Una noche de verano (cuento)

 

lo siniestro sería aquella suerte de espantoso que afecta a las cosas conocidas y familiares desde tiempo atrás”.

Sigmund Freud, Lo siniestro (Unheimlich, 1919).

 

    Beatriz leyó el mensaje de texto que acababa de llegar a su celular: “En quince minutos salgo del Hospital y voy para allá”. Estaba nerviosa. Hacía semanas que intentaba acercarse a Esteban, el nuevo residente del Hospital. El día anterior había tenido la oportunidad. Regresaba de la Sala de Radiología del 3° Piso con los resultados de un paciente cuando se cruzaron en el ascensor.

   -Hola- le dijo él-. ¿Vas para la Planta Baja?.

   - Sí- respondió ella con timidez.

   -¿Está todo bien?.

   -Sí, buscaba los resultados de un paciente.

   -Fue un gusto verte- dijo Esteban cuando el ascensor se había detenido.

   Esteban se alejaba cuando Beatriz lo detuvo:

   -¿Tienes guardia mañana en la noche?- le preguntó.

   -No- respondió él-, trabajo solo hasta la tarde.

   -Entonces… - dijo ella con la voz entrecortada -, quería saber si te gustaría cenar conmigo en la noche.

   -Me gustaría mucho – le respondió-. Después acordamos los detalles – y se alejó rápidamente porque lo llamaban desde la guardia.

   Beatriz había terminado de preparar la cena y acomodar la mesa cuando sonó el portero eléctrico del departamento. Atendió: era Esteban. Bajó a abrirle. El joven residente aun llevaba puesto el ambo y cargaba una botella de vino tinto.

   Durante la cena conversaron sobre la situación del hospital así como de su vida personal, atravesaba en todos los aspectos por las exigencias de la profesión médica. Cuando la cena ya había terminado Beatriz le dijo:

   -Me alegro que hayas venido.

   -He disfrutado de tu compañía- dijo Esteban mientras la tomaba de la mano.

   Beatriz la alejó despacio al tiempo que le decía:

   -Salgamos al balcón.

   Era una hermosa noche de verano. Beatriz se acercó al balcón con una copa de vino en sus manos. Esteban se colocó a su lado y la tomó por la cintura. Ella sintió un calor que le recorría todo el cuerpo y dejó que su cabeza cayera sobre su pecho. El la acarició suavemente en el rostro y la besó. Beatriz se abrazó contra el cuerpo de ese hombre y se besaron apasionadamente. Sentía que sus manos eran fuegos que le quemaban bajo la ropa.

   En ese instante comenzó a sonar el teléfono de Beatriz. Decidió ignorarlo como a cualquier cosa que en ese momento la obligara a separarse de los brazos de su hombre. Pero el teléfono continuaba sonando con insistencia.

   -Será mejor que atiendas – dijo Esteban-. Podría ser algo importante.

   Otra de las exigencias de la profesión médica. Beatriz se separó de su lado y fue en busca del teléfono. Cuando miró la pantalla comprobó con horror que era el número de Esteban. Confundida, atendió y del otro lado de la línea se escuchaba su voz inconfundible que le decía:

   -Beatriz, te pido disculpas por no haberte llamado antes. Hubo un terrible accidente de tránsito y estamos atendiendo a los heridos, por eso no pude salir antes del hospital. Todavía estoy en la guardia. La cena vamos a tener que dejarla para otro día.

   Beatriz no pudo articular palabra alguna. Muda de espanto, giró la cabeza hacia el balcón. Esteban sostenía la copa que antes había estado en sus manos y la miraba con sus penetrantes ojos negros mientras la preguntaba:

   -¿Está todo bien?.

 

Cipolletti, 5 de julio de 2015


Seleccionado en concurso de Editorial Dunken y publicado en antología Sucedió bajo la luna, compilada por Mary Putruelli, 2016. Reproducido posteriormente en otros medios, al punto de ser mi cuento que en más antologías y revistas literarias ha aparecido.

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