1° de Mayo: Día Internacional de los/as Trabajadores/as

 

Clamando redención desde las horcas

donde mueren, venciendo, por la causa.

Más fuerte fue su fe, vieron la vida

abriéndose como una flor de gracia

Alberto Ghiraldo- Incorpora en Tiempos Nuevos, 1910

 

    Las fábricas de los comienzos de la Revolución Industrial podían considerarse verdaderas prisiones donde los obreros debían trabajar hasta 14 horas diarias en condiciones inseguras e insalubres. En octubre de 1845 se reunió en Nueva York el I Congreso Americano en pro de la Constitución de una Sociedad Obrera, que acordó felicitar al proletariado londinense que acababa de conseguir la jornada laboral de 10 horas diarias. Pero en las fábricas norteamericanas se seguía trabajando entre 11 y 14 horas diarias para 1859.

   Desde entonces se dieron una serie de manifestaciones y agitaciones sociales, caracterizadas por la realización del Congreso de Baltimore (1867), la instalación en los Estados Unidos de la Asociación Internacional de Trabajadores, la constitución por parte de un grupo de sastres de Chicago de la Orden Noble de los Caballeros del Labor, y las huelgas neoyorquinas de 1872 y 1873 que consiguieron la jornada de ocho horas laborales para un cuarto de millón de obreros, y que van a constituir un antecedente de la gran huelga de 1886 (Dolleans, 1961).

   El 7 de octubre de 1884, durante el Cuarto Congreso de la Federación de Gremios y Uniones Organizadas de Estados Unidos (actualmente American Labor Federation, ALF), se aprobó una moción presentada por Gabriel Edmeston que resolvía que “la duración legal de la jornada de trabajo desde el 1º de Mayo de 1886 será de ocho horas” y llamaba a las organizaciones sindicales de su jurisdicción a tratar de “hacer promulgar leyes de acuerdo a esa disposición a partir de la fecha establecida”.

   El 1º de mayo de 1886 casi 200 mil trabajadores hicieron huelga en los Estados Unidos, mientras que 150 mil obreros obtuvieron el beneficio por la simple amenaza de paro. A fin de año ya eran 450 mil los beneficiados.

   En Milwaukee el movimiento obrero cosecharía sus primeros mártires. Nueve manifestantes resultaron muertos víctimas de la represión policial enviada por la burguesía que no estaba dispuesta a aceptar las cosas fácilmente. También hubo enfrentamientos callejeros que dejaron víctimas civiles y policiales en las ciudades de Filadelfia, Louisville, San Louis, Baltimore y Chicago. En estas últimas las patronales castigaron a los huelguistas con lock- out, lo que solo llevó a paros en los dos días posteriores y la movilización de 40 mil obreros.

   Los anarquistas realizaron un acto en apoyo de los trabajadores madereros de Chicago y fueron reprimidos por la policía dejando un saldo de seis muertos y más de 50 heridos. El anarquista e inmigrante alemán Auguste Spies hizo un llamado a la “Venganza” y “Trabajadores a las armas” desde su periódico Chicagoer Arbeiter Zeiting (Diario de los Trabajadores de Chicago).

   Los anarquistas convocaron a un acto al día siguiente en la Plaza del Mercado de Heno. Entre ellos había diferencias por la publicación de Spies y el orador Albert Parsons planteo que no hablaría si era distribuido el periódico. Finalmente lograron salvar sus diferencias y compartir la tribuna. Se hallaba finalizando el acto cuándo una bomba de fabricación casera explotó cerca de la policía, matando a uno de ellos y dejando varios heridos. Los uniformados inmediatamente abrieron fuego contra los presentes en el acto dejando una cantidad de muertos que nunca se informó oficialmente.

   Inmediatamente se ordenó el arresto de Albert Parsons y August Spies, el inglés Samuel Fielden, los alemanes Michael Schwab, Georges Engel, Adolfh Fischer y Louis Lingg, y el estadounidense Oscar Neebe. Como sucedió años más tarde con el conocido proceso a Sacco y Vanzetti, era evidente que no se trataba de condenar a los verdaderos culpables del atentado, sino de asentar un severo golpe al anarquismo y al naciente movimiento obrero norteamericano.

   El Proceso contra “los Ocho de Chicago” por el asesinato del oficial Mathias Degan dictó su sentencia el 28 de agosto de ese año. Los acusados fueron declarados culpables y sentenciados a la Pena de Muerte todos ellos, excepto Oscar Neebe que recibió 15 años de prisión. La Defensa apeló inmediatamente dado que el fallo se había dictado sin tener pruebas irrefutables de la culpabilidad de los acusados. Pero la apelación fue denegada. En septiembre de 1887 el tribunal admitió que el proceso no había estado libre de error jurídico pero no revocó lo resuelto en primera instancia. También fracasó el último intento cuando la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos rechazó la apelación final.

