Estudio de un caso de Bandolerismo Social en La Pampa, 1919- 1941
Durante las primeras cuatro décadas del
siglo XX los Territorios Nacionales de la Patagonia y el Chaco, incorporados al
Estado Argentino en el último cuarto del siglo XIX, se caracterizaron por ser
hábitat de bandidos y salteadores. Amparados por la geografía y el escaso
control social e institucional, se desarrollaron todo tipo de conductas y
hábitos que iban en contramano a las imposiciones de la cultura dominante.
La zona de la que se ocupa este trabajo es
el Territorio Nacional de La Pampa y las regiones cercanas del sur de Mendoza y
San Luis, y Nordpatagonia. Pero ella no solo fue refugio de forajidos de la
Justicia, sino también de otra clase de delincuentes: estancieros y
terratenientes vinculados al poder político, que encontraban en estas zonas
inhóspitas, vía libre para llevar a cabo actividades fraudulentas y opresivas.
De modo que, como sostiene Etchenique (2000), podemos hablar de un bandolero de
los pobres (como Juan Bautista Vairoleto o Marcos “el Gaucho” Vallejos) y delincuentes
de los ricos (como Juan Bautista Larraburu o Ibrahim Sarán).
Es el primero en el que quiero centrarme, en
el Bandido amparado por la población que ve como legítimo asaltar la propiedad
de un terrateniente que representa la cara visible y final de una cadena de
explotación.
En 1959 Eric Hobsbawm acuño el término de
«Bandolerismo Social» para hacer referencia a una de las formas primitivas o
arcaicas de protesta social. Un campesino se vuelve bandolero porque hace algo
que la opinión local no considera delictivo, pero que es criminal a los ojos
del Estado y de los grupos rectores de la comunidad (Hobsbawm, 1984: 30). Fuera
de la ley, se ve forzado a encarnar al Robin Hood de los Bosques, el arquetipo
del rebelde social, “que corrige
los abusos”, “que robaba al rico para
darle a los pobres” y “que nunca mató, salvo en legítima defensa o por justa
venganza”.
En un análisis posterior, Hobsbawm distingue
entre tres tipos de bandoleros: 1) el “ladrón noble”, el clásico Robin Hood, que corresponde a los
caracteres antedichos; 2) el “vengador” cuyos rasgos no son la moderación ni la
generosidad hacia los pobres, sino la impiedad con sus enemigos y la
consiguiente gratificación “psicológica” que ello representa en la comunidad rural; y 3)
los haiduks, categoría inspirada por las bandas de jinetes húngaros y
otros similares como son las guerrillas de “liberación nacional” en Latinoamérica.
Hobsbawm interpreta al bandolerismo social
como un fenómeno prepolítico que todavía no ha a dado o acaban de dar con
un lenguaje específico en el que expresar sus aspiraciones tocantes al mundo
(Hobsbawm, 1983: 11). Es además un fenómeno rural y no urbano. Las sociedades
campesinas en las que se desarrollan tienen diferenciaciones sociales al igual
que las urbanas, pero permanecen profunda y tenazmente tradicionales y por su
estructura son precapitalistas (Hobsbawm, 1983: 42).
Estas tesis fueron la base para numerosas
investigaciones realizadas con posterioridad. Pero también fueron cuestionadas
en torno a algunos de sus aspectos: 1) la efectiva solidaridad del bandido con
los pobres; 2) la caracterización del medio donde surge como campesinado tradicional; y 3) su
carácter “prepolítico” (Chumbita,
1999).
Pero, donde quizá, el enfoque de Hobsbawm
presenta mayores dificultades, es en cuánto a su adecuación a la realidad
latinoamericana. Esto se debe a que su esquema interpretativo partió de una
imagen de «campesinado tradicional» construido inicialmente ha partir de
evidencias italianas y españolas. El propio Hobsbawm reconoce en su “Epílogo a la Edición
Española”, incorporado
en 1974, su ignorancia respecto a las formas de «rebelión primitiva» en
Latinoamérica, con las que va a tomar contacto recién en las décadas del
setenta (Hobsbawm, 1983: 298). Pero como sostiene Fradkin (2005), pese a estas
dificultades, la obra de Hobsbawm presente dos grandes aportes
historiográficos: “interpeló a los
historiadores a indagar sobre otras formas de acción política y, al mismo
tiempo, logró inquietarnos acerca de las razones profundas, opacas (y quizá
negadas) por las cuáles los bandidos han sido tomados recurrentemente como
símbolos en torno a los cuáles se han forjado una tradición cultural”.
