Psicolopatología norteamericana del siglo XIX (artículo)
Durante el siglo XIX se constituyó la Psicopatología como
disciplina científica, teniendo su centro más importante en Europa, sobre todo
en Francia y en Alemania. De esta época son las primeras clasificaciones
diagnósticas basadas en la descripción de síntomas. Para el psiquiatra e
historiador de la ciencia Lanterí Laurá este periodo significó el paso del
“Paradigma de la Alienación Mental”, que consideraba que existía una única
enfermedad mental (la Alienación de Pinel) que presentaba cuatro entidades mórbidas
(manía, melancolía, idiotismo y demencia), y que Philippe Pinel (1745-1826)
atribuía como causa principal los vicios y excesos de todo tipo; hacia el
“Paradigma de las Enfermedades
Mentales” con una gran cantidad de cuadros clínicos de origen orgánico y
psíquico (Bercherie, 1985).
Pero ninguna clasificación psicopatológica
se encuentra aislada del contexto social en que fue descripta. A cada momento
histórico le corresponde una patología específica porque se relacionan con los
cambios en la subjetividad de las personas.
Parte
I: la Drapetomanía
En esta primera parte analizaremos la Drapetomanía, una supuesta entidad
mórbida padecida por los esclavos negros del sur de Estados Unidos, que fue
postulada a mediados del siglo XIX, cuando en esa sociedad se estaban
produciendo cambios que llevarían al fin de una economía predominantemente
agrícola que utilizaba mano de obra servil y esclava, dando lugar a un
capitalismo industrial.
La discusión en torno a la salud mental de
los esclavos no era nueva. En 1745 la Asamblea Colonial de South Carolina debió
ocuparse del caso de Kate, una esclava, acusada de matar a un
niño. Después de ser ingresada en la cárcel local, se determinó que Kate
estaba “fuera de sus sentidos” por lo
que no podía responder por sus actos. En lugar de ir a la cárcel debía ser
internada en una institucional mental. Sin embargo, su dueño era demasiado
pobre para pagar la internación y la colonia de South Carolina no había
previsto el mantenimiento público de los esclavos. Finalmente la Asamblea
Colonial aprobó una ley por la que cada Parroquia debía responsabilizarse de la
internación de los esclavos “lunáticos”
cuyos dueños no pudieran cuidar de ellos. No hay registro de lo que
sucedió a Kate ni se indagó en torno a las causas que llevaron a que matara al
niño, quedando simplemente explicado el hecho por su estado mental. Benjamin
Rush (1746-1813), decano de la Facultad de Medicina de la University of
Pennsylvania y firmante de la Declaración de la Independencia, que es considerado
el “Padre de la Psiquiatría norteamericana”, consideraba que la población negra
padecía de Negritude, una forma leve
de lepra que se curaba “blanqueando” a los negros (Jackson, s/f).
En 1851 el médico Samuel Cartwright
(1793-1863), en un artículo publicado en la New
Orleans Medical and Surgical Journal bajo el título “Diseases and
peculiarities of the Negro Race”, planteó la existencia de la Drapetomanía. El nombre provenía del
griego “drapetes” (esclavo, fugitivo) y “manía” (locura, enfermedad). Se la
definía como el “ansia de la libertad”
o expresión del sentimiento del esclavo por escapar de su amo.
Cartwright comenzaba su artículo diciendo
que: “Aún es desconocida por nuestras
autoridades médicas, aunque sus síntomas diagnósticos, la fuga del servicio,
son bien conocidos por nuestros plantadores y supervisores (...) Al notar una
enfermedad no clasificada hasta ahora entre la larga lista de enfermedades a
las que está sujeto el hombre, fue necesario tener un nuevo término para
expresarla. La causa en la mayoría de los casos, que induce al negro a huir del
servicio, es tanto una enfermedad mental como cualquier otra especie de
alienación mental, y mucho más curable, como regla general. Con las ventajas de
un asesoramiento médico adecuado, estrictamente seguido, esta práctica
problemática que muchos negros tienen de huir, se puede evitar casi por
completo, aunque los esclavos se encuentran en las fronteras de un Estado
libre, a tiro de piedra de los abolicionistas” (Cartwright, 1851).
