La Conquista de América (cuento)
“Allí en la tierra estaba toda su vida. Sesenta años de vivir sobre de ella, de encerrarla entre sus manos, de haberla probado como se prueba el sabor de la carne. Se vino largo rato desmenuzándola con los ojos, saboreando cada pedazo como si fuera el último, sabiendo casi que sería el último”.
Juan Rulfo,
“¡Diles que no me maten!” (en:El llano en
llamas, 1953).
El viejo Vicente Katrenao miró la pampa inmensa que alcanzaban a divisar sus ojos. “La tierra, las últimas tierras nuestras” reflexionó mientras pensaba en las enormes extensiones que lo rodeaban y que de a poco fueron pasando a propiedad de españoles, ingleses, australianos y norteamericanos. “Ya no nos queda ni la tierra”. Las grandes corporaciones se habían apropiado hasta de los caminos, los pozos de agua, los ríos, las sierras… “Tan solo el cielo les falta y no descansaran hasta tenerlo también”.
“Pero
anímese hombre, está haciendo un buen negocio, le estamos ofreciendo un buen
precio”, le había dicho el español, enviado seguramente por algún gran
monopolio, a comprar sus tierras. Como si no los conociera. ¿Un buen negocio?.
Sería tan buen negocio como a aquel pobre paisano al que REPSOL le dio unas
monedas por un terreno del cuál luego se sacó petróleo. Vicente veía todos los
días a los camiones cisterna trasladar toneladas de crudo. “¿Cómo puede estar tan cara la nafta si la
sacan de acá nomás?” se preguntaba impotente.
“No.
¿Cómo puedo pensar en vender la tierra?. La tierra que mi padre me enseñó a
trabajar cuando de niño me dijo «este campo que ahora arrendamos, algún día
será nuestro». Y desde ese día la trabajé sin descanso. Sobrevivimos la sequía,
la erosión que se llevó gran parte de la capa fértil, las cenizas de aquel
volcán de Chile que tuvo que venir a jorobarnos, los acreedores, el dueño que
amenazaba con echarnos. Pero seguimos adelante. Y que emoción cuando por fin
pude comprar una parcela. «Este es tu sueño, viejo» le dije a mi padre que
descansaba en el seno de la tierra. Esta tierra tiene tanto de mí, está tan
dentro de mi como yo de ella. ¿Cómo puedo pensar en venderla? ¿Qué clase de
ingrato soy? Esta tierra está grabada en mi sangre, en mi piel, en mis huesos”.
Pero que podía hacer el viejo Katrenao. Las
Corporaciones habían comprado hasta los caminos, los campos de pastoreo estaban
en sus manos, no podía sacar a beber a los animales porque los pozos de agua
eran de su propiedad. ¿Cuánto iba a poder resistir?. Si perduraba en su intento
por mantener la tierra, las Corporaciones encontrarían otras formas para forzar
su venta. Introducirían plagas, quemarían los pastizales… No sé, pero no iban a
quedarse a esperar.
“¿Y
mis hijos? Porque no están conmigo en este momento. Ellos quieren que venda la
tierra. ¡Ellos! A los que yo inculqué el mismo amor por ella que me inculcó mi
padre. ¿En que me equivoqué?. ¿O habrá sido la ciudad que los contaminó con su
filosofía del consumo y el derroche?. No, no puedo juzgarlos, ellos son tan víctimas
como yo. Les han lavado la cabeza, les han borrado el amor por el suelo en que
nacimos. Pero tienen razón en el fondo. Si no la vendo ahora encontrarán otras
formas de forzarme a venderla y entonces me darán mucho menos de lo que me
ofrecen ahora”.
El señor Vicente Katrenao comenzó a morir la
mañana en que se dirigió a la cueva en donde descansaban los restos de sus
ancestros, los primitivos habitantes de la región, los que eligieron dar su
vida antes de entregar el suelo en que nacieron. Se arrodilló ante ellos y,
tras decir una oración en su lengua, les pidió perdón. Por la tarde, en compañía
de un abogado, firmó un contrato de compra- venta de bienes inmuebles. El
dinero le fue entregado inmediatamente en efectivo.
“No se
arrepentirá hombre” le decía el español, “nosotros podemos aprovechar este terreno intensivamente.Para usted ya
no era más que tierra inútil”. Inútil había dicho. Inútil es la definición
de aquel para el que la tierra no significa nada, porque no tiene la huella de
sus manos trabajadoras ni la sangre de sus ancestros. El viejo tuvo ganas de
gritárselo, de juntar todo su odio y golpearlo en la cara, de reventarle los
ojos, de borrarle la sonrisa de idiota. Pero debía contenerse, ¿Qué podía hacer
un viejo?.
Las Corporaciones tomaron posesión de la
tierra inmediatamente. El viejo Katrenao no se llevó muchas cosas. ¿Qué iba a
llevarse si todo cuanto él era estaba en esas tierras a las que trabajó desde
antes de aprender a leer? Vicente terminó de morir aquel día en que debió dejar
la tierra, que era como dejar su vida. Con lágrimas en los ojos contempló por
última vez la llanura infinita, mientras el automóvil que lo transportaba se
alejaba del lugar.
“¿Fue
en vano tanta sangre derramada, tanto luchar para ser libres?”. Más de
quinientos años después, volvía a repetirse la Conquista de América.
Santa Rosa, 13 de enero de 2005
Mención de Cuento -tema regional-. XLIX Fiesta Provincial del Trigo. Racing Club, Secretaría de Cultura, Municipalidad de Eduardo Castex, 2006.
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