En un intento de síntesis sobre las “variedades” de bandolerismo en
Latinoamérica y, observando los casos de los cangaçeiros, gauchos, llaneros, bandidos mexicanos y andinos, entre
otros, Slatta extrajo la conclusión de que estos personajes, a pesar de las leyendas
tejidas sobre ellos, eran acaso menos justicieros y solidarios de lo que
sostiene Hobsbawm. Tampoco resulta aplicable su carácter prepolítico ya que se
trataría de verdaderos “marginales rurales metidos
en la guerra por coerción o por la promesa de un botín o ambas cosas” que cambiaban de bando “según su cálculo de mayor beneficio potencial” (citado por Chumbita,
1999). Además de estar vinculados a grupos políticos a los que apoyan más que a
una clase social –como el caso del cuchillero electoral Juan Moreira-.
No obstante, la recategorización del
bandolerismo latinoamericano de Slatta también fue rebatida. Una objeción que
se le realiza es el hecho de que no encontrara bandoleros sociales en Argentina
(Chumbita, 1999). Slatta intenta explicar la ausencia del «buen bandido» y de
los campesinos a quienes se vincula partiendo de una descripción de la
población según la cual, medraban en ella solo gauchos y vagabundos, cazadores
y pastores dispersos, algo ya superado en las investigaciones posteriores en
torno al agro argentino. Además tiende a reducir los alzamientos federales
rioplatenses a simples actos de rapiña, negando cualquier carácter político a
estos movimientos.
Por ende, alejándonos de esta visión,
podemos mencionar algunos ejemplos de matreros y salteadores en la provincia de
Buenos Aires, que encarnan al bandido social de Hobsbawm, y que fueron
idealizados por el folklore y la poesía gauchesca: Juan Cuello, los hermanos
Barrientos, Hormiga Negra, Pastor Luna y otros bandidos de origen criollo,
mestizo e indígena. Mas allá de la Pampa Húmeda tenemos bandidos legendarios
como Santos Guayama, Martina Chapanay, Juan Bautista Vairoleto, Marcos “el gaucho” Vallejos, y Mate Cocido,
cuyas aventuras en el Chaco fueron relatadas por Hobsbawm.
Este
artículo se va a centrar en la figura de Juan Bautista Vairoleto. Nacido en
Santa Fe en 1894, hijo de inmigrantes genoveses que se trasladaron a La Pampa
para arrendar un pequeño campo en la zona de Eduardo Castex. Habría cursado
hasta quinto año de Educación Primaria al tiempo que trabajaba bajo condiciones
inhumanas en el almacén de un migrante árabe. Pero la temprana muerte de su
madre lo obligó a dejar sus estudios al tiempo que lo arrojaba a una cierta
desprotección. Desde muy joven se dedicó a varios oficios: changarín, mozo,
placero, alambrador y hasta comerciante. Desde el 15 de enero al 15 de octubre
de 1915 permaneció en el Servicio Militar, destacándose por sus dotes como
jinetes.
En crónicas de la época su apellido también
aparece como “Bairoletto”, aunque la denominación que elijo utilizar es la que
terminó imponiéndose.
Fue en los burdeles de Eduardo Castex en
donde conoció a una mujer que las coplas, piezas teatrales y cuentos populares
han llamado María, aunque Chumbita (1974, 1999) la llama Dora. La joven era
pretendida por un policía, el cabo Elías Farach, que lo hizo encerrar en un
calabozo. Según un testimonio recogido de un cómplice de Vairoleto, el cabo
Farach lo había torturado golpeándolo con las espuelas (Juárez, 1986: 6).
Chumbita relata que fue expuesto desnudo frente a la tropa entre risas e
insultos, y “cabalgado” por Farach, mientras lo
golpeaba con un rebenque, clavándole los dientes de las espuelas en los ijares
hasta hacerlo sangrar, en un intento por domar su rebeldía (Chumbita, 1974:
15). También se dice que fue abusado sexualmente.
Las torturas por parte de la policía no eran
nada raro en el Territorio. Públicamente las fuerzas de seguridad utilizaban la
barra, un caño con el que se encadenaba al preso por los tobillos de modo tal
que no podía permanecer lastimándose con cualquier movimiento. Otra forma era
estaquearlo al sol. En su número del 26-09- 1920, el diario El Pampero
de Realico nos dice que un honrado poblador de Quetrequen había sido “brutalmente apaleado por un oficial de policía y conducido atado hasta
Parera, sin causa justificada”, lo mismo que un menor de 14 años (Chumbita, 1974:
12). Las faltas por las que se aplicaba esto eran variadas: desde pasar a
galope frente a la Comisaría hasta andar con las bombachas desabrochadas en los
tobillos.
