Trilogía "Matar al tirano" (3): Ardaritiun (capitulos I al III)

 (Արդարություն)


  

Tú, un extraño, alma gemela,

que dejas atrás el camino de la dicha,

escúchame.

Sé que tus pies inocentes todavía están mojados

con la sangre de los tuyos.

Manos extranjeras han venido y te han tirado

la rosa sublime de la libertad,

que finalmente brotó de los dolores de tu raza“.

 

Adom Yarjanian,Siamanto(Llanto)

 

Justicia, justicia perseguirás

Deutoronomio, 16: 20.

 

I

 

   Soghomón Tehlirian se despertó con un terrible malestar. Había sufrido pesadillas, temblores y sudoración durante toda la noche. “Espero no desmayarme hoy“, pensó. Si la sensación persistía iría al consultorio del doctor Kassirer. Se sentó en el borde de la cama y mientras se vestía, comprobó que también le aquejaba el estómago. Se dirigió al comedor y saludó a la señora Tiedman, la dueña de la casa, que le sirvió una taza de té. Antes de beberlo, le agregó una medida de cognac pensando que eso lo aliviaría. La casera se sorprendió porque nunca lo había visto beber, pero no dijo nada. De todos modos no hubiera podido, ya que no sabía su idioma. El joven había llegado a Alemania desde Medio Oriente unos meses atrás, pero solo hacía quince días que le alquilaba una habitación de su casa.

   Luego de desayunar, se retiró a continuar con sus estudios de alemán. Antes de sentarse en el escritorio, abrió las ventanas de par en par para sentir el sol de la mañana. Allí fue cuando comprobó que, en la casa de enfrente, también había una ventana abierta, y por ella podía verse cómo el hombre al que estuvo vigilando las últimas dos semanas se colocaba el sobretodo y el sombrero dispuesto a salir. Pensó que había llegado el momento. Extrajo la Parabellum 9 mm que escondía celosamente de la mirada de la casera dentro de su bolso de mano, la guardó en el bolsillo interior del chaleco y salió rápidamente a la calle.

   Una vez fuera de la casa, buscó al hombre y lo vio alejándose por la calle Charlotemberg. Tuvo que correr para alcanzarlo y cuando estaba a poca distancia redujo la velocidad de sus pasos. En ese momento extrajo la pistola y apuntando a la cabeza, disparó. La explosión interrumpió el silencio de aquella mañana.

   Soghomón vio como aquel hombre poderoso se desplomaba luego de que la bala le atravesara el cuello. Habiendo comprobado que yacía en medio de un mar de sangre, dejó que la pistola cayera de sus manos. Ya no la necesitaba: la venganza estaba consumada. Trató de escapar por la misma calle, pero un grupo de transeúntes se arrojaron sobre él y comenzaron a golpearlo.

   - Él es extranjero y yo también ―les gritó en su pobre alemán―, no hay ningún daño para Alemania.

   Fue lo único que alcanzó a decir antes de sucumbir a un nuevo desmayo.

 

II

 

    Una mañana de mayo de 1915 llegó la orden de deportación para los armenios de Erzindjan, en la región oriental del Imperio Otomano. Funcionarios municipales recorrían las casas de los miembros de la comunidad para informar que, por orden del Gobierno imperial de Constantinopla, todos los armenios serían llevados fuera del área de combates debido a la cercanía de las tropas rusas. El telegrama estaba firmado por el Ministro del Interior Talaat Pashá. Se les deba media hora para juntar sus pertenencias antes de comenzar con el traslado.

   Cuando la orden llegó al hogar de los Tehlirian, una familia de prósperos comerciantes, el padre pidió que juntaran rápidamente sus pertenencias más valiosas y las subieran al carro que atarían al burro. En otros tiempos, el carro había sido tirado por caballos, pero estos habían sido confiscados para las necesidades de la guerra. Soghomón tenía por entonces 18 años y vivía junto a sus padres, dos hermanos y una hermana. No guardaba recuerdos de las masacres armenias de finales del siglo pasado, pero por el miedo que emanaba de la voz de su padre, sabía que algo malo podía llegar a suceder.

