La Ciudad de los difuntos: el origen de los cementerios
Los ritos funerarios están presentes en las sociedades humanas desde la
Prehistoria. Se sabe que los Neanderthal ya enterraban flores con sus muertos.
Posiblemente el objetivo era exaltar la memoria del difunto o estaba presente
la creencia de una vida después de la muerte. Esto último parece apoyarse en la
evidencia de que muchos cuerpos eran enterrados en posición fetal (acaso pensando
en un renacimiento) y con objetos personales (ropa, armas, adornos) o comida
para el viaje al otro mundo.
En parte, estos rituales se mantienen hasta la actualidad bajo la forma
de enterrar al difunto con su ropa más elegante, despedirlo con unas palabras o
llevarles regalos a su tumba (flores, mensajes o juguetes en el caso de
infantes).
La palabra Cementerio proviene del griego “koimeterion”: dormitorio.
Esto da sentido a frases de uso popular tales como: “Que descanse en paz” o
“Duerme el sueño eterno o de los justos”. Otra palabra que se suele usar de
origen griego es “Necrópolis”: Ciudad de los Muertos.
Aunque en la Antigüedad se practicaban rituales tales como la
momificación (Mesopotamia, Egipto, Perú) o la cremación (Antigua Grecia,
celtas, India védica), los cementerios tal como los conocemos hoy en día surgen
en Roma. La Ley de las Doce Tablas (siglo V AC) prohibió los entierros en el
hogar para evitar las epidemias e instituyó un lugar específico con lápidas
identificatorias (de piedra o madera). Esta Ley fue renovada en los siglos
posteriores, aunque hubo emperadores que permitieron a familias patricias
enterrar a sus difuntos célebres dentro de sus propiedades. Los esclavos y las
clases populares, en cambio, eran
arrojados tras su muerte a muladares, salvo que algún Señor poderoso les
comprara un terreno en un cementerio. La desigualdad social presente durante su
vida también se extendía a la muerte.
Los primeros cristianos, perseguidos en Roma, solían esconder los huesos
de sus mártires en sepulcros o catacumbas. Más tarde, cuando se convirtió en la
religión dominante de Europa, monopolizó los entierros en terrenos de las
Iglesias. El Concilio de Braga (561 DC) prohibió la inhumación en las Iglesias,
por lo que los cementerios pasaron a ubicarse en terrenos aledaños.
La práctica común en la Europa Medieval era conservar el cuerpo hasta
que se descompusiera y luego extraer los huesos para depositarlos en un osario,
dejando lugar para nuevos cadáveres. Los miembros de la Nobleza, el Alto Clero
y los ricos mercaderes tenían criptas individuales con el escudo de armas de su
familia como identificación.
Poco variaron los cementerios hasta el siglo XVIII. En 1773 el emperador
Carlos III de España prohibió los entierros en las Iglesias -que se seguían
practicando pese a los concilios-, ordenó la construcción de los cementerios
fuera del área urbana y se erigieron nuevos en las zonas rurales, donde las
prácticas de disposición de cadáveres eran poco higiénicas.
En Francia las catacumbas comenzaron a amenazar la estabilidad de las
calles sobre ellas, por lo que Napoleón Bonaparte ordenó la edificación del
primer “Cementerio Parque” en Pere Lachaise (inaugurado en 1804). Al principio
fueron resistidos, pero se pusieron de moda tras la campaña realizada por su
esposa Joséphe de Beauharnais, que hizo trasladar las tumbas de los amantes
trágicos del siglo XII Abelardo y Eloisa.
Así el “Cementerio Parque”, caracterizado por jardines y vegetación,
comenzó a desplazar al “Cementerio Ornamental”, en donde la vista del mármol
predomina sobre lo verde.
Para culminar, me gustaría mencionar algunas curiosidades. En la isla
noruega de Svalbard (cerca del Polo Norte) está prohibido morirse ya que los
cuerpos no se descomponen debido al frío, por lo que el gobernador tiene
autorización para expulsar a cualquiera que esté enfermo o pronto a fallecer.
El Cementerio Católico de Calvary, ubicado en medio de Queens y mirando a
Manhattan (New York), es famoso por sus múltiples mafiosos enterrados, cuyas
tumbas son visitadas por turistas. El Cementerio de Wadi al-Salam en Najaf
(Irak), fundado en el siglo VII, es el más grande del mundo con más 600
hectáreas y 10 millones de sepulturas.
La ciudad californiana de San Francisco merece un comentario especial. A fines del siglo XIX tuvo un crecimiento acelerado por la fiebre del oro y las migraciones. Ante la ausencia de una planificación urbana, comenzó a faltar lugar tanto para los vivos como para los muertos. En 1900 se prohibieron los entierros. El terremoto de 1906, que mató a 3000 personas, complicó aún más las cosas y en 1914 el alcalde decretó que “la tierra es para los vivos”, por lo que se desocuparon los cementerios. El destino fue la vecina Colma, que hoy cuenta con decenas de cementerios temáticos (incluso hay uno para payasos) y hay 1000 fallecidos por cada habitante vivo. La mayoría de estos últimos trabaja en algo relacionado con los rituales funerarios.
Publicado en revista cultural Cocoliche, Santa Rosa, N° 156, julio de 2023.
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