Se calcula para esta época había alrededor
de 3 millones de esclavos en los Estados Unidos y la población crecía a un
ritmo de 70 mil personas al año. Las brutales condiciones de explotación que
sufrían, sobre todo los que desempeñaban tareas agrícolas en los algodonares
del sur, llevó a que miles intentaran cada año la huida hacia los Estados del
norte, donde la esclavitud era ilegal. A comienzos del siglo XIX comenzó a
funcionar el “Ferrocarril Subterráneo” (Underground Railroad), una red
clandestina para ayudar a escapar a los esclavos fugitivos. Estaba formada por
antiguos esclavos, activistas abolicionistas blancos y miembros de la Iglesia
Cuáquera, opuesta a la esclavitud. No era realmente un ferrocarril, sino que su
nombre provenía de que utilizaban términos ferroviarios: los “conductores” o
“maquinistas” eran quienes ayudaban a escapar a los esclavos; las “estaciones”
eran las casas seguras donde los fugitivos podían esconderse, alimentarse,
descansar y recibir atención médica; los “pasajeros” eran los fugados; los
“carriles” las rutas de escape; la “Estación Central” la jefatura y el
“Destino” los Estados norteños (Valencia, 2020).
Se cree que el Ferrocarril Subterráneo
liberó a 100.000 personas entre 1810 y 1860. Para algunos autores, esta cifra
es muy pobre dado la población total de esclavos, pero los hacendados lo veían
como una amenaza a su derecho a la propiedad y algo que instaba a la rebelión,
por lo que llevaron a cabo acciones tendientes a ponerle fin. Para ello
endurecieron los castigos a los esclavos que intentaran la huida o fueran
sospechosos de la misma: los latigazos, azotes y mutilaciones eran la pena más
común. También se utilizaba el Sistema Penitenciario, dejando detenidos por
unos días a los esclavos fugitivos en una prisión donde se los torturaba
salvajemente antes de devolverlos a sus amos. Sin embargo la mayoría de los
hacendados optaban por castigar en privado a los fugitivos para que volvieran
inmediatamente al trabajo.
Teniendo en cuenta este contexto, podemos
explicar las fugas masivas por la situación de explotación y represión brutal
que sufría la población negra sometida a la esclavitud. Sin embargo Cartwright
ofrecía otra explicación, basándose en las Sagradas Escrituras: “Si el hombre blanco intenta oponerse a la
voluntad de la Deidad, tratando de hacer que el negro no sea «el
sumiso doblador de rodillas» (que el Todopoderoso declaró que debería
ser), tratando de elevarlo a un nivel consigo mismo, o poniéndose en igualdad
con el negro; o si abusa del poder que Dios le ha dado sobre su prójimo, siendo
cruel con él, o castigándolo con ira, o descuidando protegerlo de los abusos
sin sentido de sus compañeros y de todos los demás, o por negarle las
comodidades y necesidades habituales de la vida, el negro huirá; pero si lo
mantiene en la posición que aprendemos de las Escrituras que estaba destinado a
ocupar, es decir, la posición de sumisión; y si su maestro o supervisor es
amable y gentil en su audiencia hacia él, sin condescendencia, y al mismo
tiempo suministra a sus necesidades físicas, y lo protege de abusos, el negro
estará hechizado y no podrá huir”
(Cartwright, 1851).
En este fragmento Cartwright se opone al
trato cruel hacia los esclavos, pero al mismo tiempo sostiene que el Hombre
Blanco tiene una superioridad racial y moral que debe hacer valer en todo
momento: “Según mi experiencia, el «genu
flexit» -
el asombro y la reverencia-, deben ser exigidos de ellos, o despreciarán a sus
amos, se volverán groseros e ingobernables y huirán. En la línea de Mason y
Dixon –que separaba los
Estados Libres y los Estados esclavistas-,
dos clases de personas podían perder a sus negros: aquellos que se
familiarizaban demasiado con ellos, tratándolos como iguales y haciendo poca o
ninguna distinción con respecto al color; y, por otro lado, aquellos que los
trataron cruelmente, les negaron las necesidades comunes de la vida,
descuidaron protegerlos contra los abusos de los demás, o los asustaron con una
actitud abrumadora, cuando estaban a punto de castigarlos por delitos menores”
(Cartwright, 1851).
El recurrir a textos religiosos para
explicar una supuesta enfermedad mental es un punto a destacar que diferencia
la psicopatología norteamericana de la europea, ya que esta última no recurría
a explicaciones sobrenaturales porque descartaba todo aquello que no pudiera
observarse o medirse.