El 4 de noviembre de 1919, tras haber
sufrido estas vejaciones, Vairoleto llegó armado al boliche y ultimó al cabo
Farach. Los detalles del hecho varían de acuerdo a las distintas versiones,
pero lo cierto es que Vairoleto debió darse a la fuga. Se organizó una partida
para perseguirlo, compuesta por policías y un pueblero que ofreció su Ford,
aceptado por el comisario Santamarina. Inmediatamente comprendió lo ridículo
que era perseguir a un jinete como Vairoleto con un Ford y abandonó la
búsqueda. Solo quedó el cabo Soto, buscador de méritos, que se dirigió a la
casa de su hermano Simón, pero sufrió la humillación de tener que volver
caminando a Eduardo Castex, ya que Vairoleto lo había despojado de su caballo.
Desde entonces, Vairoleto se ve forzado a
encarnar al bandido social de Hobsbawm. Los desposeídos, víctimas de un sistema
injusto, lo convierten en un vengador y minimizan sus errores, atribuyéndoselo
a sus cómplices. Aunque se ve que en realidad no siempre actúo como el bandido
noble, eso no importa para los pobladores rurales. Lo que importa es que está
proscrito por las autoridades, las mismas autoridades que los han despojado de
sus tierras, los han reprimido en las huelgas, que han gobernado contra sus
intereses. Por este motivo se convierte en un aliado de los sectores populares
del campo.
Al año siguiente de su fuga, Bairoletto
aparece vinculado a un extraño episodio: el tiroteo de la casa del caudillo
radical yrigoyenista Pedro Cornetta. Según Chumbita, Paulino Zamarbide, radical
anti yrigoyenista, había contratado a Vairoleto para matar a Cornetta, que
dirigía el Comité Felix Miele de la Unión Cívica Radical (UCR). Pero Vairoleto
se había negado y acordado con Cornetta fingir su muerte para capturar a
Zamarbide cuando le fuera a pagar los 5 u 8 mil pesos acordados, según las
versiones. Así se dio y Zamarbide fue detenido, pero poco después liberado por
falta de pruebas. En tanto Vairoleto fue juzgado por fuga, y condenado a un año
de prisión, quedando absuelto por la muerte de Farach.
Tras pasar un año en prisión, Vairoletto
volvió a la vida civil en Eduardo Castex. Se dedicó a frecuentar el Comité
Felix Miele, trabajó en una tienda y fue detenido en varias oportunidades por
matonería y desacato. En realidad se vio empujado al delito por un cúmulo de
circunstancias adversas que van desde su mala suerte personal, la falta de
trabajo en su medio, el hostigamiento de la policía, la corrupción y la
necesidad.
Como sostiene Etchenique, las causas que
explican que un poblador rural se vuelva bandolero son complejas. Pero se
observa que en todos los casos hubo una vida en común de marginación, junto con
otros sectores como los indios vencidos que no quisieron hacerse indios amigos.
Para el que está formado dentro de las instituciones que imponen la
normatividad propia de la cultura dominante es difícil comprender esto. Pero
estos sectores están fuera de todo tipo de sistema de donde impregnarse de esta
normatividad. Sin haber ido nunca a la escuela, sin practicar un culto
religioso y siendo desertor del servicio militar, no había forma de conocer las
normas disciplinatorias del sistema.
La última instancia de Vairoleto en la
prisión va a ser desde la primavera de 1924 hasta mediados de 1925. A partir de
1926 con el asalto a la Estancia “La Criolla” en el departamento de Conhelo, comienza un raid
delictivo que va a incluir asaltos a fincas y carros que culminaron con muertos
y heridos.
No obstante, para el pueblo seguía siendo un
héroe y vengador. El mito de que Vairoleto ayudaba a los pobres tiene su origen
en el día en que asumió la defensa de numerosos colonos explotados por un
usurero árabe. La cosecha había sido magra y los colonos quedaron con varios
pagarés a nombre del comerciante, que no pudieron levantar antes de su
vencimiento. Se dice que el bandido interceptó al usurero, sustrayéndole la
documentación y quemándola frente a él (Juárez, 1986: 8; Chumbita, 1974: 72).