   Un comerciante de Chicago había dicho con respecto a Parsons y sus compañeros: “No, yo no los creo culpables de ningún delito a esta gente, pero se les debe ahorcar, por lo que yo considero que debe ser aplastado que es el movimiento obrero. Si se ahorca ahora a estos hombres, los Caballeros del Trabajo no crearan más problemas”.

   Fielden y Schwab solicitaron el perdón al gobernador de Illinois, que se había ofrecido a dárselo, y lograron la conmutación de la pena a Prisión Perpetua.

   De los cinco condenados solo cuatro fueron llevados a la horca el 11 de noviembre de 1887, ya que Louis Lingg había sido hallado muerto en su celda, víctima de un crimen que se hizo pasar por suicidio. Parsons murió al grito de “¡Dejad que se oiga la voz del pueblo!”. El resto exclamó “¡Viva la Anarquía!” antes de que la horca les arrancara el aliento.

    Adolfh Fischer había declarado anteriormente: “En todas las épocas, cuando la situación de un pueblo llega a un punto tal que gran parte se queja de las injusticias existentes, la clase poseedora responde que las censuras son infundadas y atribuye el descontento a las influencias de ambiciosos agitadores”.

   Ante estos cadáveres – escribió el poeta Teizel -, los obreros han de jurar solemnemente: queremos lo que estos hombres querían” (citado por García Rúa, 1989).

   Peter Atgeld, hijo de inmigrantes alemanes y posterior gobernador de Illinois, recibió un petitorio de 60 mil firmas pidiendo el indulto de Neebe, Fielden y Schwab. El 26 de junio de 1893 firmó e hizo público el “perdón absoluto” a los tres condenados. No era una condolencia sino un verdadero acto de Justicia. La memoria de los Mártires de Chicago quedaba así rehabilitada, declarando que habían sido víctimas “de una odiosa maquinación, juzgados por un tribunal ilegal que no pudo demostrar ninguna culpabilidad”.

   En julio de 1889 el Congreso de la Internacional Socialista reunido en la ciudad de Paris, instituyó el 1º de Mayo como jornada que aúna la celebración festiva y la reivindicación obrera. Le genial pluma del historiador Eric Hobsbawn nos relata: “El hecho de que la Internacional hubiese elegido una fecha tan representativa de la primavera fue un acierto. La primavera significa nueva vida, renovación y crecimiento, y, tal como una amplia literatura muestra, el paralelismo entre el reverdecer de la naturaleza y el desarrollo del movimiento obrero que se imponía por sí mismo” (Hobsbawn, 1990).

   La primera conmemoración del Primero de Mayo tuvo lugar en las ciudades españolas de Barcelona y Madrid en 1890. Desde entonces es conmemorado en todo el mundo, cumpliéndose así el llamado con que Marx y Engels (2001)  finalizan su Manifiesto Comunista [1845]: “Trabajadores de todos los países, ¡uníos!”, ya que efectivamente el 1º de Mayo los trabajadores de todas las latitudes se ven en el representados.

   Estados Unidos es la excepción ya que ellos conmemoran el Día del Trabajador el primer lunes de septiembre.

   En la Argentina ha querido el azar que este día coincida con el aniversario de la sanción de la Constitución Nacional en 1853. En sus páginas se rescata la valorización del trabajo y encontramos las bases para su ejercicio y defensa en su real dimensión natural y jurídica. En la Declaración de los Derechos Humanos encontramos:

   Toda persona tiene derecho al trabajo, a la libre elección de su trabajo, a condiciones equitativas, a la protección contra el desempleo (...) Toda persona tiene derecho a recibir una remuneración  satisfactoria y equitativa que le asegure a ella y a su familia una existencia conforme a la Dignidad Humana y que será complementada, en caso necesario,  por cualquier otro medio de protección social” (artículo 23).

   Hoy ante el fuerte impacto de la globalización y el desempleo, el avance de las políticas neoliberales y la desaparición de los organismos redistributivos del ingreso del Estado de Bienestar, que las nuevas generaciones no llegamos a conocer, debemos mantenernos mas que nunca en la lucha por lograr que esto se respete, ya que estaremos defendiendo nuestro derecho a la vida y a la subsistencia.

  

Bibliografìa:

·  ARGENTINA, Comisión Constituyente; (1994) Constitución de la Nación Argentina.

·  ONU; (1948) Declaración Universal de los Derechos Humanos, Doc. A/810 p.71.

·  Dolléans, Edouard; (1961) Historia del Movimiento Obrero, tomo II (1.871- 1.920), Buenos Aires, Eudeba.

·  García Rúa, José Luis; (1989) “1º de Mayo y la Jornada de Trabajo”, en: El País, España, 28 de abril.

·  Hobsbawn, Eric J.; (1990) “Un aniversario olvidado: 1º de Mayo”, en: El País, España, 9 de Junio.

·  Marx, Karl y Engels, Friedrich; (2001) El Manifiesto Comunista [1845], Buenos Aires, Gradivka.



Publicado originalmente en Caldenia, suplemento cultural del diario La Arena, Santa Rosa, 2 de mayo de 2004. Reproducido posteriormente en otros medios.

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