Como remedio a este mal proponía el “adecuado consejo médico” para detectar
los hábitos problemáticos antes de que desembocaran en la “manía de libertad”: “Si se
trata amablemente, bien alimentado y vestido, con combustible suficiente para
mantener una pequeña fogata encendida toda la noche, separados por familias, cada familia teniendo su propia
casa, no permitiéndoles correr por la noche para visitar a sus vecinos, recibir
visitas o usan licores embriagadores, y si no trabajan demasiado ni están
expuestos al clima, son más fácilmente controlables que cualquier otra persona
en el mundo” (Cartwright, 1851).
Para aquellos esclavos “reticentes e insatisfechos sin razón” proponía “sacarles el demonio a latigazos”: “Cuando
se hace todo esto, si alguno de ellos, en cualquier momento, se inclina a
elevar sus cabezas al mismo nivel que su amo o supervisor, por la humanidad y
su propio bien requieren que sean castigados hasta que caigan en esa sumisión”
(Cartwright, 1851). Aquí contradice completamente lo que había sostenido con
anterioridad respecto a evitar tratos crueles y degradantes.
En el mismo artículo Cartwright se refiere a
otra patología que afectaría a los negros libres, la disestesia aethiopica o “enfermedad de los capataces”. Esta
supuesta condición se caracterizaba por una insensibilidad parcial de la piel y
una hebetitud (letargo mental) tan grande que la persona parecía como dormida.
Señalaba que “es mucho más frecuente
entre los negros libres que viven en grupos solos que entre los esclavos en
nuestras plantaciones, y ataca solo a los esclavos que viven como negros libres
en cuanto a dieta, bebidas, ejercicio, etc.”, y que quienes la padecen “son propensos a hacer muchas travesuras, lo
que parece intencional, pero se debe principalmente a la estupidez mental y la
insensibilidad de los nervios inducidos por la enfermedad. Por lo tanto,
rompen, desperdician y destruyen todo lo que manejan, abusan de los caballos y
el ganado, queman o rasgan su propia ropa y, sin prestar atención a los
derechos de propiedad, roban a otros para reemplazar lo que han destruido”(Cartwright,
1851).
Para esta “enfermedad” proponía el mismo
remedio que para la drapetomanía: la
vigilancia y los azotes.
Lo que Cartwright veía como síntomas, hoy
podrían considerarse formas simbólicas y cotidianas de resistencia de los
oprimidos ante una situación de explotación. Siguiendo a James Scott, cuánto
más grande es la desigualdad de poder entre los dominantes y los dominados, y
cuánto más arbitrariamente se ejerza el poder, el discurso público de los
dominados adquirirá una forma más estereotipada y ritualista ante sus amos.
Pero en contraposición a este Discurso
Público (public transcript) aparecerá un Discurso Oculto (hidden transcript) para definir la conducta “fuera
de escena”, más allá de la observación del poder. Para Scott la resistencia es
un acto del lenguaje, pero también lo trasciende: el discurso oculto no solo se compone de palabras sino también de una
extensa gama de prácticas (Scott, 2004). Así la huida, la lentitud para
trabajar, la destrucción de la propiedad, las travesuras y las bromas hacia
terratenientes o capataces, lejos de ser indicadores de enfermedad mental, se
convierten en actos de resistencia contra la esclavitud.
A poco de ser publicado en un medio sureño,
el artículo de Cartwright fue ampliamente ridiculizado en los Estados norteños.
En 1855, se publicó una sátira en el Buffalo
Medical Journal. Al año siguiente Frederick Law Olmsted, en su obra A Journey in the Seaboard Slave States with
Remarks on their Economy, observaba que los trabajadores temporales y
precarizados blancos también se fugaban con frecuencia, por lo que postuló
–a modo de broma- que la supuesta patología de Cartwright tenía origen europeo
y fue introducida en África por mercaderes blancos.
La drapetomanía
nunca fue plenamente aceptada por los círculos médicos y psiquiátricos.
Además en los años siguientes se producirían cambios radicales en la sociedad
estadounidenses. La derrota de la oligarquía feudal-esclavista sureña en la
Guerra Civil o Guerra de Secesión Americana (1860-1865) produjo la unificación
del país bajo el liderazgo del norte capitalista e industrial. Por otro lado,
la Proclama de Emancipación de los Esclavos de 1863 y la aprobación de la 13º
Enmienda a la Constitución Nacional de 1865 significaron el fin de la
esclavitud legal.
