Aire Marino (cuento)

Usted se empeña en no aplicar mi precepto –contestó Holmes moviendo negativamente la cabeza-. ¿Cuántas veces le tengo dicho que, una vez eliminado todo lo imposible, la verdad está en lo que queda, por improbable que parezca?

Arthur Conan Doyle, El Signo de los Cuatro(1890).

 

El mundo está lleno de cosas obvias que a nadie se le ocurre, ni por casualidad, observar”.

Arthur Conan Doyle, El Sabueso de los Baskerville(1902).

  

   El inspector Robert Ledru se despertó sobresaltado, como le venía ocurriendo desde las últimas semanas. Su respiración estaba acelerada y sus ropas humedecidas. ¿Había tenido una pesadilla? No podía recordarlo. Tenía sed, así que caminó hasta la cocina en busca de un vaso de agua. Sobre la mesa del comedor todavía se encontraba la botella de whisky de la noche anterior. Bebió el agua lentamente mientras trataba de recordar lo que había soñado. Era una noche de luna llena, por lo que podía ver perfectamente la habitación sin necesidad de encender una vela. Ahí fue cuando notó arena de playa en el piso de madera. ¿Había estado ahí antes de que se fuera a dormir? No le dio importancia al asunto y decidió volver a la cama.

   Hacía una semana que el inspector Ledru había llegado a la ciudad costera de Le Havre, en la región de Normandía, para investigar la desaparición de unos marineros. Sus jefes en la Sûrete, la policía nacional de investigaciones francesa, creyeron que era mejor que se alejara por un tiempo de Paris debido a su estado de salud. Diez años atrás había sido diagnosticado de sífilis y en los últimos meses la enfermedad había avanzado hasta alterar algunas de sus funciones mentales: le costaba dormir y sufría cambios en su estado de ánimo. A esto se sumaban las consecuencias en su psiquismo de los últimos casos que debió investigar. Por ello consideraron que el suave aire marino de la zona del Canal de la Mancha era lo que necesitaba para su salud, y le asignaron el caso de los marineros desaparecidos.

   La mañana ya estaba avanzada cuándo la puerta de su habitación comenzó a sonar con insistencia. Seguramente sería un oficial de la policía local para informarle de novedades en torno al caso que estaban investigando. Ledru se levantó con dificultad y fue hasta la puerta. Cuándo la abrió se encontró con el joven inspector Clezió, también de la Sûrete, acompañado de un agente local.

   - Buenos días inspector Ledru –le saludó-. ¿Tuvo usted una noche tranquila?

   Las ojeras y los ojos enrojecidos fueron toda la respuesta que el inspector Clezió necesitó. Antes de que Ledru pudiera hablar, el otro tomó la palabranuevamente:

   - Vengo a informarle que nos han asignado otro caso con carácter de urgencia.

   - ¿Otro caso?- preguntó Ledru-. ¿Ya no estamos a cargo de la investigación de los marineros desaparecidos?

   - Ese caso queda a cargo de la policía local hasta que nos ocupemos de uno nuevo que preocupa a las autoridades de la región –respondió Clezió-. Anoche un turista parisino fue asesinado a 300 metros de aquí. Debemos actuar con rápidez, el cuerpo permanece en la playa y si la marea sube podemos perder importantes pistas.

   - Además, supongo que las autoridades quieren que el cuerpo sea quitado de la playa lo más rápido posible para que los turistas y los vendedores puedan ingresar al lugar.

   - Lo esperaré aquí afuera mientras se viste –fue lo único que respondió Clezió-. En el camino lo pondré al tanto de lo que hemos investigado.

   Pero antes de que Ledru volviera a ingresar a su habitación, el joven inspector habló nuevamente:

   - Inspector Ledru, para mí es un honor poder trabajar en este caso junto a un héroe nacional.

   Ledru no respondió. Odiaba los halagos, pero lo que más odiaba era que le recordaran su condecoración de Héroe Nacional. ¿Qué había ganado con ella? Su mundo entero se había transformado después de eso. Se sentía a gusto cuándo debía perseguir asaltantes callejeros, asesinos del bajo mundo o desmantelar células anarquistas clandestinas. Para el rudo policía que era, estos sectores constituían la “escoria social” que había que barrer. Pero en 1884 le asignaron un caso de mayor importancia: había información de un posible atentado contra el presidente Jules Grévy. “Esos anarquistas nuevamente”, pensó Ledru. Rápidamente sus investigaciones le demostraron lo equivocado de sus conjeturas.