   Cuando los gendarmes turcos ―o acaso kurdos― llegaron a buscarlos, la familia estaba lista. Habiendo cargado las escasas pertenencias que cabían en el carro, fueron conducidos junto a otras familias a una caravana que circulaba rumbo al sur. Hombres fuertemente armados la custodiaban por ambos lados.

   Al caer la tarde, los hicieron detener y comenzaron a requisarlos. Los gendarmes confiscaban cuchillos de cocina y paraguas, y golpeaban a sus propietarios acusándolos de estar escondiendo armas. Cuando llegaron a la familia Tehlirian, uno de los gendarmes se acercó a la hermana de Soghomón, de 15 años, y tomándola de un brazo le dijo:

   ―Eres una joven muy bella, ven con nosotros.

   La familia intentó impedir que se la llevaran, pero el resto de los gendarmes les apuntaron con la bayoneta. Dos gendarmes la condujeron hasta unos arbustos y comenzaron a violarla brutalmente.

   ― Quisiera estar ciega antes de ver esto ―gritaba desconsoladamente su madre.

Los gendarmes le ordenaron que hiciera silencio, pero la mujer continuó reclamando por su hija. Ante esta negativa, uno de los gendarmes apuntó hacia ella y la derribó de un disparo. Después hicieron fuego contra su marido. Inmediatamente, se dio comienzo a la masacre. Soghomón, paralizado de temor y sin saber por dónde escapar, vio como un hacha partía por la mitad la cabeza de su hermano mayor. El menor intentó escapar, pero fue asesinado de la misma forma. De repente, un fuerte golpe en la nuca le hizo perder el conocimiento.

 

III

 

   Soghomón despertó en el calabozo de una comisaría de Berlín. Tenía la cabeza vendada y estaba dolorido en todo el cuerpo. Tardó unos minutos en recordar cómo había llegado ahí. Las imágenes de la masacre de su familia ocurrida seis años atrás se mezclaban con los últimos acontecimientos.

   Media hora después vinieron dos oficiales a buscarlo y lo llevaron esposado a la oficina del Consejo Jurídico del Tribunal. Junto al funcionario que habría de tomarle declaración se encontraba Kevork Kalusdian, un armenio propietario de la tienda en donde solía hacer las compras. Este le estrechó la mano al tiempo que le decía:

   ―Yo seré tu traductor ―y le entregaba una bolsa de golosinas invitándole a servirse―. Este hombre va a tomarte declaración.

    ―¿Le trae golosinas a un asesino? ―quiso saber el consejero Schultze.

   ―Como asesino es un gran hombre ―respondió el comerciante.

   ―¿Aunque haya matado a sangre fría y por la espalda a un gobernante extranjero refugiado en este país? ―insistió el funcionario.

   ―Muchos armenios sabíamos que el verdugo de nuestro pueblo se encontraba en Berlín ―respondió―, pero solo este joven tuvo el valor de hacer justicia por nuestras familias masacradas. Yo perdí a mis padres en las matanzas de 1896. Disculpe si insisto en que es un gran hombre.

   Los tres tomaron asiento y el consejero Schultze comenzó a interrogar al acusado a través del traductor. Soghomón Tehlirian se encontraba muy fatigado y confundido como para dar explicaciones, por lo que respondió afirmativamente a todas las preguntas. Confesó haberse trasladado a Berlín para atentar contra el ministro Talaat Pashá y haber actuado con premeditación aquella mañana. Terminada la declaración, el consejero y el acusado firmaron el acta. Quién se negó a hacerlo fue el traductor.

   ―El joven se encuentra confundido y dolorido, por lo que no puede tomarse como válida esta declaración ―argumentó.

   ―No nos corresponde a nosotros juzgar la veracidad del testimonio ―respondió Schultze―. Eso es tarea del Tribunal.

   ―De todas formas no voy a avalarla con mi firma.

   El comerciante Kalusdian se puso de pie, estrechó fuertemente la mano de Soghomón y le deseo buena suerte. A continuación se colocó el sombrero y, saludando formalmente a Schultze, se retiró del lugar.

   Los mismos oficiales llevaron a Soghomón nuevamente a su calabozo dando por concluidos los trámites burocráticos del día.


Continuará...


La presenta novela corta fue publicado en un libro conmemorativo de los 100 años del comienzo del  Genocidio contra el Pueblo Armenio.


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