Sin
embargo estos cambios no pusieron fin a los intentos de “patologización de la población afroamericana”. En 1875 se creó el
primer Manicomio para Negros en el Estado de North Carolina. En 1895 el doctor
T. O. Powell, director del Asilo para Lunáticos del Estado de Georgia explicaba
que el aumento del alcoholismo y la demencia en la población negra se debía a
la abolición de la esclavitud, ya que en las plantaciones llevaban vidas
organizadas e higiénicas alejadas de los vicios y los excesos. El diagnóstico
de Powell es una mezcla de Pinel y Cartwright. Más cerca en el tiempo, en 1960
Vernon Mark, William Sweet y Frank Ervin sugirieron que los desórdenes urbanos
causados por jóvenes afroamericanos no eran una forma de protesta contra la
pobreza y la represión policial sino el resultado de una “disfunción cerebral” para la que recomendaban el uso de
psicocirugía preventiva –léase: lobotomía- (Jackson, s/f). En 2007 el ganador
del Premio Nobel de Medicina John Watson declaró que “está científicamente comprobado” que los negros son menos
inteligentes que los blancos.
Como podemos ver, el espíritu de Samuel Cartwright permanece vivo hasta
la actualidad y es deber ético de los/as profesionales de la salud denunciar
estas ideas pseudocientíficas que buscan justificar el racismo, la xenofobia y
la explotación.
Parte II: la Americanitis
Anteriormente nos referimos a la Drapetomanía. En el presente
analizaremos otra tipología diagnóstica denominada Americanitis que, al igual que la anterior, no puede ser entendida
por afuera del contexto histórico y social en el que fue propuesta. Como
dijimos anteriormente, los diagnósticos psicopatológicos expresan los cambios
en la subjetividad de las personas, por lo que a cada momento histórico le
corresponden distintos tipos de diagnóstico.
En la segunda mitad del siglo XIX se
vivieron cambios profundos en la sociedad norteamericana. La derrota de las
oligarquías sureñas en la Guerra de Secesión (1860-1865) significó la
unificación del país bajo el liderazgo del norte capitalista. Inmediatamente
terminada la contienda comenzó un proceso acelerado de expansión hacia el
oeste, en el que participaron exploradores, tramperos, mineros, cowboys y
aventureros de todo tipo. Las tierras arrebatadas a los pobladores originarios
fueron repartidas a pequeños agricultores o farmers
de manera gratuita o a bajo costo, lo que permitió el desarrollo de la
producción agropecuaria y de la economía en general. Un porcentaje considerable
de estas tierras fueron entregadas a las empresas ferroviarias y a los recién
creados Estados para el fomento de la educación y el transporte. A fines del
siglo XIX un Ferrocarril cruzaba toda Norteamérica, desde California hasta New
York, pasando por territorio aún poblado por comunidades originarias y por
manadas de miles de bisontes. Todo esto junto con el fomento estatal para el
desarrollo industrial y la innovación tecnológica fue lo que llevó a que para
1917, cuando ingresó en la Primera Guerra Mundial, los Estados Unidos ya fueran
una potencia mundial. Para la década de 1920 era la primera sociedad de consumo
de masas de la historia (Bianchi, 2009; Azcuy Ameghino, 2004).
En este contexto es que empieza a utilizarse
el diagnóstico de Americanitis, para
referirse a un tipo particular de trastorno de ansiedad que afectaba a la
sociedad norteamericana. El origen del término es desconocido. Una revista
médica de 1882 lo atribuyó a un científico inglés que visitó el país en los
años anteriores. La escritora Annie Payson Call (1853-1940), en su libro Power Through Repose (1891), lo atribuyó
a un médico alemán. El “padre de la psicología norteamericana” William James
(1842-1910) también es señalado a menudo como el inventor del término
(Daugherty, 2015).
La idea de que el ritmo de vida
estadounidense de la época tenía efectos adversos para la salud no era una
novedad. Ya en 1871 el médico militar Jacob Mendes Da Costa (1833-1900) había
acuñado el término de Astenia
Neurocirculatoria o Síndrome del
Corazón Irritable, aunque este cuadro pasó a ser más conocido como Síndrome del Corazón de Soldado por
diagnosticarse principalmente a veteranos y sobrevivientes de la Guerra de Secesión.