   La conspiración estaba organizada por la Hermandad de la Orden Secreta, una sociedad formada por banqueros, industriales, comerciantes, abogados, médicos, militares y miembros de la antigua nobleza. El trabajo de Ledru permitió frustrar el atentado y desarticular la orden. Por sus servicios recibió una condecoración de manos del presidente, pero ya nada sería igual. Si la “parte sana” de la sociedad era capaz de cometer delitos, entonces su concepción social estaba equivocada. ¿En quién podría confiar ahora? Quizá la misma Sûrete, de la que estaba tan orgulloso de pertenecer, también estuviera implicada en crímenes de este tipo. Sus superiores advirtieron los cambios en su personalidad y pensaron asignarle un lugar donde estuviera más tranquilo. Normandía fue la solución.

   - El nombre de la víctima es André Monet, propietario de una boutique parisina – dijo Clezió mientras se dirigían a la escena del crimen-. Estaba en Normandía para descansar por prescripción médica. Padecía “fiebre cerebral” debido a las tensiones de su trabajo. Otro más que llegó buscando curación en el aire marino.

   - ¿Posible móvil del crimen?- preguntó Ledru.

   - Descartamos el robo. Tenía su cartera y la billetera consigo. Tampoco le habían quitado el anillo de boda ni ninguna otra prenda.

   - ¿Venganza? Tenía anillo de bodas, ¿qué hay de su esposa?

  - Telegrafiamos a su esposa en Paris y nos dijo que era su primer viaje a Normandía. No conocía a nadie en la región, así que no creo que tuviera enemigos.

   - El caso es interesante. Bueno, ya hemos llegado. Es hora de echar un vistazo a la escena del crimen.

   La víctima yacía sobre la arena, de espalda y con los brazos levemente extendidos. Se podía apreciar un orificio de bala a la altura del pecho. Sus ojos abiertos parecían mirar al cielo. Ledru se acercó y los cerró cuidadosamente. Miró alrededor, había pocas pisadas. Eso era bueno, la escena del crimen no había sufrido alteraciones de importancia.

   - ¿Posible hora del deceso?- pregunto Ledru.

   - Calculamos entre las 2 y las 5 de la mañana – respondió un policía.

   - ¿Quién encontró el cuerpo?

   - Un pescador de la zona. Lo vio entre las 5,30 y las 6 horas, cuándo se dirigía a su trabajo, e informó inmediatamente a la comisaría.

   Ledru miró nuevamente la arena de la playa. Las pisadas todavía no se habían borrado. Se distinguían correctamente las botas del pescador que se acercaban al cuerpo y luego se alejaban dando pasos apresurados. También había unas pisadas que correspondían al calzado que llevaba puesto la víctima. Pero lo que llamó la atención del inspector era un tercer tipo de pisadas hechas por pies descalzos que se acercaban a la víctima y luego se alejaban en dirección contraria. Ordenó inmediatamente que hicieran unos moldes de yeso para evitar que se borraran y pudieran ser analizadas en profundidad.

   Ledru permaneció bajo el fuerte sol durante más de una hora siguiendo las pisadas hasta que ya no se distinguían, y buscando evidencia alrededor del cuerpo. Los demás policías y los transeúntes que se congregaban tras el cordón policial lo observaban en silencio. Finalmente habló para decir que el cuerpo ya estaba en condiciones de ser retirado. Cuándo un policía le preguntó si quería interrogar a algún testigo o a los turistas que paraban en las cabañas cercanas, se limitó a responder:

   - No es necesario, ya sé quién es el asesino.

   Su enigmática respuesta desconcertó al resto de los policías. Mientras Ledru se alejaba rumbo al lugar donde estaba parando, el inspector Clezió corrió tras él para preguntarle cómo había descubierto la identidad del asesino.

-  Ha hecho un buen trabajo, joven – fue su respuesta-. Te recomendaré para una promoción.

   Por la tarde, el inspector Ledru se presentó ante la comisaria de Le Havre. Tras pasar por la morgue para preguntar si habían podido extraer la bala del pecho de la víctima, se dirigió a la oficina del comisario.

   - Inspector Ledru –dijo el comisario mientras se ponía de pie para recibirlo – estamos confundidos con su declaración de hoy. ¿Cómo es que conoce la identidad del asesino?

   - Señor comisario –dijo Ledru- acabo de pasar por la morgue y me entregaron la bala que extrajeron del pecho del señor Monet. Con esto acabo de confirmar mi hipótesis sobre la identidad del asesino. Le voy a relatar todo lo descubrí hasta el momento y luego me dirigiré a Paris para informarle al Comisario General de la Sûrete. Le pido que no obstaculice mi partida y que telegrafíe a Paris cuándo salga de aquí para informar de mi llegada.

