpidas.
Soghomón informó a la profesora Beilnsohn que las retomaría cuando mejorara su
salud. Ella le deseó suerte y le prometió que estaría disponible cuando
decidiera volver a sus clases.
Las noches eran espantosas. A la fiebre que
comenzaba a poco de dormirse, le seguían horribles pesadillas en donde
rememoraba la masacre de su familia, y su madre aparecía una y otra vez para
recriminarle su indiferencia ante el asesino que vivía en la casa de enfrente.
Allí despertaba con sudor y temblores. Por momentos sentía que se quedaba sin
aire y debía relajarse para poder respirar correctamente. Muchas veces pensó en
despertar a la señora Tiedman para pedirle ayuda, pero desistió ante la idea de
que ella no sabría qué hacer y porque el idioma sería un inconveniente a la
hora de hacerse entender.
Durante el día pasaba las horas sentado en
el escritorio junto a la ventana, mirando la casa de enfrente, tratando de
investigar los movimientos de Talaat Pashá. Pero por lo general, las ventanas
permanecían cerradas y, en el tiempo que llevaba vigilando, no había podido
observar ni una sola vez al infame ministro turco.
El 14 de marzo decidió desistir de la
vigilancia. Se dijo a si mismo que esa noche trataría de dormir y que al día
siguiente retornaría tranquilamente sus lecciones. Pensó que la forma de honrar
a su familia sería estudiando para contribuir al progreso de su pueblo, en
lugar de dar muerte a un hombre.
Con la esperanza de que los ataques cesaran
y las recriminaciones de su madre desaparecieran, se fue a dormir. Pero esa
noche sería como las anteriores y, a la mañana siguiente, una visión en la
ventana le haría olvidar la decisión tomada.
[1]El título de pashá se aplicaba durante el Imperio Otomano para funcionarios que desempeñan altos cargos políticos o militares. Es similar al Sir británico.
Comentarios
Publicar un comentario