Los síntomas incluían palpitaciones, opresión precordial, sensación de ahogo y
fatiga crónica (Psiquiatría.com).Sin
embargo fue la acuñación del término específico de Americanitis el que terminó por ser legitimado en los círculos
médicos y científicos. El psiquiatra William S. Sadler (1875-1969) la definió
como “el apuro, el ajetreo y el impulso
incesante del temperamento norteamericano” que podía provocar hipertensión
arterial, endurecimiento de las arterias, ataque cardíaco, neuroticismo y agotamiento,
pudiendo llevar a la locura.
La American Medical Association reconoció la
condición en 1898 y atribuyó sus causas a los cambios que se estaban dando en
una sociedad rápidamente industrializada: el aumento del ruido callejero por
las fábricas, la iluminación eléctrica que afectaba los ritmos del sueño y el
desarrollo de los medios de transporte que daban a la gente una falsa necesidad
de urgencia. Rápidamente el concepto pasó al habla cotidiana para referirse a
una mezcla patológica de urgencia y preocupación.
Al poco tiempo se convirtió en un
diagnóstico universal para explicar cualquier tipo de dolencia física, psíquica
y social. En 1907 los medios atribuían a la americanitis
la muerte del empresario de la carne Nelson Morris (nacido en 1838). El
destacado docente del Massachusetts Institute of Technology (MIT) William
Thompson Sedgwick (1855-1921) la consideró responsable del empeoramiento de la
vista de los estadounidenses. En 1912 un profesor de Harvard la culpó de la
creciente tasa de divorcios, y en 1922 el presidente del Departamento de
Psicología de la University of Iowa dijo que el jazz y las “chicas flappers”
(especie de “tribu urbana” de la época) eran manifestaciones de esta patología
(Daugherty, 2015).
Las revistas de difusión popular ofrecían
consejos para combatir la americanitis
que incluían el tomarse tiempo para hacer las cosas, no estar tan apurado,
jugar más con los niños, comer más despacio, ingerir más frutas y verduras,
reducir las listas de llamadas o de correspondencia, trabajar menos horas,
salir a caminar o practicar deportes. Como podemos ver, no se diferencian mucho
de los consejos que se ofrecen hoy para combatir el estrés.
Por otro lado la industria farmacéutica no
dejó pasar la posibilidad de hacer negocios con esta enfermedad de moda. La
empresa Rexall lanzó al mercado el Americanitis
Elixir, que promovió “para cada
miembro de la familia, exceptuando el perro”. Los anuncios publicitarios
prometían “alivio a los hombres de
negocios sobre-exigidos", a las “mujeres
nerviosas, con exceso de trabajo y descuidadas”, y a los niños “delgados o nerviosos” con riesgo de
volverse “inválidos para toda la vida”.
Entre otros ingredientes, el elixir contenía 15 por ciento de alcohol y un poco
de cloroformo. Su precio rondaba los 75 centavos la botella. Hay quienes
proponían la terapia de electroshocks para “reestablecer el funcionamiento
normal del cerebro” (Daugherty, 2015).
Parece que estos remedios no eran muy
eficientes porque en 1925, la revista Time
y otros medios de prensa reproducían las
estimaciones de Sadler –que dictaba conferencias y había escrito un libro al
respecto- de que la americanitis se
cobraba la vida de 240.000 personas al año, siendo los principales afectados
los hombres de entre 40 y 50 años (Daugherty, 2015).
Pese a esto los días de la americanitis ya estaban contados y no
fueron los tratamientos los que acabaron con ella. El 29 de octubre de 1929 se
produjo la caída de la Bolsa de Valores de New York, dando comienzo a la Crisis Económica Mundial o Gran Depresión, como se la conoció en
los Estados Unidos. La crisis modificó radicalmente la forma de vida en todo el
país. Las industrias comenzaron a cerrar, los salarios cayeron estrepitosamente
(para 1932 eran un 60% inferior a 1929), la desocupación afectaba a 8 millones
de personas, los suicidios se
multiplicaron en la población masculina, y se popularizaron las hoovervilles (“villas miserias”,
caseríos precarios) y las “ollas populares” (Bianchi, 2009). La gente ya no
andaba apurada ni se quejaba del exceso de trabajo. Los diagnósticos de americanitis comenzaron a desaparecer y,
al poco tiempo, esta “enfermedad” quedó como una curiosidad en la historia de
la psicopatología.