Hobsbawm nos recuerda que la población casi
nunca ayuda a las Autoridades a capturar al bandolero social, sino que lo
protegen contra ellas (Hobsbawm, 1983: 29). Esto es especialmente cierto para
el caso estudiado, ya que en la segunda mitad de la década de 1920 la captura
de Vairoleto se hace imposible por la solidaridad de los chacareros, hacheros y
peones que lo encubren. A los ojos del pueblo, es un bandido fuera de lo común
que ayuda a los pobres con dinero y regalos. Esta obligado a hacer esto ya que
de lo contrario sería visto como un infractor de los valores locales y sería
denunciado como un delincuente común (Hobsbawm, 1983: 32).
Es interesante que observemos este
testimonio de un poblador rionegrino, Guillermo Yriarte, que llegó a conocer a Vairoleto:
“no eran pocos los que lo consideraban un hombre bueno, generoso y
siempre dispuesto a hacer favores. Aunque esta beneficencia fuera el resultado
de algún asalto a comercios de la región. Lo que sí, siempre escuché de él, es
que era muy respetuoso y afable en el trato con las personas que no fueran
policías o tuvieran alguna relación con la justicia y otro rasgo que se le
admiraba era que pese a ser un eximio tirador con el revolver o el Winchester,
no era un asesino y además les tenía expresamente prohibido a sus hombres matar
a alguien, sino cuando estaba en peligro su propia vida” (recogido por Chucair, 2003: 113- 114).
De este discurso es posible extraer algunos
elementos explicativos del fenómeno. En primer lugar, cuando sostiene que era “respetuoso y amable en el trato con las
personas que no fueran policías”, se ve el descreimiento por la autoridad
policial, cara visible de un régimen social injusto. Como vimos, la Policía de
Territorios Nacionales no era una institución de la cuál enorgullecerse. Las
torturas eran comunes y servían a los intereses de los grupos dominantes de la
comunidad. Tras el asalto a la estancia de Lorenzo Mandrile en Eduardo Castex,
protagonizado por la banda de Vairoleto, la policía de La Pampa lanzó una feroz
represión contra los habitantes más pobres del departamento de Conhelo,
acusándolos de refugiar a los bandidos. Más de 70 detenidos fueron sometidos a
torturas brutales.
Otro elemento es la prohibición de matar si
no está en peligro la propia vida. Esto no lo deja exento de haber cometido
errores. En 1928, Vairoleto y uno de sus cómplices ultimaron a una joven mujer
en la localidad rionegrina de Villa Regina, al confundirla con un policía
(Chucair, 2003: 28). También durante un asalto a un comercio junto a Vicente
Gascón, este dio muerte a alguien escondido tras las cortinas, que resultó ser
la esposa del comerciante. Por este motivo Vairoleto lo golpeó y lo echó de su lado (Chumbita, 1974: 14).
La población además atribuye otras virtudes
al bandolero. Se decía que podía montar a caballo al revés disparando su
Winchester sin error. Así como el temor que inspiraba en la policía, que lo
buscaba en la dirección opuesta a la que se encontraba, aunque en realidad él
siempre evitaba cualquier contacto con las fuerzas. Otra cualidad que se le
atribuyó en los últimos años, cuando ya estaba retirado de la actividad
delictiva, era la de sanar. Esta creencia se mantiene hasta el día de hoy en
las cientos de personas que visitan su tumba en La Carmensa, pidiendo por ellos
o sus familiares.
Aparte de la solidaridad popular, Vairoleto era protegido por
comerciantes y bolicheros a los que les vendía sus productos e, incluso, por
policías. El comisario Palacios, de Eduardo Castex, fue acusado en un sumario
de encubrimiento del rabo al chacarero Juan Giovannini y cesanteado durante la
dictadura del general José Feliz Uriburu por su militancia radical. También
para sobrevivir debió ponerse al servicio de políticos de aquella época. Se
dice que simpatizaba con los radicales, aunque otros lo ligan al Partido
Demócrata o con sectores conservadores, para los que habría actuado como matón.
Pero su esposa Telma Ceballos sostiene que fue anarquista hasta el último día
de su vida. En la década de 1920 participó con el gaucho anarquista Chiappa, en
un intento revolucionario en las costas del Río Salado, que fracasó por no
lograr adhesión popular.
Entre 1929 y 1930 realizó numerosos asaltos
en Río Negro, Mendoza y La Pampa, llevándose grandes botines. Fue quizá en
algunos de esos pasajes donde conoció a la que sería su esposa, Telma Ceballos.