   El comisario aceptó. Ledru se puso de pie para cerrar la puerta del despacho.

 A la mañana siguiente arribaba en ferrocarril a la ciudad de Paris cargando simplemente un bolso de mano. Se dirigió al edificio central de la Sûrete Nationale y una vez allí pidió hablar con el Comisario General. El comisario de Le Havre había telegrafiado y su superior lo estaba esperando.

   - Inspector Ledru –comenzó diciendo el Comisario General-, tengo que confesar que estamos confundidos por la forma enigmática que actuó en Normandía. ¿Se encuentra usted bien de salud? ¿El aire de mar obró de manera opuesta a la que esperábamos?

   - Señor Comisario –respondió Ledru-, voy a presentarle la evidencia recolectada en el caso del asesinato de André Monet que permitirá aclarar la situación.

    Abriendo el bolso de mano que cargaba desde Le Havre, extrajo la bala que unas horas antes había estado en el pecho del señor Monet.

   - Esta bala corresponde a un Mauser ´86 de fabricación militar alemana.

   A continuación sacó su arma reglamentaria, un Mauser modelo 1886, y abrió el tambor. Le faltaba una bala.

   - ¿Qué está queriendo decirme Ledru?- preguntó el Comisario General.

   - Voy a presentarle la siguiente evidencia. Estos son moldes de yeso de las pisadas que se encontraron cerca de la víctima y que, casi sin ninguna duda, pertenecen al victimario. Podrá notar que le falta el dedo pulgar del pie derecho.

   Ledru se quitó la bota derecha y le mostró al comisario que carecía de pulgar en ese pie debido a un accidente ocurrido en su adolescencia. El comisario no sabía cómo responder a la situación.

   - Y la evidencia final –volvió a decir Ledru-. Esta es la ropa de cama que yo mismo llevaba puesta la madrugada en que se cometió el crimen. Podrá notar que hay en ella restos de sal marina y arena de playa.

   - ¿Va a confesar que es usted el asesino?- preguntó el comisario.

   - No puedo confesar –respondió el inspector- porque no recuerdo los hechos, pero la evidencia me incrimina. Hace mucho que padezco de sonambulismo y en el último tiempo mi estado mental se ha visto cada vez más alterado. Si soy capaz de matar estando dormido, constituyo un peligro social y exijo que se me ponga bajo custodia.

   Desconcertado, el jefe de la Sûrete ordenó que fuera detenido en un calabozo hasta que el médico oficial diera su diagnóstico.

   El doctor Pierre de Lasallé se reunió al día siguiente con la cúpula de la Sûrete para dar sus impresiones. En la reunión también estaban presentes el Ministro del Interior y el alcalde de Paris.

   - Si damos por cierta la declaración del inspector Robert Ledru –comenzó diciendo el médico policial-, podemos sostener que estamos ante un cuadro mórbido conocido como “sonambulismo homicida”. Todavía no ha sido incluido en la clasificación de las psicopatologías de Kraepelin, pero se han recolectado varios antecedentes en los últimos años. En 1878 un hombre en estado de sonambulismo mató a su hijo tras golpearle reiterados veces la cabeza contra la pared. Jean-Pierre Falret, Gilbert Ballet y otros eminentes profesionales de la medicina mental han dado cuenta de acciones homicidas llevadas a cabo por personas con alteraciones cerebrales, muchas de las cuales tienen su origen en la sífilis, enfermedad que le fuera diagnosticada al señor Ledru diez años atrás. Si a esto sumamos la evidencia física aportada por el mismo inspector, tenemos suficiente información para dar por cierta su hipótesis. Sin embargo hay una prueba más que podemos realizar para despejar las dudas.

   Una pistola con balas de fogueo fue dejada en la celda donde estaba prisionero el inspector Ledru. Durante las primeras noches no sucedió nada, pero en la quinta se levantó en estado de sonambulismo, tomó la pistola y disparó en reiteradas ocasiones contra el guardia que lo vigilaba. Tras esto se volvió a acostar. A las pocas horas se despertó sobresaltado, pero sin recordar nada de lo que había sucedido. Fue la prueba que buscaba el doctor Lasallé.

   Ledru fue recluido en una institución mental en las afueras de Paris, donde permaneció el resto de su vida. Con el paso de los años su estado de salud fue empeorando debido al avance progresivo de la sífilis sobre su sistema nervioso. Se cuenta que algunas noches rememoraba los hechos de Le Havre, y a la mañana siguiente corría a entregarse a la oficina del Director de la institución, a quién confundía con el Comisario General de la Sûrete.

 

Cipolletti, 15 de enero de 2018.


Publicado en El Narratorio Digital, N° 25, marzo de 2018.

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