En la actualidad hay una tendencia a
considerar a la Americanitis como el
equivalente norteamericano de lo que en Europa se conocía en la misma época
como Neurastenia. De hecho si se
escribe “Americanitis” en algunos diccionarios médicos digitales (como el caso
del Free Medical Dictionary), el
buscador redirige al término “Neurasthenia”. Lo mismo sucede en Wikipedia, tanto en su versión en inglés
como en español. La neurastenia fue
descripta por el médico estadounidense George Beard (1839-1883) como una
enfermedad de origen nervioso que presentaba síntomas similares a la americanitis: fatiga física, cefaleas,
dispepsias y constipación. Posteriormente Sigmund Freud (1856-1939) la incluyó
dentro de las llamadas “Neurosis Actuales” (junto a la Neurosis de Angustia y la Hipocondría)
y le atribuiría un origen sexual presente sin relación con situaciones
traumáticas infantiles (Lagache, Laplanche y Pontalis, 2015).
Otra tendencia es asociarla al TAG o Trastorno de Ansiedad Generalizada (F41.1). El DSM-V define este cuadro por las siguientes características:
preocupación excesiva, problemas para controlar la preocupación y síntomas
fisiológicos (inquietud, fatiga, irritabilidad, tensión muscular, problemas
para dormir) que no pueden atribuirse al consumo de sustancias, enfermedad
orgánica u otro trastorno mental (APA, 2014). La CIE-10 incluye síntomas similares, pero lo que la diferencia del
manual norteamericano es que excluye específicamente a la Neurastenia (F48.0) en el diagnóstico de TAG (OMS, 1995).
Pero más allá de las similitudes que podamos
encontrar con diagnósticos actuales, la americanitis
debe ser entendida dentro de un contexto específico y como la expresión
clínica de los cambios vertiginosos que se dieron en los Estados Unidos en la
época en que fue postulada.
Bibliografía:
American Psyquiatric Association; (2014)Guía
de Consulta de los Criterios Diagnósticos del DSM-V, Washington-London.
Azcuy Ameghino, Eduardo; (2004) Trincheras de la Historia, Buenos Aires, Imago Mundi.
Bercherie, Paul; (1985)Los fundamentos de la clínica, Editorial
Manantial.
Bianchi, Susana; (2009)Historia Social del Mundo Occidental: del
feudalismo a la sociedad contemporánea, Bernal, Editorial de la Universidad
Nacional de Quilmes.
Cartwright,
Samuel; (1851) “Diseases and peculiarities of the Negro Race”, disponible en: http://www.pbs.org/wgbh/aia/part4/4h3106t.html.
Daugherty, Greg; (2015) “The
Brief History of Americanitis”, Smithsonian.org,
25 de marzo.
Jackson, Vanessa; “A Early History:
African-American Mental Health”, http://academic.udayton.edu/health/01status/mental01.htm.
Lagache, Daniel (dir.), Laplanche, Jean y Pontalis, Jean-Bertrand; (2015) Diccionario
de Psicoanálisis, Buenos Aires, Paidos.
OMS; (1995)CIE 10: Clasificación Estadística
Internacional de las enfermedades y problemas relacionados con la salud,
Washington, Organización Panamericana de la Salud.
Psiquiatría.com, artículo: “Da Costa
(Síndrome de).
Scott, James C; (2004) Los
dominados y el arte de la resistencia: discursos ocultos, México, Ediciones
Era.
Valencia, Luciano Andrés; (2020) “Harriet Tubman, la conductora de la
libertad”, La
Quinta Pata, http://la5tapata.net/harriet-tubman-la-conductora-de-la-libertad/http://www.revistadehistoria.es/, 19 de abril.
El presente artículo fue publicado en dos partes en el Boletín de Psicoactiva, www.psicoactiva.com, del 21 de noviembre de 2019. Una versión unificada con el título que aquí presentamos se publicó en La Quinta Pata, http://la5tapata.net/psicopatologia-norteamericana-del-siglo-xix-la-drapetomania-y-la-americanitis/, 31 de mayo de 2020.
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