A finales de la década de 1930 el “Bautista” había hecho relación con gente de
la localidad mendocina de General Alvear en la provincia de Mendoza y se
asegura que allí tenía contactos para instalarse sin ser molestado como ocurrió
en sus últimos años. Para entonces se hacía llamar Francisco Bravo y era un
hombre respetado. Un ingeniero de irrigación mendocino la había adjudicado una
parcela de tierra en la Colonia San Pedro de Atuel. Para Juárez es aquí donde
realmente comienza su militancia anarquista (Juárez, 1986).
También es en esta época donde toma contacto
con Mate Cosido, el salteador del Chaco. Al parecer, ambos se sentían atraídos
por fama del otro. Juan Bautista entró con sus hombres al Chaco en tren en
diciembre de 1937, año que se había caracterizado por asaltos menores en las
costas del Salado y el nacimiento de su hija Juanita. En 10 de mayo de 1938 se
produce el asalto a la estancia La Forestal, cerca de Cotelal, que culmina con
la muerte del brutal mayordomo Oscar Meiers, que se le atribuye a Vairoleto y
Mate Cosido.
El atentado contra La Forestal, aunque fue
un fracaso en los material, ya que no pudieron robar lo deseado y terminó con
un muerto, fue en lo simbólico, un golpe contra una patronal odiosa y temible
para el pueblo de los obrajes.
La Forestal, empresa británica que poseía
grandes extensiones en el norte santafesino y en el Chaco, supo constituirse
como un verdadero Estado dentro del Estado Argentino. Con moneda y policía
propios, desplegó una maquinaria represiva aniquilando a hombres, mujeres y
niños, y causando un daño al equilibrio ecológico. Son famosas las represiones
de la década del veinte, para sofocar los desesperados alzamientos de obreros
que, acosados por el hambre y las inhumanas condiciones de trabajo, se apoderaron
de almacenes, carnicerías y ganado (Acevedo, 1983).
Tras el asalto a La Forestal, Vairoleto y
Mate Cosido se separan para siempre. Este último va a protagonizar luego el
asalto al Tren 206 en Monte de Sáenz Peña junto a Samacol (o Zamacola) e Ifrain
“el Rubio”, para luego desaparecer en la Selva del Chaco. Mientras que Vairoleto
regresa a la vida familiar en General Alvear. Allí lo esperaba la muerte.
En Abril de 1941 se le atribuye a Vairoleto
un asalto en Eduardo Castex, lo que es imposible ya que se encontraba en el sur
mendocino. Poco después cae en la localidad de Caleufú, Vicente Gascón, aquel
cómplice que Vairoleto echó de su lado luego de que matara a una mujer. Tras
una negociación con policías pampeanos deseosos de vengar al cabo Farach, el
“ñato Gascón” aceptó guiarlos hasta su guarida. Allí es emboscado por policías
pampeanos y mendocinos y, tras un enfrentamiento, es muerto a balazos. En su
número de noviembre de ese año, la revista Noticias Gráficas expresaba “en su ley, tiroteándose con la policía, cayó
el bandolero Bairoletto” (en Juárez, 1986).
Su esposa Telma va a señalar poco después: “¿Y porqué no hacen lo mismo con Mate Cosido?
Talvez esperen encontrarlo durmiendo en un rancho para liquidarlo por la
espalda como hicieron con Bairoletto. Figúrese señor, que cada una de las balas
que le alojaron en el cuerpo le habrían provocado la muerte por su solas. Ni
con una bestia tiene justificativo tanto salvajismo y ensañamiento” (citado
por Chumbita, 1974: 87). Pero años más tarde se va a rectificar y sostener que Vairoleto
se disparó en la frente y los policías se atribuyeron su muerte. Señala
Hobsbawm que es tan común esta práctica que hasta existe un proverbio corso
para describirla: “muerto después de
muerto, como un bandolero por la policía” (Hobsbawm, 1983: 30).
En el contexto represivo que se vivía en
estas décadas no resulta extraña la presencia de figuras “fronterizas” entre la
legalidad y la ilegalidad de una ley no asumida como propia, en un medio donde
el status se ganaba en base a la hombría, muchas veces expresada a través de
hechos violentos.
