Resurrecciones (cuento)


 Estamos sujetos a nacimiento y muerte. La experiencia puede nacer, pero también morir; nuestros descubrimientos pueden ser impermanentes y temporarios” Chögyan Trungpa (Rinpoché), “Comentario”(en: El Libro Tibetano de los Muertos).

 

“Nadie en la vida tuvo tantos pecados que merezca morir dos veces“ José Saramago, El Evangelio según Jesucristo (1991)

 

    Cuando Ignacio despertó esa mañana, lo primero que sintió fue el cuerpo frío de Elena que yacía a su lado. Sus párpados abiertos dejaban ver sus ojos vacíos y sin vida. Había sucedido nuevamente, y aunque sabía lo que tenía que hacer, sintió que nunca se podría acostumbrar al hecho de perderla una y otra vez.

   Realizó una llamada y  los pocos minutos llegaron un hombre y una mujer, con uniformes de paramédicos, que cargaron el cuerpo de Elena en una camilla y lo cubrieron con una sábana. La mujer miró a Ignacio y le preguntó:

   - ¿Que quiere que hagamos con ella?.

   - Llevenla al laboratorio e inicien el proceso nuevamente – respondió.

   - ¿Está usted seguro? - volvió a preguntar la joven-. La primera vez que fue resucitada vivió durante varias semanas, pero esta vez fue por menos de 24 horas. ¿Es eso lo que usted quiere?.

   - Sí – respondió -. Aunque solo sea por unas horas, haré que valgan la eternidad.

   - ¿Y cree que es justo para ella tener que volver a morir tantas veces?.

   - Ella no lo recuerda. 

   - No estamos seguros de eso.

   - Ustedes limitence a realizar su trabajo – dijo subiendo la voz-. Mi esposa está legalmente muerta, así que puedo disponer de su cuerpo a mi voluntad.

   - Que sea legal no significa que sea justo hacerlo – le respondió la paramédica -. Es peligroso jugar con la vida y la muerte.

 Cargaron el cuerpo de Elena en una ambulancia y se retiraron.

   Pasado el mediodía, Ignacio se dirigió a su empresa, porque en unas horas tendría una reunión con accionistas.

   Elena había muerto en un accidente de tránsito cinco años atrás. La empresa Lazarus S.A. le ofreció inmediatamente sus servicios de resurrección, que habían obtenido la habilitación para funcionar, y que solo eran accesibles a personas de su nivel económico. Por una considerable suma de dinero ofrecían un tratamiento para volver a la vida al ser querido recientemente fallecido. Incluso si había sufrido un accidente, era posible reemplazar los órganos y tejidos dañados, siempre que el cuerpo no presentara un daño masivo que hiciera imposible su recuperación. Pero las resurrecciones no eran permanentes, solían durar algunos meses la primera vez, y luego el tiempo se iba acortando.

   Se aseguraba que los vueltos a la vida no recordaban el momento de su muerte. Se decía que la muerte representaba un hecho tan traumático que dañaba las conexiones neuronales del hipocampo haciendo imposible cualquier recuerdo de lo sucedido. Cada vez que volvían a la vida, creían estar en la fecha de su muerte, pero sin recordar los momentos finales.

   Por este motivo Ignacio mantuvo su casa igual que cinco años atrás, tratando de evitarle confusiones a Elena después de cada resurrección. Pero había otro factor: su propio envejecimiento, que en cualquier momento levantaría sospechas en su esposa.

   Por la tarde, apenas terminada la reunión con los accionistas, Ignacio recibió una llamada. Era de la empresa Lazarus para informarle que su esposa había sido vuelta a la vida. Siguiendo sus instrucciones, la llevaron al domicilio y la recostaron en su cama. Le aseguraron que en pocas horas despertaría sin recordar nada de lo ocurrido.

   Ignacio se retiró de la oficina rumbo a su hogar. Cuando llegó encontró a Elena despierta, sentada en el sofá leyendo un libro. Miró la tapa del mismo: era la novela que había estado leyendo el día del accidente. Eso lo tranquilizó: no recordaba nada. Las palabras de la paramédica esa mañana lo habían dejado intranquilo. ¿Sería posible que recordara algo?.

   Se acercó a Elena y la besó apasionadamente. Ella, sin poder soltarse de sus brazos, le dijo:

   - Parece que me has extrañado, ¿cómo estuvo tu día en la oficina?.

   - Como siempre – respondió -. Solo pensaba en volver a casa para verte.

   Esa noche tuvieron una cena agradable y bebieron un vino especial que había comprado para la ocasión. Luego se fueron a acostar. Ignacio se durmió deseando no despertar a la mañana siguiente sintiendo el cuerpo frío de Elena otra vez.

   A eso de las tres de la mañana despertó con un terrible dolor de cabeza. Elena no estaba a su lado. Pensó que podía estar en el baño, pero no la encontró ahí. Fue en ese momento cuando notó que el aire estaba enrarecido y con olor a gas.

   Se dirigió hacia la cocina y comprobó que todas las hornallas estaban abiertas, y el gas inundaba la habitación. En una esquina, Elena sostenía un encendedor con el dedo pulgar sobre la rueda dispuesto a encenderlo. Bastaba con una pequeña llama para que todo estallara.

   - Recuerdo cada una de mis muertes – le dijo Elena.

   Ignacio no podía reaccionar. La empresa Lazarus aseguraba a sus clientes que eso no era posible, pero la joven paramédica le dijo que no estaban completamente seguros.

   - ¿Creías que no iba a recordar cada vez que moría y me volvían a la vida? - continuó diciendo-. ¿Crees que no noto que tu empezaste a envejecer?. Ya no puedo pasar por esto otra vez. Tengo que asegurarme que esta sea la última.

   - No lo hagas Elena – gritó Ignacio mientras se arrojaba sobre ella.

   Pero era demasiado tarde. Elena había encendido la llama.

 

Cipolletti, 15 de agosto de 2016.


Publicado en El Narratorio Digital, N° 18, agosto de 2017. 

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