Para el medio social, el bandido era el
máximo exponente del modelo socializado, y surge cuando la sociedad tiene la
necesidad de un defensor y un protector contra lo que Tomás Moro llama la “Conspiración de los ricos” (Hobsbawm,
1983: 13 y 44). Así se explica la protección brindada a los bandoleros que
asaltaban a los representantes del poder local (terratenientes, casas de
negocio), así como la resistencia a la policía, cara visible de un orden social
injusto. Además de que los habitantes de los Territorios Nacionales de La Pampa
o el Chaco ni siquiera podían ser
considerados Ciudadanos, ya que el
voto estaba vedado en esas jurisdicciones. Los derechos sociales, por ejemplo,
no se adquirían automáticamente con la mayoría de edad sino por ser asalariado,
algo inexiste en el campo pampeano hasta mediados de los cuarenta.
Juan Bautista Vairoleto dejó una fuerte impronta en el amplio radio de sus andanzas por La Pampa, San Luis, Río Negro, Neuquén y Mendoza, llegando a ser reverenciado como un santo en esta última. Además de su tumba en General Alvear, una Comisión Popular reconstruyó como ámbito de celebración su rancho en el que se mató cuando lo rodearon sus perseguidores. Comparto así con Hugo Chumbita, su afirmación de que Vairoleto encarna todos los caracteres del bandido social de Hobsbawm, ya que pese a sus errores y actos “poco heroicos”, asumió la defensa de las clases rurales más débiles y fue un vengador al golpear a los enemigos quintaesénciales del pueblo (Chumbita, 1999 y 2001). En ese sentido, Vairoleto merece una reivindicación.
Por último me gustaría señalar que pese a
que el bandolerismo como fenómeno social tiene su fin en los cuarenta, es
notable la perduración de muchos de estos bandidos en la memoria popular.
Podemos entonces dos tipos de bandolerismo: el meramente delictivo, de ruptura
del orden social y legal; y la “Visión
Romántica”, popularizada a través de versos, canciones, cuentos, novelas y
folletines. Todavía en La Pampa se pueden escuchar verseadas y canciones
folklóricas a Vairoleto. Por ejemplo la «Milonga Baya» de Julio Dominguez "el Bardino", que es considerada un
himno a La Pampa, dice en una de sus estrofas: “y pasó un viento sur, tapando a gatas/ el rastro a rastro a Bairoletto,
tras la yeguada”.
En nuestro ámbito, los estudios en torno al
bandolerismo han sido escasos, dado la censura ideológica sobre los temas de
violencia social que se ejerció durante etapas recientes (Chumbita, 1999). No
obstante muchas de las investigaciones no han hecho más que retroalimentar la
leyenda porque, por más que la visión “científica” se presente como “realista y
objetiva”, no pueden eliminar el mito y la canonización popular, que son
indicadores que deben ser tenidos en cuenta en el cuadro histórico del
bandolerismo y el mundo rural.
BIBLIOGRAFIA Y FUENTES
- Chucair, Elías; (2003) Rastreando
Bandoleros, Gaiman, Ediciones del Cedro.
- Chumbita, Hugo; (1974) Bairoletto,
prontuario y leyenda, Buenos Aires, Marlona SRL.
- Chumbita, Hugo; (1999) “Sobre los estudios de
bandolerismo social y sus proyecciones”, en: Revista
de Investigaciones Folklóricas, Buenos Aires, vol. 14.
- Chumbita, Hugo; (2001) Jinetes
rebeldes. Historia del bandolerismo social en la Argentina, Buenos
Aires, Vergara.
- Etchenique, Jorge; (2000) “Delito, medio social e
instituciones en el oeste pampeano”, ponencia presentada en las Primeras
Jornadas de Historia del Delito en la Patagonia, General Roca, GEHISO,
Facultad de Humanidades, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales,
Universidad Nacional del Comahue.
- Fradkin, Raúl; (2005) “Bandolerismo y
politización rural de Buenos Aires tras la crisis de la independencia
(1815- 1830)”, en:
Nuevo Mundo. Mundos Nuevos, Nº 5 (disponible en http://nuevomundo.revues.org/document309.html).
- Hobsbawm, Eric; (1983) Rebeldes
Primitivos. Estudio de las formas arcaicas de los movimientos sociales en
los siglos XIX y XX [1959], Barcelona, Ariel.
- Juárez, Francisco; (1986) “Los bandidos rurales”, en; Juárez,
Francisco y Nosiglia, Julio; El Mundo del Delito, Buenos
Aires, CEAL (Cuadernos de Historia Popular Argentina, tomo 6).
- Redondo, Hugo Martín; (1995) “Yo maté al Bautista”, en: Durango, Norma y Gonzalo, Doris (comp.); Textos literarios de autores pampeanos, Santa Rosa, UNLPam, Ministerio de Cultura y Educación, Provincia de La Pampa.
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